30 de enero de 2012

Rebecca (1940)


Como nuestra pasión por el Séptimo Arte no se reduce al cine de más rabiosa actualidad sino que es fruto del visionado de mucho, muchísimo, cine clásico, iniciamos con esta entrada un, esperemos, largo ciclo consagrado a aquellas obras que hicieron posible que Hollywood conociera una auténtica época dorada.

Rebecca, de Alfred Hitchcock, es uno de nuestros films favoritos de esa época y por ello lo hemos escogido para iniciar nuestro particular tributo al cine clásico.

                             
                     

27 de enero de 2012

Downton Abbey. En la senda de la excelencia



Mucho hemos tenido que esperar los que quedamos rendidos ante las virtudes de Downton Abbey para poder visionar su nueva tanda de episodios; la espera, no obstante, no ha sido en vano, pues la serie, una de las más loadas de los últimos tiempos, ha regresado con la exquisitez y la excelencia que le son propias.

Sin embargo, su retorno ha venido acompañado por algo más, ya que el mosaico de intrigas, pasiones soterradas e infranqueables barreras sociales de la primera parte ha cristalizado en un culebrón de época; un culebrón, eso sí, sumamente alejado, gracias al más que buen hacer de sus guionistas, de la calidad más que dudosa de los seriales con tramas sempiternas.

Los nuevos capítulos de Downton Abbey, además, han traído consigo una mayor profundización de los personajes y han matizado sabiamente a aquéllos que en la primera parte rozaban la más pura villanía; tan sólo Sybill, la pequeña de los Crawley, sigue mostrándose como un personaje peligrosamente estereotipado, aunque curiosamente simbolice mejor que nadie los cambios que se operarán entre las mujeres de su clase.

El rigor histórico, por otra parte, permanece incólume y tanto el devenir de la guerra como los cambios sociales que ya empiezan a intuirse se siguen mostrando con cuidadas elipsis y mediante las conversaciones entre sus protagonistas, a quienes oímos departir sobre la lucha de Irlanda, la detención de los Romanov o el excesivo celo de los criados leales por preservar la vigencia de un tiempo que se intuye ya próximo a su extinción.

En ese verismo histórico, además, juegan un papel especialmente importante las escenas bélicas – en las que, parapetados tras las trincheras o fuera de ellas, criados y señores corren la misma suerte –;  la irrupción de nuevos personajes, como el de la criada que aspira a una vida más allá de la servidumbre o el magnate que, aun a pesar de su riqueza, no puede dejar de sentirse inferior frente a la clase con la que desesperadamente pretende entroncar vía matrimonio; o las nuevas modas, como un vestuario que pronuncia escotes y acorta vestidos o la práctica del espiritismo, que tan en boga estuvo en el Reino Unido, gracias en parte a la devoción que por aquélla profesaron personalidades como el padre de Sherlock Holmes, Sir Arthur Conan Doyle.

El rápido devenir de los años (1916-1920), no obstante, no ha gustado demasiado a la prensa británica, que ha llegado a abanderar el slogan, Slow, Down, Downton! para que la serie se ralentice y vuelva a su ritmo anterior. Sin embargo, y rompiendo una lanza a favor por esta decisión de acelerar el devenir de los años, poco verismo hubiera tenido la concatenación de acontecimientos si éstos hubieran transcurrido en un margen temporal más reducido.

La segunda parte de Downton Abbey, en definitiva, ha demostrado que sigue transitando por la senda de la excelencia a pesar de algún escollo – como forzar el drama con recuperaciones prácticamente milagrosas o con la aparición de entre los muertos de un extraño personaje. Su calidad y falta de pretenciosidad, no obstante, se siguen viendo reforzadas por sus muchísimos puntos positivos, entre los que destacan especialmente su principal historia de amor, que parece sacada de alguna obra de Henry James o Edih Wharton, y su increíble reparto, lo que comporta que un año de espera para disfrutar de su tercera parte se antoje muy difícil de sobrellevar.

25 de enero de 2012

La sin par ciudad de Kobe




Cuando se visita por primera vez la bellísima ciudad de Kobe, resulta muy difícil imaginar que esta urbe sita en la Isla de Honshu (en la región de Kansai) haya sobrevivido, cual ave fénix, a dos tragedias de proporciones dantescas: las bombas que al final de la Segunda Guerra Mundial destruyeron buena parte de su zona urbana y el terremoto del año 1995, que se cobró la vida de 6000 personas, amén de los numerosísimos daños materiales que provocó.

Kobe, además, depara no pocas sorpresas para el visitante que acuda a ella proveniente de Tokio, Kioto u Osaka (magníficamente comunicadas todas ellas por el trazado del Shinkansen, el famoso tren bala), ya que su fisonomía dista mucho de los estándares nipones más reconocibles, aún a pesar de contar con altos rascacielos y bellos jardines y templos sintoístas.

