31 de mayo de 2012

Profesor Lazhar. Perfecta combinación de sencillez y profundidad




El film francófono canadiense Profesor Lazhar ha llegado a las carteleras españolas precedido por un rosario de buenas críticas y por su paso por la última edición de la gala de los Oscar, donde compitió en la sección de mejor film de habla no inglesa, galardón que perdió frente a la última película del iraní Asghar Farhadi (Nader y Simin, Una separación).

Sin embargo, y a pesar de estos antecedentes – o precisamente por ellos -, quien suscribe estas líneas no esperaba encontrar en el visionado de este film del director y guionista Philippe Falardeu una de esas historias que dejan un más que agradable recuerdo e incitan a las más sesudas reflexiones.

De hecho, y si bien la obra teatral de la dramaturga Evelyne de la Chenelière en la que se inspira el film de Falardeu pudiera inducir a pensar que nos hallamos ante la tan trillada historia del profesor carismático con métodos poco ortodoxos, pero sí sumamente efectivos - que consiguen penetrar el más duro caparazón de alumno/s problemático/s y o traumatizado/s-, Profesor Lazhar sorprende por constituirse como una exquisita joyita que huye de caminos larga y repetidamente recorridos y en la que se combinan, con una maestría que roza la perfección más absoluta, la sencillez y el profundo calado psicológico impuesto por una trama que se inicia con el suicidio de una maestra, ahorcada en la propia aula donde lleva unos años impartiendo sus clases.


En Profesor Lazhar, Falardeu, además, sabe sortear con increíble soltura el sentimentalismo más desaforado al que podría dar pie un inicio tan dramático y se mueve con facilidad extrema por las aguas de la comedia – dotada con un fino humor- y el drama - sin aspavientos, sin sobreactuaciones, sin tópicos -, exponiendo sin artificios ni fisuras los dos temáticas que articulan la trama del film, el cuestionamiento de un sistema que ha sucumbido a la perniciosa escala de lo políticamente correcto – que priva a alumnos y profesores, bajo pena de estar expuestos a la más repugnante sospecha, de cualquier contacto físico – y el ocultamiento de la muerte en una sociedad, la occidental, incapaz de afrontar la caducidad de la vida humana y, mucho menos, los motivos que inducen a un suicidio.

Sin embargo, Profesor Lazhar no cede ante el adoctrinamiento que destilan otros films de temática similar, ni tampoco se erige como un enaltecido tributo a la figura del profesor. La suya es, en suma, una apuesta decidida por la esperanza en los momentos más arduos y sin sentido que depara la vida; y, aunque su final se revele como previsible desde los primeros fotogramas, su trama atrapa, por completo y sin descanso, la atención del espectador no sólo por todo lo comentado, sino por un exquisito metraje que se desliza suavemente a través de una puesta en escena marcada por el paso de las estaciones, desde un gélido invierno hasta un cálido y colorido verano.

A todo ello habría que añadir las magníficas interpretaciones de todo el reparto, especialmente de Mohamed Fellag – absolutamente sublime – y de los pequeños Sophie Nélisse y Vicent Millard, quienes, de seguir así, podrían convertirse en breve en dos monstruos de la interpretación. Tiempo al tiempo.

En definitiva, Profesor Lahzar es un film por el que vale la pena desembolsar el precio de su entrada. No se arrepentirán.


29 de mayo de 2012

El singular Festival de Cans



No son pocas las dificultades a las que se enfrenta un gestor cultural cuando concibe y ejecuta un nuevo proyecto, especialmente en un período de crisis tan brutal como el que ahora atraviesa España. No obstante, el éxito continuado de un festival como el de Cans, volcado en el Séptimo Arte, demuestra que sólo buenas dosis de ingenio y de creatividad pueden combatir la penuria económica que marcan los nuevos tiempos.

Hace casi una década, la parecida pronunciación de los nombres de dos localidades sumamente dispares, Cannes (sita en la Costa Azul francesa) y Cans (perteneciente al término gallego de O Porriño) dio pie a que la Asociación Cultural Arela – los organizadores del ya consolidado Festival de Cans– concibiera la creación de un certamen cinematográfico por completo alejado del muy veterano Festival de Cannes.

