Autor de reconocida fama en Francia – donde se le ha llegado a conceder el prestigioso título de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras -, el norteamericano Douglas Kennedy no es, sin embargo, demasiado conocido por estos lares, aunque buena parte de su obra haya sido traducida al castellano. De hecho, su último libro, El momento en que todo cambió, ha llegado puntual a las librerías españolas tras haberse editado en Estados Unidos a principios de año y, cuenta, hasta la fecha, con el beneplácito de la crítica.
No obstante, y a pesar de ese buen acogimiento, es muy posible que la temática de la última obra de Douglas Kennedy – la idea del encuentro entre almas gemelas – pueda producir ciertas reticencias entre los lectores que no conozcan el trabajo anterior del escritor norteamericano y que tiendan a huir despavoridos ante historias que intuyan como dramas desaforados.
El momento que todo cambió, como se puede entrever prácticamente desde su inicio, es una obra mucho más compleja que no se reduce a una historia de amor con momentos desgarradores - aunque plasmados con la mayor de las sobriedades –, sino que es el hilo conductor a través del cual se construye una narración que, con fuertes dosis de novela de espionaje e histórica, ofrece al lector una profunda reflexión sobre los sentimientos de culpa y pérdida, los ardides de la mente para regresar improvisadamente a los momentos que marcan la existencia, la melancolía ante el recuerdo de lo que pudo haber sido y no fue y, sobre todo, la capacidad de elección individual y el poder de las decisiones.
A la vista de su magnífico resultado, no cabe duda de que Kennedy se ha rendido a una intensa labor de investigación histórica para retratar el Berlín de 1984 – un claro guiño a la obra de George Orwell, como ha admitido el propio Kennedy en más de una ocasión –, una ciudad que, infectada de espías, fue escenario de no pocos episodios de vulneración flagrante de los derechos humanos.
Uno de los mayores aciertos de Kennedy, además, lo constituye su voluntad por huir de las posturas panfletarias - a las que siempre puede dar pie el relato de una historia enmarcada en la Guerra Fría- , incidiendo en el hecho de que las víctimas son víctimas independiente de quien sea su verdugo, algo que, la mayor parte de las veces y como consecuencia de nuestras filias y fobias por una determinada postura ideológica, tendemos a olvidar; una reflexión que nos lleva a recordar, asimismo, que la Historia no ofrece ejemplos de sistemas totalitarios – sea cual sea su color político o sus supuestas buenas intenciones – que no se hayan manchado las manos de sangre y no hayan intentado aleccionar, con más o menos éxito, a los ciudadanos por los que supuestamente velan o velaban.
El momento que todo cambió resulta, en definitiva y a pesar de sus más de 700 páginas, una lectura totalmente envolvente que se devora con fruición y que, una vez finalizada, se antoja sumamente breve. Ello se debe no sólo a los hechos que narra, sino a la siempre virtuosa pluma de Kennedy, quien, en su afán por huir de los consabidos – y ya muy cansinos – clichés del artista atormentado y de la supuesta dificultad intrínseca para comprender el arte de qualité, alejado por completo de la gran masa -, dota a su obra con un estilo ágil, desprovisto de ampulosidades y enrevesamientos, y retrata portentosamente a unos personajes de hondo calado psicológico.
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