Situada en una ladera encarada al mar, su condición de ciudad portuaria la convirtió en una de las primeras urbes que, a finales del siglo XIX, empezó a comerciar con Occidente, hecho éste que sentó las bases para que Kobe deviniera en lo que es hoy, la urbe más cosmopolita de Japón, habitada por un nutrido número de comunidades extranjeras provenientes de más de un centenar de países.

Ese fuerte carácter cosmopolita ha hecho posible el nacimiento y consolidación de diversos festivales (de moda, cine y jazz) y ha posibilitado igualmente que la ciudad no sólo albergue templos sintoístas sino también iglesias (católicas y protestantes), capillas (donde muchas parejas japonesas cumplen su sueño de casarse a la manera occidental), una sinagoga e, incluso, una mezquita; a lo que habría que añadir la existencia de algunas organizaciones de intercambio cultural y diversas escuelas y centros educativos de otros países.

Por otra parte, y a pesar de la lejanía, Kobe comparte con Barcelona – ciudad con la que se halla hermanada – una disposición urbana parecida, con una zona de montaña, donde se hallan barrios muy característicos, y una zona abocada al mar, escenario de las más vanguardistas construcciones.

Indudablemente, la parte que da al mar tiene un gran atractivo con sus modernos edificios en el puerto y la Isla de Rokko; sin embargo, para quien suscribe estas líneas, la parte de montaña ofrece atractivos aún mayores, con su occidentalizado barrio de Kitano, una extraña mixtura de costumbres niponas con grandes casas del siglo XIX y principios del XX al estilo anglosajón y del centro y norte de Europa - incluso se puede hallar un Starbucks decorado como si de un salón inglés se tratase-; su barrio chino, impregnado de exquisitos olores, provenientes de los numerosos puestos de comida callejeros, y con un orondo buda coronando su entrada; o el teleférico de Shin-Kobe, que sube a unos 400 metros de altura y permite contemplar unas magníficas vistas de la ciudad (se recomienda, una vez arriba, demorarse en el exquisito y pequeño museo del perfume y emprender el descenso caminando por la suave pendiente, enmarcada por cuidadísimos jardines).

Finalmente, destacar que, para los bolsillos más adinerados, es más que aconsejable catar la famosa carne de buey o ternera de Kobe, digna de los paladares más exigentes gracias a la magnífica dieta, masajes y baños en sake a los que los animales se someten antes de ser sacrificados.

23 de enero de 2012

El Liceo. ¿Ocaso o renacer?




No corren buenos tiempos para el Gran Teatre del Liceu, el teatro más antiguo y emblemático de la Ciudad Condal, símbolo de toda una época en la que la aristocracia y burguesía catalanas aunaron fuerzas para convertirlo en lo que hoy es, uno de los cosos operísticos más célebres del continente europeo.

Las nada halagüeñas noticias que está vertiendo la prensa apuntan a que se producirá en breve el temido Expediente de Regulación de Empleo (ERE), que comportará su cierre durante los meses de marzo y junio, con el consiguiente perjuicio para sus trabajadores y la cancelación de obras programadas desde hace meses, lo que no sólo va a mancillar el buen nombre del Liceu sino que acarreará un gran desembolso de dinero para poder resarcir tanto a espectadores como a artistas por los inconvenientes causados.

Al parecer, los problemas económicos del Liceu no se deben únicamente a los recortes generalizados que está sufriendo el mundo de la cultura (sector muy dependiente de la subvención estatal y, en consecuencia, sujeto a vaivenes políticos) sino que podría ser consecuencia de una mala gestión que, entre otras cosas, no habría cuidado en demasía el papel de los patrocinadores, cuyas aportaciones han decrecido un 31% en los últimos años.

Esta situación contrasta fuertemente con la del Teatro Real de Madrid, cuyos ingresos provenientes del patrocinio no han dejado de aumentar, lo que presumiblemente lo ha convertido en un ejemplo más que viable de un modelo mixto – público y privado – para la producción y difusión cultural.

De hecho, un género como el operístico, históricamente deficitario en todo el mundo (en cuanto a que su inversión no queda casi nunca cubierta por la venta de entradas, aún a pesar del elevado precio de éstas), requiere forzosamente de un apoyo estatal. Un apoyo que, en plena época de recesión, debe ser secundado- que no suplido- por ayudas provenientes del sector privado, lo que redunda más si cabe en la necesidad de abogar por una auténtica Ley de Mecenazgo, parecida a las promulgadas en países como el Reino Unido o Francia, donde, con unas desgravaciones fiscales que pueden alcanzar hasta un 70%, ha dado buenos resultados

Por otra parte, tampoco cabe olvidar que tanto la construcción como el ulterior mantenimiento del Liceu – nacido de la voluntad de promover la enseñanza musical – se debieron a la acción de la sociedad civil, lo que ha convertido al gran teatro operístico en una rara avis dentro de los teatros de su género en Europa, construidos y sufragados en su momento por sus respectivas monarquías. Además, y ya en el siglo XX, ese papel de la sociedad civil – con su implicación y aportaciones económicas – fue también sumamente importante en la rápida reconstrucción del Liceu cuando éste fue pasto de las llamas en 1994.

