29 de agosto de 2012

El momento en que todo cambió. Amor y tragedia en una ciudad dividida





Autor de reconocida fama en Francia – donde se le ha llegado a conceder el prestigioso título de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras -, el norteamericano Douglas Kennedy no es, sin embargo, demasiado conocido por estos lares, aunque buena parte de su obra haya sido traducida al castellano. De hecho, su último libro, El momento en que todo cambió, ha llegado puntual a las librerías españolas tras haberse editado en Estados Unidos a principios de año y, cuenta, hasta la fecha, con el beneplácito de la crítica.

No obstante, y a pesar de ese buen acogimiento, es muy posible que la temática de la última obra de Douglas Kennedy  – la idea del encuentro entre almas gemelas – pueda producir ciertas reticencias entre los lectores que no conozcan el trabajo anterior del escritor norteamericano y que tiendan a huir despavoridos ante historias que intuyan como dramas desaforados.

El momento que todo cambió, como se puede entrever prácticamente desde su inicio, es una obra mucho más compleja que no se reduce a una historia de amor con momentos desgarradores - aunque plasmados con la mayor de las sobriedades –, sino que es el hilo conductor a través del cual se construye una narración que, con fuertes dosis de novela de espionaje e histórica, ofrece al lector una profunda reflexión sobre los sentimientos de culpa y pérdida, los ardides de la mente para regresar improvisadamente a los momentos que marcan la existencia, la melancolía ante el recuerdo de lo que pudo haber sido y no fue y, sobre todo, la capacidad de elección individual y el poder de las decisiones.

A la vista de su magnífico resultado, no cabe duda de que Kennedy se ha rendido a una intensa labor de investigación histórica para retratar el Berlín de 1984 – un claro guiño a la obra de George Orwell, como ha admitido el propio Kennedy en más de una ocasión –, una ciudad que, infectada de espías, fue escenario de no pocos episodios de vulneración flagrante de los derechos humanos.

Uno de los mayores aciertos de Kennedy, además, lo constituye su voluntad por huir de las posturas panfletarias - a las que siempre puede dar pie el relato de una historia enmarcada en la Guerra Fría- , incidiendo en el hecho de que las víctimas son víctimas independiente de quien sea su verdugo, algo que, la mayor parte de las veces y como consecuencia de nuestras filias y fobias por una determinada postura ideológica, tendemos a olvidar; una reflexión que nos lleva a recordar, asimismo, que la Historia no ofrece ejemplos de sistemas totalitarios – sea cual sea su color político o sus supuestas buenas intenciones – que no se hayan manchado las manos de sangre y no hayan intentado aleccionar, con más o menos éxito, a los ciudadanos por los que supuestamente velan o velaban.

El momento que todo cambió resulta, en definitiva y a pesar de sus más de 700 páginas, una lectura totalmente envolvente que se devora con fruición y que, una vez finalizada, se antoja sumamente breve. Ello se debe no sólo a los hechos que narra, sino a la siempre virtuosa pluma de Kennedy, quien, en su afán por huir de los consabidos – y ya muy cansinos – clichés del artista atormentado y de la supuesta dificultad intrínseca para comprender el arte de qualité, alejado por completo de la gran masa -, dota a su obra con un estilo ágil, desprovisto de ampulosidades y enrevesamientos, y retrata portentosamente a unos personajes de hondo calado psicológico.


22 de agosto de 2012

Prometheus. Un film decepcionante




Hace ahora 33 años, Ridley Scott facturó uno de los films de ciencia ficción más valorados de la historia del cine. No es por ello extraño que el rodaje y postproducción de la nueva obra del director británico, una película que, a todas luces, parecía ser una precuela de Alien, haya creado tantísima expectación, máxime cuando los vídeos promocionales de Prometheus, a cual más impactante, prometían al espectador toda una experiencia visual a la altura del terrorífico y mítico film estrenado en 1979.

Lamentablemente, la decepción más absoluta hace mella en el espectador poco después de iniciado el metraje, ya que Prometheus – un título que pretende enlazar con la mitología griega – cuenta con un guión que hace aguas por todas partes y que presenta más agujeros que un queso de gruyere, abriendo diferentes hilos argumentales que dejan cabos sueltos por doquier, tratando de engañar al espectador con escenas más que manidas – las primeras bajas en la tripulación son prácticamente de chiste -, presentando personajes prácticamente planos que actúan de forma muy diferente a lo que apuntan sus palabras… En fin, un despropósito tras otro al que habría que añadir que se parte de una aproximación histórica demencial, que mezcla, alegremente y sin pudor alguno, diferentes períodos históricos y culturas lejanas entre sí, intentando con ello dar a entender que nuestros más remotos antepasados tenían más claves que los hombres del siglo XXI para responder a las preguntas más antiguas y enigmáticas de la humanidad.

