No corren buenos tiempos para el Gran Teatre del Liceu, el teatro más antiguo y emblemático de la Ciudad Condal, símbolo de toda una época en la que la aristocracia y burguesía catalanas aunaron fuerzas para convertirlo en lo que hoy es, uno de los cosos operísticos más célebres del continente europeo.
Las nada halagüeñas noticias que está vertiendo la prensa apuntan a que se producirá en breve el temido Expediente de Regulación de Empleo (ERE), que comportará su cierre durante los meses de marzo y junio, con el consiguiente perjuicio para sus trabajadores y la cancelación de obras programadas desde hace meses, lo que no sólo va a mancillar el buen nombre del Liceu sino que acarreará un gran desembolso de dinero para poder resarcir tanto a espectadores como a artistas por los inconvenientes causados.
Al parecer, los problemas económicos del Liceu no se deben únicamente a los recortes generalizados que está sufriendo el mundo de la cultura (sector muy dependiente de la subvención estatal y, en consecuencia, sujeto a vaivenes políticos) sino que podría ser consecuencia de una mala gestión que, entre otras cosas, no habría cuidado en demasía el papel de los patrocinadores, cuyas aportaciones han decrecido un 31% en los últimos años.
Esta situación contrasta fuertemente con la del Teatro Real de Madrid, cuyos ingresos provenientes del patrocinio no han dejado de aumentar, lo que presumiblemente lo ha convertido en un ejemplo más que viable de un modelo mixto – público y privado – para la producción y difusión cultural.
De hecho, un género como el operístico, históricamente deficitario en todo el mundo (en cuanto a que su inversión no queda casi nunca cubierta por la venta de entradas, aún a pesar del elevado precio de éstas), requiere forzosamente de un apoyo estatal. Un apoyo que, en plena época de recesión, debe ser secundado- que no suplido- por ayudas provenientes del sector privado, lo que redunda más si cabe en la necesidad de abogar por una auténtica Ley de Mecenazgo, parecida a las promulgadas en países como el Reino Unido o Francia, donde, con unas desgravaciones fiscales que pueden alcanzar hasta un 70%, ha dado buenos resultados
Por otra parte, tampoco cabe olvidar que tanto la construcción como el ulterior mantenimiento del Liceu – nacido de la voluntad de promover la enseñanza musical – se debieron a la acción de la sociedad civil, lo que ha convertido al gran teatro operístico en una rara avis dentro de los teatros de su género en Europa, construidos y sufragados en su momento por sus respectivas monarquías. Además, y ya en el siglo XX, ese papel de la sociedad civil – con su implicación y aportaciones económicas – fue también sumamente importante en la rápida reconstrucción del Liceu cuando éste fue pasto de las llamas en 1994.
El Gran Teatre del Liceu se halla ahora mismo en una confluencia de caminos que pueden conducirlo a su ocaso o a un renacer fuertemente impregnado por sus propios orígenes. Sin embargo, tras sobrevivir a dos incendios, a una expropiación y a un atentado, cabría esperar que se encuentre la fórmula adecuada para tomar la senda correcta.
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