El Gran Teatre del Liceu se halla ahora mismo en una confluencia de caminos que pueden conducirlo a su ocaso o a un renacer fuertemente impregnado por sus propios orígenes. Sin embargo, tras sobrevivir a dos incendios, a una expropiación y a un atentado, cabría esperar que se encuentre la fórmula adecuada para tomar la senda correcta.

20 de enero de 2012

Millenium I. Otro remake fallido




Hace poco más de un mes nos preguntábamos sobre la necesidad de filmar un remake de una película tan reciente y tan bien facturada como la primera parte de la trilogía de Millenium, Los hombres que no amaban a las mujeres. Entonces, el visionado del impactante tráiler del film americano y el hecho de que su autoría hubiera recaído en las manos del inquietante y oscuro David Fincher nos hizo albergar algunas esperanzas sobre la valía de esta nueva revisión de la obra del desaparecido Stieg Larsson.

Lamentablemente, tras el pase de los títulos de crédito del film de Fincher (sin duda, uno de los mejores momentos de esta película), esas esperanzas se desvanecen muy rápidamente, poniendo en evidencia que nos hallamos ante un producto con un llamativo y vistoso envoltorio cuyo contenido se revela insulso casi de inmediato, toda vez que es incapaz de hacer justicia ni al film que le precede ni a la novela en la que se inspira.

Para empezar, y si bien es verdad que esta versión mantiene la acción de la historia en Suecia y resulta más fiel que el film sueco (a excepción de una más que discutible resolución final), poco capta de la esencia del libro original, con toda su crítica a la sociedad sueca y su duro discurso sobre las variadas formas de violencia a las que se siguen viendo abocadas las mujeres.

Tampoco aborda Fincher los pasajes más sórdidos de la obra de Larsson como se hubiera esperado de un director con una carrera como la suya; y así, si la primera adaptación cinematográfica de Millenium retrataba las escenas más duras de la obra original con sobriedad y sin caer en lo tremebundo, Fincher prácticamente transita por ellas de puntillas.

En esta versión americana se echa también en falta una mayor interacción entre sus personajes principales, que no comparten plano hasta bien entrado el metraje, para luego, casi inmediatamente, desgranar las claves de un misterio cuya resolución puede plantear alguna que otra duda a los espectadores que no hayan leído el libro.


Sin embargo, donde realmente hace aguas el film de Fincher es en su tratamiento de Lisbeth Salander, el principal personaje sobre el que gira toda la obra larssiana, una joven asocial, frágil pero fuerte, y con un código moral muy sui generis, que aquí queda reducida a un personaje de vestimenta extraña y enamoradizo, al que Rooney Mara no consigue dar aliento ni entidad, presumiblemente más por deficiencias de guión que por carencias interpretativas.

Evidentemente, no todo resulta negativo en el film de Fincher, quien conserva su gran pulso narrativo – aún a pesar de algún momento tedioso – y dota a su obra de una gran excelencia técnica, especialmente su prodigiosa fotografía, capaz de transmitir al espectador la inclemencia del clima sueco; amén de unos secundarios de lujo, cuyas interpretaciones, eso sí, no pueden ocultar la deficiencias de un guión que reduce a sus personajes a meros esbozos.

Una vez más se cumple aquel dicho de nunca segundas partes fueron buenas, y, lamentablemente, Los hombres que no amaban a las mujeres no ha resultado ser el film tenebroso y envolvente que se esperaba de un director como Fincher partiendo de un material tan interesante e inquietante como la obra del desaparecido autor sueco.

18 de enero de 2012

Skansen. Una inmersión histórica




En Djugården, una de las islas que conforman la bella capital de Suecia, se halla no sólo uno de los espacios verdes urbanos más extensos de Europa sino el que se considera el museo al aire libre más antiguo del mundo, el Skansen.

El afán por conservar las tradiciones e historia de un país cada vez más industrializado, y con un mundo rural en pleno retroceso, impulsó su creación en 1891 por parte del erudito Artur Hazelius, quien años antes había fundado el Nordiska Museet (el Museo Nórdico), del cual dependió el Skansen hasta bien mediada la segunda mitad del siglo pasado.

La enorme extensión del Skansen – cuenta nada menos que con una superficie de 300.000 metros cuadrados – aconseja ser madrugador y dedicar todo un día para poder disfrutar de todos los atractivos de este originalísimo lugar, cuya condición de museo al aire libre no es única (en Barcelona tenemos el Poble Espanyol), aunque sí lo es su concepción, que reporta al visitante una auténtica inmersión en la historia sueca, puesto que el Skansen nació del empeño por mostrar no sólo las diferencias regionales sino de transitar por diferentes épocas.