Además, y por si las insuficiencias del guión no fueran pocas, Prometheus se ha valido de una banda sonora con claras reminiscencias a película de aventuras de Spielberg - ¡¿qué ha sido de la impresionante música que acompaña el corte promocional más impactante del film?! –, lo que lastra, más si cabe, el desarrollo de una historia que se pretende grandiosa.



Sería injusto, eso sí, obviar los puntos positivos del último trabajo de Ridley Scott, pues Prometheus ha contado con una acertada elección en un casting donde brilla, como ya nos tiene acostumbrados, el sin par Michael Fassbender, quien, con su estudiado lenguaje corporal y la amplia gama de sutiles expresiones que su rostro tan bien sabe reflejar, muestra, una vez más, que el suyo es un talento portentoso.

Interesante también resulta el planteamiento de la obsesión del magnate Weyland – el personaje que corre con todos los gastos de la expedición – por huir de la muerte a cualquier precio. No obstante, tan sugerente tema - ¿no son, en general, las obras de ciencia ficción un intento de dar respuesta a los grandes enigmas de la humanidad? – queda reducido a un mero esbozo que no halla en el guión que lo sustenta una congruencia mínima, aunque esté claramente concebido con afán de continuidad, lo cual dependerá, por supuesto, del éxito de Prometheus en taquilla.

Es evidente que un director de cine no tiene porqué ser un historiador o un científico, pero sí debe ser o, al menos, contar con un guionista eficiente. Los errores históricos o científicos se hubieran podido perdonar de haber contado Prometheus con un guión inteligente en cuanto a coherencia y pulso narrativo y, sobre todo, si se hubiera prescindido de esa insana grandilocuencia, supuestamente mística, de la que hace gala el film.

En fin, quien espere hallar en Prometheus al autor de Alien o Gladiator – que, por cierto, estaba repleta de inexactitudes y errores históricos pero contaba con un excelente pulso narrativo – va a abandonar la sala tremendamente decepcionado.


15 de agosto de 2012

Némesis. Una lectura absolutamente sublime


Dedicado a nuestro querido tío José Fortes Fortes, Doctor en Griego y profesor jubilado de Lingüística Indoeuropea de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), una mente preclara y brillante como pocas y un ser humano absolutamente excepcional.
Te queremos. Te añoramos. Sònia y Rosa


Los ecos de una contienda lejana geográficamente – la Segunda Guerra Mundial – empiezan a diluirse en el caluroso verano de 1.944 cuando Estados Unidos sufre una de las más virulentas epidemias de poliomielitis de su historia. La enfermedad – cuya vacuna se crearía diez años más tarde – hace estragos en la localidad de Newmark, Nueva Jersey, principalmente en la zona judía.

Partiendo de este hilo argumental, Philip Roth regala a sus incondicionales una lectura sublime, una obra articulada en tres actos y escrita en un rico estilo narrativo, sutil y conciso, que huye por completo del drama más desaforado al que fácilmente podría prestarse una historia centrada en una enfermedad especialmente cruel para con los niños, a los que arrebataba la vida en un suspiro o condenaba a una invalidez permanente.

Sin embargo, más que una crónica pormenorizada de una enfermedad cuyo origen apenas si se intuía entonces, Némesis es, ante todo, una profunda reflexión sobre la autodestrucción generada por un sentimiento de culpa llevado al extremo y una historia que interpela al lector con numerosas preguntas que el escritor norteamericano no quiere, o no puede, contestar.

La narración de Roth se centra en un momento muy concreto en la vida de su principal personaje, el joven instructor deportivo Bucky Cantor, un huérfano educado por su abuelo materno en el convencimiento de que el instinto de superación y unos sólidos principios morales son los únicos asideros viables para hacer frente a los inevitables embates de la vida. Unos principios que se resquebrajarán al ahondarse su sentimiento de culpa – arraigado desde edad temprana al saberse responsable involuntario del fallecimiento de su madre – cuando no pueda acudir, junto a sus amigos de la infancia, al frente europeo para luchar contra la barbarie del nazismo y deba, en consecuencia, quedarse en su ciudad, donde, impotente, habrá de asistir a la muerte de alguno de sus alumnos.

El sentimiento de culpa de su protagonista también permitirá a Roth abordar las miserias humanas – odio, rencor, incomprensión, racismo – de las que puede hacer gala el ser humano ante una enfermedad que se revela como un enemigo desconocido e implacable, lo que impele al lector a no pocas reflexiones sobre el significado de la vida – es absolutamente prodigiosa la escena final del libro, que no revelaremos, si se contrapone a todo lo que antecede – y algo tan intrínseco a ésta como la propia muerte.

