31 de octubre de 2012

Veinticinco años con los Cines Verdi




Esta pasada semana celebraban su veinticinco aniversario los emblemáticos Cines Verdi de Barcelona. Lejano queda ya, transcurridos esos cinco lustros, aquel 23 de octubre de 1987, fecha en la que se inauguraron las primeras tres salas del hoy considerado cine de referencia para cualquier barcelonés amante del Séptimo Arte, servido siempre en versión original subtitulada.

El prestigio cosechado por los Cines Verdi a lo largo de sus más de dos décadas de existencia se ha visto, sin duda, reflejado en la proliferación de sus salas. Así, poco después de su apertura, en 1992 – año especialmente importante para la Ciudad Condal – se anexionó el espacio que hasta entonces ocupaba una discoteca adyacente, lo que hizo posible la creación de las salas 4 y 5. Apenas tres años después, en 1995, nacían los Cines Verdi Park – un complejo de cuatro salas ubicado, muy próximo, en una calle paralela – y, ya iniciado el nuevo milenio, en 2002, los Verdi aterrizaban en Madrid.

A lo largo de todos estos años, la programación de este cine no sólo ha conseguido crear un público fiel, sino que ha sido merecedora de numerosos y prestigiosos premios, como el Sant Jordi, por citar sólo un ejemplo.

Sin embargo, ¿se puede entender la historia de los Cines Verdi de no haber mediado la firme voluntad de un empresario visionario como Enric Pérez? Obviamente, no.

Hace unos años, en un excelente trabajo de investigación firmado por Lluís Bonet y Francesc Almacelles [1] - una lectura imprescindible para todo gestor cultural – se estudiaba la gran labor como agitador cultural de Enric Pérez, un antiguo trabajador de la Filmoteca de Catalunya y cinéfilo empedernido, que adquirió un cine de barrio en uno de los peores momentos, cuando la oferta cinematográfica de la capital catalana estaba controlada por dos empresas – Balañá y Cinesa – y los pequeños cines habían empezado a echar el cierre – como consecuencia principal, aunque no única, de la irrupción de los canales privados de televisión y su competitiva programación, entonces trufada de numerosas emisiones cinematográficas.

Lejos de amedrentarse con tan desoladora situación, Pérez optó por programar films en versión original subtitulada – en un principio entre semana y posteriormente, y tras un inusitado éxito con la proyección de una obra de Stanley Kubrick, también los fines de semana -, atrayendo así a un importante sector del público aficionado al Séptimo Arte.

Si bien es cierto que desde hace unos años operan en Barcelona otras salas de versión original con programación de calidad, los Verdi – a pesar de algún más que cuestionable título comercial – han conseguido mantener a esos espectadores afines a la versión original y a los films de culto y procedentes de países con cinematografías poco conocidas para el gran público.

Por otra parte, no deja de ser meritorio que, dada la crisis del cine en versión original que padece Barcelona, los Verdi se mantengan como un auténtico referente. Por ello, las autoras de este blog, fieles desde hace numerosísimos años a la programación de este cine, no podemos dejar de felicitar muy calurosamente a quienes hacen posible no solamente una programación de calidad, sino también un espacio de encuentro único.


[1]BONET, Lluís; ALMACELLES, Francesc. "La recuperación de la versión original: el caso de los cines Verdi". En: Gestión de proyectos culturales : análisis de casos. Barcelona : Ariel, 2009.


24 de octubre de 2012

La isla de los olvidados. Otra interesante muestra de cine nórdico





Situada a una hora escasa de Oslo, la Isla de Bastøy, da hoy cobijo a una de esas prisiones noruegas que tanta controversia han suscitado en los medios de comunicación – especialmente a raíz del caso Breivik – por las condiciones dispensadas a asesinos y delincuentes. Lejos queda la dura vida – marcada por una austeridad llevada al extremo y por innumerables abusos psíquicos y físicos – a la que hubieron de hacer frente los jóvenes internados en el correccional, que, emplazado en el mismo lugar, estuvo activo desde 1900 hasta 1953.

Basada en hechos reales, Kongen av Bastøy (El rey de Bastøy) – título original de La isla de los olvidados – se centra en los momentos que antecedieron la rebelión protagonizada por unos jóvenes internos en la primavera del ya lejano 1915.