De hecho, el verismo del museo radica en sus 150 construcciones, traídas prácticamente por piezas desde diferentes puntos del país y que muestran no sólo el devenir cotidiano del pueblo sueco (con sus preceptivas diferencias sociales; el visitante hallará desde casas de granjeros hasta residencias de la nobleza) sino también establecimientos dedicados a diversos oficios.

Entre estos últimos destacan una preciosa farmacia y numerosos talleres dedicados al cuero, la plata o la alfarería, albergados, en gran parte, por las típicas röd stuga, esas construcciones rojas que parecen surgidas de un cuento de hadas y que se reparten a lo largo y ancho del país. 

En esos establecimientos, atendidos por solícitos empleados ataviados con las vestimentas de hace dos siglos, no sólo se podrá observar el desempeño de diversos oficios sino que también se podrá adquirir, por un precio bastante asequible para los menguados bolsillos españoles, productos hechos a mano. En este sentido, cabe destacar los siempre muy concurridos taller del vidrio y una panadería de visita obligada para paladares exigentes (damos fe de que las pastas de canela recién horneadas justifican por sí solas el acceso a este museo).

Sin embargo, las virtudes del Skansen no acaban ahí, ya que ofrece además la oportunidad de visitar una antigua escuela, acceder a una iglesia de madera del siglo XVIII, contemplar en un pequeño zoo la fauna autóctona del país (con la presencia de alces y renos) y admirar las bellas panorámicas que de la ciudad ofrece su privilegiada ubicación en la isla de Djugården. Y a ello cabría añadir que el Skansen alberga a su vez otros tres lugares de interés (el Museo del Tabaco, el Centro de Información Forestal y un acuario).

Finalmente, destacar que siempre es un buen momento para visitar este precioso museo, pero en fiestas señaladas, como la Navidad, el Skansen se convierte en escenario de actos y celebraciones importantes, aumentando más, si cabe, el encanto de sumergirse y bucear por épocas pasadas.

16 de enero de 2012

Sunset Park. Y, de nuevo, el azar




Expectantes están ya los seguidores de Paul Auster – que se cuentan por legiones a lo largo y ancho del mundo – con la próxima publicación de su nueva obra, Diario de Invierno. Sin embargo, y a la espera de que este nuevo título invada los escaparates de las grandes librerías, Sunset Park sigue siendo su última obra publicada, la cual, como todas las anteriores, ha recibido, casi por igual, parabienes y dardos envenenados por parte de seguidores y detractores del autor neoyorquino. 

Sunset Park arranca en un presente –el año 2008 – en el que ya se sienten los estragos de la crisis que ha sumido a Estados Unidos en uno de sus períodos más negros desde el Crack del 29 y cuyas consecuencias sufren los principales protagonistas de esta obra, cuatro jóvenes que deciden compartir una vivienda abandonada en Brooklyn, aún a riesgo de sufrir las duras penas que impone la ley de un país donde la propiedad privada es algo sagrado.

Sin embargo, sería un error pensar que Sunset Park es una obra volcada por completo en la crisis, puesto que sus personajes, como la mayor parte de los que transitan las obras de Auster, se ven acuciados por problemas que trascienden los meramente económicos, problemas que van desde una homosexualidad no admitida a un embarazo no deseado, pasando por separaciones sentimentales, una muerte accidental o una ruptura drástica con el pasado.

En ese mosaico de vidas que Paul Auster describe con su estilo ágil y aparentemente sencillo, destaca un personaje principal sobre el que giran todos los demás, Miles Heller, un joven sin aparente futuro pero sí con un pasado lo suficientemente dramático como para abandonar familia y estudios y obsesionarse con un trabajo que le permite fotografiar los objetos de casas abandonadas, auténticos testigos mudos del drama del desahucio al que han hecho – y siguen haciendo – frente multitud de familias que no han podido seguir pagando sus hipotecas.

Más que un retrato de la sociedad americana actual, Sunset Park resulta más bien un esbozo de la misma, por cuanto sus personajes – neoyorquinos, con estudios universitarios y con intereses culturales diversos – no representan la totalidad de aquélla. Además, también está presente el tema del azar, tan recurrente y auténtico motor de las historias de Auster, que ocupa un destacadísimo papel en la presente obra y va a influir de manera decisiva en las relaciones que se establecen entre todos sus personajes, especialmente cuando se haga una referencia constante al gran y oscarizado film Los mejores años de nuestra vida, de William Wyler, que Auster parece utilizar con el fin de hacer un paralelismo de dos épocas, la actual y la que sucedió a la Segunda Guerra Mundial, para mostrar el camino trufado de dificultades con el que se enfrentan y enfrentaron los jóvenes de ambos períodos históricos.

Por supuesto, a los detractores de Auster esta nueva incursión en las procelosas aguas del destino y el azar no será de su agrado, como tampoco su final abierto y sujeto a más de una interpretación. Los que sucumbimos hace tiempo al embrujo de la pluma de este escritor, sin embargo, podemos olvidar muy fácilmente la cierta repetición de sus historias, o el a veces forzado papel de la casualidad como motor de las vidas de sus personajes, y entregarnos con fruición a una lectura que siempre se antoja demasiado breve.