No menos interesante resulta la reflexión sobre la misericordia de Dios o su propia existencia, que Roth expone a través de su personaje, quien, mostrando un odio exacerbado, se proclamará ateo, aunque su actitud - alejada por completo de la usual indiferencia del agnóstico- no pueda ocultar que, tras su categórica negación, se oculta un creyente profundamente decepcionado ante un Hacedor cuyos designios inescrutables no entiende ni mucho menos comparte.

Némesis es, en definitiva, una obra exquisita, profunda y hermosa que pone de manifiesto, una vez más – y esperemos que sigan siendo muchas, muchísimas más –, el enorme talento narrativo de un maestro de virtuosa pluma y un retratista humano de portentoso talento.  No tarde demasiado, Sr. Roth, en regalarnos una obra tan magistral como la que nos ocupa. 


1 de agosto de 2012

El caballero oscuro. Una joya del mejor cine de acción




Héroe de acción por excelencia, Batman es también todo un icono de la cultura estadounidense desde que en el año 1939, meses antes de estallar la Segunda Guerra Mundial, apareciera por primera vez en las páginas de la revista Detective Comics.

No son pocas las adaptaciones que desde entonces han llevado a la pantalla – grande y pequeña – las peripecias del atormentado hombre murciélago. Desafortunadamente, no todas esas traslaciones al formato audiovisual han sido siempre acertadas, especialmente la serie facturada en los años 60 y repleta, cual viñetas de cómics con sus preceptivos bocadillos, de unas interjecciones - como zas, puf o boom -  que hoy día lucen terriblemente démodés.

Mención aparte merecen las dos magníficas adaptaciones firmadas por Tim Burton hace más de dos décadas. De hecho, cuando Christopher Nolan – en connivencia con su hermano, el guionista Jonathan Nolan - se propuso llevar de nuevo a la gran pantalla el universo Batman en una trilogía, nada hacía sospechar que, con su breve trayectoria, el director británico iba a lograr superar, con las dos primeras entregas, el trabajo del autor de Eduardo Manostijeras.

Con estos antecedentes, la expectación ante la última entrega de la trilogía de Nolan era máxima; afortunadamente, la espera ha valido la pena y el último film del director británico supone un final absolutamente épico, espectacular y deslumbrante. A ello ha contribuido sobremanera la fortaleza de un sólido guión – que, como los anteriores, ha dotado a sus máximos protagonistas de todo un calado psicológico que reniega de los arquetipos más planos y maniqueos –, unas escenas de acción increíblemente bien ejecutadas gracias a los impactantes montajes a los que Nolan tiene acostumbrados a sus seguidores, la fantástica banda sonora de Zimmer y, en general, las efectivas interpretaciones de sus principales actores, especialmente del irreconocible Tom Hardy.


El Caballero Oscuro: la leyenda renace, sin embargo, no es sólo un film trepidante como pocos – sus casi tres horas de metraje se antojan breves –, sino que está imbuido de una reflexión casi poliédrica que, dados los tiempos que corren, más de uno podría tachar de conservadora e, incluso, perversa. Y es que el caos al cual sucumbirá esa Nueva York disfrazada de Gotham - libre ya de los peores crímenes pero no de las desigualdades sociales – vendrá precedido de todo un discurso contra banqueros y poderosos y sazonado con ecos de la lucha de clases. De hecho, ese proclama proferida por el villano del film – que se ve antecedida por la advertencia del personaje de Catwoman sobre una próxima tormenta que habrá de subvertir  un sistema en el que el que la riqueza se halla sumamente mal repartida - recuerda poderosamente las causas que llevaron a derrocar, ahora hace casi un siglo, el régimen zarista. Si a ello, además, se suma la obsesión de otro de los personajes por subsanar todo el entuerto desde dentro de la ciudad – en un símil nada disimulado del propio sistema – las reflexiones que suscita el último film de Nolan bien pudieran resultar más que inquietantes - ¿estamos ante el cambiar todo para que nada cambie, como apuntara el Príncipe de Salina en la magistral El Gatopardo?

Ahí es nada para un film de acción. Un film casi perfecto de haber existido más química entre Christian Bale y Anne Hathaway, haber contado con una mejor interpretación por parte de Marion Cotillard – ¿dónde está el talento que derrochara en La vie en rose? -  y, por supuesto, de haber obviado tópicos tan de manual como la bomba nuclear, - McGuffin utilizado hasta la saciedad  - o la figura casi mesiánica de un anciano ciego y preso en una prisión inexpugnable de un país musulmán, lo que inevitablemente remite al terrorismo islámico.
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