La temática de La isla de los olvidados, inscrita dentro del género carcelario, bien pudiera provocar una sensación de déjà vu entre los espectadores que hayan tenido ocasión de visionar su video promocional. Sin embargo, y aunque la cinta no esté por completo desprovista de algunos de los elementos más arquetípicos de este género – cierto maniqueísmo y un final previsible –, el noruego Marius Holst ha conseguido un film inquietante, repleto de momentos angustiosos – que no lacrimógenos – y sumamente sutil en la descripción de los hechos que trastocaron momentáneamente la gestión del correccional.

En ese resultado han influido, sin duda, un sólido guión – en el que se ha privilegiado la construcción de unos personajes con hondura psicológica y se ha obviado el fácil recurso de la violencia gratuita – y un reparto más que solvente, encabezado por el siempre efectivo Stellan Skasgard y un grupo de intérpretes muy jóvenes pero notables, aunque algunos de ellos no sean profesionales, ya que Holst quiso contar, desde el inicio, con ex internos de centros de menores.

Esas interpretaciones – sabiamente dirigidas hacia la contención y no a la siempre accesoria sobreactuación de la que se hace gala en otros filmes con un trasfondo tan duro como éste -, son secundadas por un tercer protagonista, el frío inclemente, ya que Holst trocó la primavera, momento en el que ocurrieron los hechos, por el gélido invierno noruego, lo que redunda, más si cabe, en la desazón que siente el espectador ante los hechos descritos.

Los atributos de La isla de los olvidados no se reducen, sin embargo, a esos acertados intérpretes y guión, ya que el film noruego - coproducido con Suecia, Francia y Polonia – cuenta también con una excelente fotografía, una muy interesante banda sonora y un montaje más que bien articulado, aunque poco arriesgado. Además, y si bien se echa en falta una explicación final sobre lo acontecido tras la rebelión protagonizada por los jóvenes reclusos y sobre más de una escena en la que se bordean más de lo necesario los consabidos arquetipos carcelarios, la mejor baza del film de Holst radica en las preguntas y reflexiones varias que su visionado plantea – la necesidad de la unión frente a la opresión, el sinsentido de una disciplina llevada al extremo o el peligro de que el poder se concentre en unas pocas manos – muy significativo es en ese sentido el título original del film, El rey de Bastøy.

La isla de los olvidados es, sin duda y en definitiva, una muestra más del casi siempre interesante cine nórdico, ése que nos llega en cuentagotas por estos lares pero que, generalmente, siempre deja un grato sabor de boca.


17 de octubre de 2012

Las horas distantes. Ms Morton acierta de nuevo



Sin duda, a quien ya haya saboreado la exquisita prosa de Kate Morton – La casa de Riverton y El jardín olvidado – pocas páginas bastan para constatar que la escritora australiana ha vuelto a repetir el esquema que tantas buenas críticas y réditos le ha reportado – intrincadas historias a caballo entre dos épocas y ambientadas principalmente en Inglaterra – para urdir la trama de la envolvente y romántica Las horas distantes, su última obra publicada.



La repetición de tan aclamado esquema no debiera inducir a pensar, sin embargo, que nos hallamos ante la repetición de una misma historia. Nada más lejos de la realidad, pues, si bien Las horas lejanas vuelve a entrelazar presente y pasado con suma pericia, su narración es una historia completamente original, articulada en torno a una obra, La verdadera historia del hombre de barro, escrita por un laureado escritor victoriano llamado Raymond Blythe y que no es más que otra de las criaturas surgidas de la portentosa imaginación de Kate Morton.

Precisamente, uno de los mayores logros de la escritora australiana en esta tercera obra es la inclusión de párrafos de ese libro ficticio, una historia que Kate Morton, buena conocedora de la literatura anglosajona, sabe presentar como si de una obra original victoriana se tratase.

Mención aparte merecen el magistral retrato de personajes - provistos todos ellos de un remarcable calado psicológico - a excepción de Eddie, una de las principales protagonistas, cuya descripción, en algunos momentos, bordea peligrosamente manidos clichés- y el encaje sin fisuras, y con una magnífica ambientación, de los constantes saltos en el tiempo y las múltiples tramas que va descubriendo el lector a medida que progresa en su lectura.