15 de enero de 2012

Cine. Una nueva sección


Como ya hiciéramos con la sección Museos del Mundo, iniciamos un nuevo apartado, titulado Cine, donde se pueden hallar no sólo todas las críticas cinematográficas realizadas hasta la fecha sino también noticias relacionadas con el mundo del Séptimo Arte, como las entradas Europa Film Treasure, para los amantes de cine, ¿Cultura a coste cero? o Cine iraní o cómo rodar a base de ingenio.

¡Buena tarde de domingo!



Tiempos Modernos de Charles Chaplin

13 de enero de 2012

La dama de hierro. Un biopic de trama dispersa





Margaret Thatcher es, sin duda, una de de las figuras más controvertidas del siglo XX. Ejemplo a seguir para algunos, demonizada, e incluso denostada, por otros, la obra y figura de esta mujer, apodada como la Dama de Hierro por los medios de comunicación soviéticos durante la Guerra Fría, no han sido hasta la fecha demasiado explotadas por el cine y la televisión. De hecho, La Dama de hierro es realmente la primera gran producción centrada en su vida que llega a las salas de cine.

Es muy probable, sin embargo, que el espectador que espere visionar un biopic al uso quede decepcionado con el presente film, obra de la guionista y directora británica Phyllida Lloyd, quien, lejos de centrar por completo su atención en el ascenso al poder de Margaret Thatcher y su etapa como primera ministra, ha preferido dedicar gran parte del metraje a una anciana aquejada de demencia senil, incapaz de aceptar la muerte de su esposo y que, por momentos, aún se cree la máxima autoridad de su país.

Este enfoque y el excesivo celo de Lloyd por no decantarse políticamente a favor o en contra de las decisiones que Margaret Thatcher tomara en su momento han hecho posible que el film se granjee no pocas críticas, tanto por parte de los sectores más conservadores, que se han sentido heridos por ese afán de ahondar en la enfermedad de la que fuera máxima mandataria del país en uno sus períodos más convulsos, como por  parte de los sectores de izquierdas, quienes han visto en el film un hábil instrumento propagandístico.


Resulta evidente, no obstante, que Lloyd concibió su película como una aproximación más humana que política. De ahí que pase de puntillas por las decisiones más polémicas que Thatcher asumiera durante su mandato (recortes al sector público, privatizaciones, su política para con los sindicatos, por los que sentía gran animadversión) y las reacciones que éstas generaron; y sólo preste atención, aunque no demasiada, al enfrentamiento bélico entre argentinos y británicos por las Islas Malvinas.

Sin embargo, y lamentablemente, Lloyd tampoco consigue profundizar en un personaje tan complejo, al que sólo es capaz de acercarse mediante algunos trazos deslavazados que lo retratan como una mujer de fuerte personalidad, muy inflexible y fiel a unos principios inculcados desde la niñez por su padre liberal, un pequeño tendero cuya memoria siempre reverenció.

La mejor baza de este film, no obstante, es la sublime interpretación de la grandiosa Meryl Streep, quien no sólo imita a la perfección el acento británico sino que borda su papel recreando con pasmoso realismo la voz y gestos de su personaje.

La dama de hierro, en definitiva, no cumple las expectativas de quienes esperen encontrar en ella un retrato dotado de un gran análisis, vital y político, de una de las mandatarias más importantes, para bien o para mal, del siglo XX. Quizá, una apuesta por una narración más lineal, no necesariamente más tradicional pero sí exenta del abuso excesivo de los flashbacks de los que Lloyd hace alarde a lo largo de todo el film- truncando su ritmo y dispersando su trama – habría dado unos resultados bien distintos.

11 de enero de 2012

La Viena de Hundertwasser




Con el recuerdo aún fresco en la memoria de la retransmisión del tradicional Concierto de Año Nuevo en Viena, aprovechamos la ocasión para recomendar la visita a la obra de Hundertwasser en la capital austríaca, obviada de manera incomprensible por el programa especial – excepcionalmente cursi – emitido por la televisión de aquel país como acompañamiento al mencionado concierto.

Polifacético y excepcional, Friedrich Stowasser, más conocido como Hundertwasser, es especialmente recordado por su labor como pintor y por sus originalísimos diseños de edificios y monumentos considerados hoy emblemáticos, pero que en su tiempo encontraron a fuertes detractores entre las voces más conservadoras de la arquitectura. De hecho, este enemigo de las líneas rectas, a quien se ha llegado a bautizar como el Gaudí austríaco, abogó de manera decidida por las formas irregulares y por los colores brillantes, sin cejar nunca en su afán por conseguir una simbiosis entre naturaleza y arquitectura (no en vano llegó a publicar un manifiesto, hace ahora cuarenta años, donde expresaba la necesidad de plantar de forma obligatoria árboles en los entornos urbanos).

Los diseños de Hundertwasser se materializaron en muchos países, pero en Viena se halla la que quizá sea su obra más emblemática, la Hundertwasserhaus, un bloque de apartamentos construido por encargo del ayuntamiento de la ciudad en la década de los 80. Su diseño, con su combinación de superficies irregulares, su vivo colorido y la presencia sempiterna de vegetación, ha dado algunos problemas de habitabilidad y el edificio ha tenido que ser objeto de reformas, sin embargo es hoy uno de los reclamos turísticos más importantes de Viena y cumple con el cometido que perseguía su autor, el de que la arquitectura se asemejara lo máximo posible a la naturaleza.

El visitante, no obstante, sólo podrá contemplar y admirar la fachada de la Hundertwasserhaus y la fuente que se halla a la entrada de ésta – no hay que olvidar que sus apartamentos están habitados -, aunque sí podrá acceder al pequeño centro comercial que se encuentra justo enfrente, la Village Gallery, cuyo interior es un fiel reflejo del estilo Hundertwasser, especialmente los servicios, cuya visita implica un pequeño desembolso de dinero.

No muy lejos de la Hundertwasserhaus se ubica la Kunst Haus Wien, un museo privado dedicado por completo a la obra de Hunderwasser, aunque también contiene trabajos de otros artistas. Es una auténtica joya pero, para quien no quiera acceder a sus dependencias, la contemplación del edificio que lo alberga y su cafetería ya valen la pena el paseo.

Finalmente, habría que destacar la Incineradora de la Universidad, una originalísima obra diseñada por Hundertwasser que se encuentra alejada del centro de Viena (en Spittelau) y que algunos expertos han descrito como una combinación perfecta entre arte, ecología y tecnología.

Como todas las grandes ciudades, la capital austríaca tiene más de una cara. Sin embargo, la Viena monumental puede llegar a eclipsar a esa otra pequeña Viena surgida de la imaginación desbordante de un artista tan iconoclasta como Hundertwasser; una Viena de ineludible visita para todo aquel que realmente quiera conocer en profundidad la bella ciudad del vals. 

9 de enero de 2012

Los Miserables. Un clásico entre clásicos


Fuente: Wikipedia (Les Misérables-musical)

El gran maestro de las letras francesas, Víctor Hugo, empleó casi dos décadas en realizar la que se ha convertido en una de las obras más aclamadas de la literatura universal, Los Miserables, impresa por primera vez en 1861 y reeditada en innumerables ocasiones, tanto en francés como traducida a otros idiomas.

Como todo clásico, Los Miserables ha sido objeto de múltiples adaptaciones – cinematográficas, televisivas e, incluso, radiofónicas- , pero ha corrido a cargo del teatro musical producir la adaptación más conocida y, sin duda, exitosa; no en vano, el musical Los Miserables, todo un referente en su género, se ha convertido en una de las piezas teatrales más representadas de todos los tiempos.

Con motivo de su 25 aniversario, este clásico entre clásicos estrenó un nuevo montaje, que es el que ha llegado a España, primero a Madrid – en el Teatro Lope de Vega – y ahora, y por poco tiempo, a Barcelona – en el Barcelona Teatre Musical-, cosechando un éxito rotundo en ambas ciudades; de hecho, quien suscribe estas líneas tuvo la oportunidad de asistir a sendas representaciones en Madrid y Barcelona y en ambas ocasiones halló el aforo completo y a un público totalmente volcado.


No existe una única razón que explique el éxito de este musical – no sólo en España sino allá por donde se ha escenificado -, aunque la primera cabría hallarla en la brillante adaptación de la obra de Víctor Hugo. Una adaptación que consigue plasmar en tres horas de escenificación lo que la pluma del virtuoso narrador escribiera en mil quinientas páginas; unas páginas de las que se rescata una convulsa y oscura París, escenario privilegiado de esta historia de redención aderezada con capítulos de historia colectiva y que, en su versión musical, combina humor y drama con acierto y con un ritmo y tono que no permiten que la función ni la atención del espectador decaigan en ningún momento.

Por supuesto, la actuación en directo de una orquesta, unas canciones sumamente conocidas y, sobre todo, una fantástica puesta en escena, donde se combinan magníficos escenarios y efectos audiovisuales (a destacar especialmente el inicio de la función con los reos de las galeras remando y clamando piedad o la lucha del pueblo contra el ejército) son razones que casi por sí solas ya podrían explicar la afluencia de público a las salas españolas, aún a pesar del monto de la entrada y de la época que vivimos.