Por otra parte, y como en sus antecesoras, también en Las horas distantes se aprecian claras influencias de autores victorianos, como Charles Dickens o las hermanas Brönte, especialmente Charlotte Brönte y su inmortal Jane Eyre.

Sin embargo, en la descripción del castillo de Milderhurst – auténtico protagonista de Las horas distantes –  no es difícil hallar ecos de una obra fuertemente influenciada por Jane Eyre, la Rebecca de Daphne du Maurier, cuya lograda historia, de culpa y obsesión, ya llamara la atención del gran mago del suspense, Alfred Hitchcock, quien la llevó al cine en uno de sus films más inquietantes.

Tampoco es difícil emparentar la elegante, exquisita y sumamente descriptiva prosa de Kate Morton con la de un escritor de la talla de Henry James, autor, por cierto, con el que la escritora australiana parece compartir un amor profundo hacia la vieja Inglaterra.

En definitiva, bien se podría afirmar que el resultado de tan numerosos aciertos desemboca en un inesperado final que, cual puzle de perfecto encaje, no deja ni un solo cabo suelto, aunque Morton haya pecado, especialmente al final de su obra, por un exceso de pistas falsas que ralentizan y prolongan innecesariamente la resolución final de su historia.

Sería osado decir que ese exceso menoscaba el logrado resultado, dejémoslo en pequeña mácula, que apenas si merma una historia que se presta a la lectura pausada - saboreando una deliciosa taza de té, como hacen constantemente sus protagonistas- y que demuestra que no siempre éxito y calidad van reñidos.


10 de octubre de 2012

Habibi. Pura poesía




Fue máxima la expectación que se creó entre los asistentes a la última edición de Ficomic cuando se anunció la asistencia del norteamericano Craig Thompson, uno de los máximos exponentes de la novela gráfica reciente desde que su anterior obra, Blankets, fuera notablemente alabada, de forma casi unánime, por crítica y público.

No obstante y a pesar del éxito de aquella obra – publicada en 2003 – y de la edición de un trabajo considerado menor por el propio Thompson – Cuaderno de viaje, publicado en 2004 -, siete son los años que han tenido que esperar los ya muy numerosos seguidores de la obra del autor norteamericano para degustar su más reciente trabajo, Habibi.

La razón de tan prolongada espera halla su respuesta en la voluntad de Thompson por preparar una obra para la que ha necesitado no poca documentación y entregarse a una cuidadosísima elaboración, ciertamente artesanal, como dan testimonio las casi 700 páginas que han encandilado por igual a público y crítica, haciendo de Thompson uno de los nombres más destacados del Noveno Arte y un autor, sin duda, a seguir.

Tal éxito es fácilmente comprensible, puesto que la preciosa y absorbente historia de Habibi no sólo está magníficamente construida, sino que ofrece numerosos atractivos; y entre ellos cabe citar la trama principal – una inusual y bella historia, narrada con constantes y logrados flashbacks y protagonizada por dos niños, dos supervivientes que escapan de la esclavitud infantil y se refugian en un barco abandonado en medio del desierto-, y sus numerosas subtramas, servidas con una exquisita carga emotiva pero sin un ápice del influjo folletinesco del que hacen gala algunos relatos que versan sobre las peripecias de personajes olvidados y desvalidos.

Habibi, además, está impregnada de un fuerte contenido simbólico gracias a esas historias que discurren paralelas a la historia principal  y que devienen, con sus cuidadas viñetas repletas de arabescos y de la siempre bella caligrafía árabe, una cuidada y respetuosa aproximación a los textos coránicos.

Inevitablemente y sin que ello vaya en su menoscabo, Habibi no puede evitar ser deudora de una obra tan universal como Las mil y una noches – en su faceta de narradora, uno de sus principales personajes, Dodola, recuerda poderosamente a Scheherezade -, toda vez que sus desgraciados protagonistas rezuman claras reminiscencias dickesianas.

No obstante, y si bien Thompson consigue crear una perfecta simbiosis entre texto e imágenes, hay que hacer hincapié en el virtuosismo como dibujante del autor norteamericano, que ha conseguido que todas y cada una de sus viñetas sean pequeñas piezas de arte, enmarcadas en un espacio temporal por momentos indeterminado y protagonizadas por personajes que, en blanco y negro y elaborados con un realismo extremo, se mueven por lugares retratados con suma profusión de detalles.

En suma, Habibi es una obra que se puede leer de un tirón pero que impele al lector que se sumerge en sus páginas a demorarse, a deleitarse con su magnífica composición de imágenes y la narración de sus historias,  que, bellas, oníricas, simbólicas, rezuman pura poesía e incitan a pensar que nos hallamos ante aquellas obras, joyas en su género, que el tiempo no hará más revalorizar.

3 de octubre de 2012

El magnífico fondo artístico del Palazzo Altemps



Autor: Lalupa. Fuente: Wikipedia

Si bien es cierto que una visita a la vieja capital italiana depara no pocas alegrías y sorpresas para el viajero ávido de arte, cultura e historia, es casi quimera inalcanzable intentar visitar, en un corto período de tiempo, los muchos museos, palazzos, ruinas arqueológicas o sinuosas calles cargadas de recuerdos que han hecho de la Ciudad Eterna una de las urbes con más turistas por metro cuadrado en cualquier época del año.

El viajero que visite la bella Roma por primera vez no debiera, no obstante, prescindir de una incursión en el magnífico Palazzo Altemps, una de las actuales sedes del Museo Nazionale Romano.

Edificado en el siglo XV en un lugar muy próximo a la emblemática Piazza Navona, el hoy magnífico museo fue adquirido por el estado italiano en 1982 y, tras una larga y rigurosísima restauración, abrió sus puertas en el año 1997.

Tan largo período cerrado al público resulta justificable si atendemos al hecho de que las labores de restauración debieron ser prácticamente titánicas debido al increíble fondo artístico que alberga el Palazzo Altemps en sus múltiples dependencias – imponentes esculturas griegas y romanas, una más que interesante colección de retratos y frescos o las numerosas muestras de arte egipcio provenientes de diversas excavaciones practicadas en la ciudad.

Ese fondo es fruto del afán coleccionista de varias familias de la nobleza romana durante los siglos XVI y XVII, destacando la labor del cardenal Ludovico Ludovisi, artífice de la llamada Colección Boncompagni Ludovisi, una impresionante muestra de esculturas griegas y romanas cuya restauración se debe a notables artistas barrocos – como Bernini o Algardi - , quienes, haciendo alarde de su excelso buen hacer, repararon las obras de tal forma que hoy es sumamente difícil distinguir las piezas originales de las restauradas.

Sin embargo, y aunque la colección Boncompagni Ludovisi ocupe buena parte del Palazzo Altemps y reúna las obras que, posiblemente, más interés despierten entre los visitantes – baste citar el imponente sarcófago de Ludovisi, la bellísima escultura que representa el  Suicidio del Gálata, la colosal cabeza de la diosa Juno o el trono Ludovisi, escultura griega del siglo V a.C  -, el Palazzo Altemps cuenta, asimismo, con otras impresionantes colecciones, como la que da nombre al museo – un magnífico fondo artístico que se halla repartido por diferentes museos del mundo, como el Louvre -, o las atesoradas por familias de abolengo como Del Cargo Albani, Cesi u Orsini.

Sería injusto, no obstante, olvidar que el palazzo, más allá de su prodigioso contenido, es en sí mismo una joya, como dan muestra sus espaciosas estancias– buena parte de las cuales son abovedadas y lucen frescos tanto en paredes como en techos -, su precioso patio interior – decorado con numerosas estatuas -, su antiguo teatro – hoy escenario de exposiciones temporales-, o su capilla privada- donde se hallan los restos del papa San Aniceto.

El Palazzo Altemps es, en definitiva, uno de los mejores ejemplos de escultura renacentista, un conjunto arquitectónico absolutamente evocador, especialmente con el declinar de la tarde, cuando sus ricas estancias quedan a media luz y se apodera del visitante la poderosa sensación de haber retrocedido en el tiempo y de hallarse inmerso en un marco de belleza incomparable.


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