Sin embargo, la razón principal del éxito de Los Miserables se debe sin duda alguna a un magnífico plantel de actores – muy jóvenes, en su mayoría- que fueron seleccionados con el beneplácito del productor británico Cameron Mackintosh y que cumplen su cometido con un virtuosismo digno de encomio. De hecho, invitamos a todos los interesados a consultar sus trayectorias a través de la página oficial del musical; desde aquí, eso sí, no podemos dejar de citar a los inconmensurables Gerónimo Rauch (Jean Valjean), Ignasi Vidal (Javert), Guido Balzaretti (Marius) y Daniel Diges (Enjolras), quienes, con sus prodigiosas voces y su buen hacer en escena, parecen nacidos para unos papeles que bordan a la perfección.

Pocas veces se invierte tan bien el dinero y el tiempo. Chapeau!

6 de enero de 2012

Criadas y señoras. Una historia de insoportable racismo





Criadas y señoras es una de esas películas que, a falta de una buena promoción, suelen pasar desapercibidas allá por donde se estrenan. Sin embargo, y para sorpresa de muchos, su éxito en la cartelera norteamericana la ha convertido en uno de los sleepers del año (término éste de traducción imposible en un único sustantivo y que hace referencia al éxito inusitado de un film en principio modesto y de escaso presupuesto).

Su director y guionista, el actor Tate Taylor – que ya hiciera su debut tras las cámaras unos años antes –, se basó en la obra homónima de la escritora Kathryn Stockett para filmar la historia de un grupo de mujeres, blancas y negras, que conviven durante los años sesenta en la ciudad de Jackson, sita en el estado de Mississippi.

Sin embargo, la en un principio plácida ciudad sureña se revelará pronto como un hervidero de hostilidades y odios acervados por parte de una clase media blanca que todavía no parece tener muy claro que la esclavitud fue abolida un siglo antes y tras una guerra civil que dividió a su país entre dos territorios, el norte y el sur, y a punto estuvo de seccionarlo en dos naciones.

La llegada a la ciudad de una recién licenciada, aspirante a escritora y perteneciente a esa clase media, amenazará con romper el frágil status quo entre las señoras blancas y sus criadas negras y servirá para denunciar las deplorables condiciones en las que vivían estas últimas al servicio de unas casi siempre despóticas jefas, que podían llegar incluso al extremo de construir cuartos de baño fuera de sus casas para no verse en la tesitura de compartir los suyos con quienes consideraban portadoras de las más contagiosas y malignas enfermedades; unas portadoras que, en muchas ocasiones, habían asumido las labores de auténticas madres, al criarlas y prácticamente educarlas, mientras sus propios hijos eran dejados al cuidado de otros.



Criadas y señoras, no obstante, no se queda ahí sino que también denuncia la actitud de algunos hombres afroamericanos que no solamente sometieron a sus esposas a una violencia verbal y/o física sino que muchas veces delegaron en ellas el sustento de sus familias.

Taylor, sin embargo y muy acertadamente, opta por una combinación de drama y comedia para matizar el maniqueísmo del que pecan algunos de sus personajes y para aligerar la tensión que provoca en el espectador asistir a un ambiente de un racismo insoportable.

Tampoco redundará Taylor en el dolor, aunque no evitará mostrar los aspectos más sangrantes de la segregación racial, salpicándolos con hechos y personajes históricos, como las acciones del Ku Klux Klan o la esperanza que la población negra depositó en el presidente Kennedy y en aquel hombre de paz que fue Martin Luther King.

A destacar finalmente que esta espléndida película cuenta con un plantel de actrices absolutamente fantásticas de las cuales nos negamos a citar sus nombres, pues sería injusto privilegiar unos sobre otros y no hay espacio para incluirlos a todos.  

Pocas veces más de dos horas de metraje se hacen tan cortas.

4 de enero de 2012

El proceso. Un cómic kafkiano





Al gran Franz Kafka le faltaron años de vida para ver publicada y reconocida su obra. O quizá no. Quizá fue una muerte prematura lo que hizo posible que su trabajo, especialmente su libro  más emblemático, El proceso, viera la luz y haya recibido desde entonces los parabienes de varias generaciones de críticos literarios.

De hecho, si El proceso y otros trabajos del autor checo de lengua alemana fueron publicados se debe exclusivamente a una traición. La traición de su amigo, el periodista Max Brod, al incumplir su promesa de quemar todo el trabajo del escritor, realizado durante mucho tiempo por las noches, tras una larga jornada laboral desempeñando un trabajo anodino.

Así, y gracias a Brod, El proceso fue publicado de manera póstuma en 1925 y, durante todos estos años, su argumento ha sido objeto de diversas adaptaciones, tanto cinematográficas como teatrales. Sin embargo, hasta ahora nadie había osado plasmar esta obra en un formato de novela gráfica, cosa que no deja de extrañar, pues su trama surrealista – que diera pie, junto con el resto de la obra de su autor, a la acuñación del término kafkiano-  se prestaba a una fácil plasmación en tira cómica.

Si finalmente la traslación de la obra de Kafka al Noveno Arte se ha materializado ha sido gracias a la unión creativa de David Zane Mairowitz, dramaturgo estadounidense especializado en la obra del escritor checo, y de Chantal Montellier, una de las artistas más afamadas de la novela gráfica francesa.

El resultado ha sido una obra espléndida, donde sus autores han conseguido reflejar los complejos sentimientos – fruto de la angustia, frustración y sufrimiento – a los que se enfrenta el protagonista de esta historia desde que una buena mañana unos policías acceden a su vivienda para comunicarle que ha sido acusado y que está en vías de ser procesado por unos hechos de los cuales no le facilitarán detalle alguno.

Así se inicia una narración que, al igual que en la obra original, irá adquiriendo unos tintes tan surrealistas que derivarán en una tonalidad definitivamente kafkiana viñeta tras viñeta y a medida que Joseph K., el personaje principal, se pierda en unas circunstancias que le van a superar y a sumir en un estado de desconcierto y de desesperación.

Sabiamente, Mairowitz y Montellier, en este trabajo conjunto, han optado por el blanco y negro y por unos personajes con un trazado absolutamente realista – en el que destaca la gran expresividad de sus ojos- para plasmar un ambiente oscuro, sórdido, onírico, al que han aderezado con una serie de calaveras que saltan de una viñeta a otra y que, con su siniestro aspecto, parecen asistir divertidas a los diversos estados de ánimo del personaje descrito por Kafka. Un personaje, por cierto, que guarda un gran parecido físico con el propio escritor, lo que realza aún más el hecho de que Kafka vertiera grandes dosis autobiográficas en esta obra (como su poco vocacional trabajo o una, al parecer, no muy estable vida sentimental).

Resulta obvio que ninguna adaptación, por buena que sea, puede hacer prescindible su fuente original. La presente obra no es una excepción, pero sí es una oportunidad excelente para revisar la obra de Kafka - y su crítica a la sociedad - en una disciplina, el cómic, cada vez más reconocida en el, a veces, hermético mundo del arte.

2 de enero de 2012

Parque Memento. Un museo único



Muchos son los motivos que pueden impeler a pasar unas vacaciones en la bella capital de Hungría. Sus emblemáticos monumentos, sus calles cargadas de historia, sus muchos cafés con una clara impronta vienesa o su propio origen – fruto de la unión de las ciudades Buda y Pest -son testimonio del esplendor que otrora gozara la que llegó a ser la segunda ciudad más importante del extinto Imperio Austro-Húngaro.

Budapest es hoy una ciudad impregnada de una cierta decadencia que, lejos de mostrarse desmemoriada, hace honor a los muchos acontecimientos históricos de los cuales ha sido importante escenario.

Una muestra de ese afán por preservar su historia lo constituye uno de los museos más atípicos e interesantes del mundo, el Parque Memento. Un parque museo único en su concepción y contenido que, diseñado por el arquitecto Ákos Eleöd, fue inaugurado hace ahora casi dos décadas y es actualmente una de las mayores atracciones de la ciudad y una apuesta por la conservación de las esculturas más emblemáticas de la época comunista que, en otros países que giraron bajo la égida del comunismo, quedaron reducidas a escombros en la década de los 90 del pasado siglo.

El Parque Memento es un imán especialmente poderoso para el turista ávido de historia, quien podrá no solamente contemplar muy de cerca numerosas estatuas, bustos o monumentos de la Hungría comunista sino contrastar la gran diferencia de estilos entre este tipo de producción artística, de dimensiones gigantescas, y la arquitectura civil conformada por los edificios colmena, masas de hormigón salpicadas de ventanucos, que se erigieron en los barrios más alejados del centro histórico durante el período comunista.

De hecho, las representaciones que el museo conserva de figuras como Lenin, Marx o Engels, así como de diversos dirigentes húngaros y mártires del comunismo, son enormes; aunque si hay una figura que destaca por encima del resto - por sus ciclópeas proporciones; mide más de 6 metros- es la del llamado soldado soviético libertador, que lleva colgada una metralleta al cuello y blande en una mano una bandera con la hoz y el martillo, y que en su momento se erigió en el monte Gellért -un lugar muy visible desde muchos puntos de la ciudad-, deviniendo uno de los emblemas de Budapest.

El Parque Memento, no obstante, no sólo da cobijo a representaciones humanas reconocibles o figuras arquetípicas sino también a diversos monumentos, como el dedicado a las brigadas internacionales de la Guerra Civil Española o una de las máximas atracciones del museo, las monumentales botas de Stalin, el único resto visible de lo que un día fuera, antes de ser derribada por la multitud, una estatua enorme.

El museo cuenta, además, con una tienda  – La Estrella Roja -, donde se puede adquirir merchandising de la época comunista, una sala de exposiciones – porque este parque también es escenario de diversas actividades culturales y alberga algunos festivales – y una sala de proyección.

Finalmente, destacar que el Parque Memento dispone de una línea especial de autobús con un guía que, durante el trayecto, ofrece una relación detallada de este lugar de visita ineludible

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