De hecho, lejos de querer imitar el gran formato impregnado de esa qualité tan francesa de la que hace ostentación el festival galo, la Asociación Cultural Arela apostó desde el principio por un festival alternativo que diera cabida a la proyección de cortometrajes filmados por creadores gallegos.

Sin embargo, el importante eco suscitado ya desde su primera edición y el gran apoyo recibido por parte del mundo del cine español han hecho que este certamen también haya posado su mirada en otros cineastas y, desde su cuarta edición, cuente con una sección dedicada a los videoclips, lo que se ha visto acompañado por una programación de largometrajes y documentales y de numerosas actividades paralelas, gratuitas en su mayoría y en las que se ven implicados los propios y entusiastas vecinos de la pequeña localidad gallega.

El aumento del número de secciones del festival no ha restado ni un ápice a su agroglamur, término éste acuñado por sus organizadores con la firme voluntad de reivindicar su carácter netamente rural y participativo y con el fin de marcar distancias con el certamen francés en cuyo nombre hallaron su inspiración. Así, y alejados del esplendor, que no de los numerosos flashes de las cámaras – pues Cans tiene cada vez más una mayor cobertura mediática – ni de su propia alfombra roja – la Can Boulevard, por donde transitan orgullosos los tractores que transportan a los profesionales del Séptimo Arte - los organizadores de tan atípico festival siguen fieles a la idea de proyectar todos los films – a concurso o no – en espacios tan aparentemente poco adecuados como bodegas, establos…, ofreciendo así a los vecinos de Cans la oportunidad de visionar obras a las que difícilmente tienen acceso.

El Festival de Cans, por otra parte, cuenta con su propio periódico oficial, el Canzine, y no ha olvidado que sus orígenes están fuertemente impregnados por la voluntad de apoyar a los cineastas de su entorno más inmediato, por lo que ha creado la sección Fill@s de Cans, que acoge una selección de films rodados por creadores vinculados al festival.

No cabe duda alguna de que la apuesta por la calidad ha hecho de este singular festival un auténtico referente cultural; un referente que el próximo año alcanzará su décima edición, una cifra nada desdeñable para un país como éste, tan poco consumidor de cine patrio, y que hace que el Festival de Cans, más que un logro, haya alcanzado una auténtica proeza. Que siga así por muchos, muchos años.


24 de mayo de 2012

Nikko. Un lugar para perderse





Cualquier viaje al país del Sol Naciente implica casi por descontado una escala en la fascinante ciudad de Tokio. No obstante, la impresionante megalópolis nipona, con sus jardines de ensueño, sus edificios con alturas de infarto o su enorme oferta cultural y lúdica, bien pudiera hacer olvidar al visitante poco atento que más allá de sus fronteras – y no demasiado lejos, por cierto – existen joyas de obligadísima visita.

De hecho, Nikko, a tan sólo unos ciento cuarenta kilómetros de la gran capital japonesa, deviene toda una sorpresa para el visitante que acaba de abandonar la vorágine de una ciudad como Tokio. Lugar bucólico por excelencia – hasta el punto de que su enorme área montañosa se encuentra protegida-, la pequeña localidad de Nikko, uno de los centros religiosos más visitados del país, cuenta con el que quizás sea el conjunto monumental más importante de Japón, lo que comportó que en el año 1999 fuera declarada por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad.

Nikko, que como todas las localidades japonesas dispone de un excelente y puntual servicio de transporte público, cuenta, además, con la estación más antigua del país, construida hace casi un siglo y desde la que se puede observar qué es lo que la pequeña urbe depara al visitante, bellas sendas rodeadas de frondoso bosque tras el que prácticamente se esconden, cual valiosos tesoros, los bellísimos templos y santuarios que han hecho de la ciudad uno de los destinos favoritos de los turistas, tanto nipones como extranjeros.

Además, y si bien en Nikko proliferaron los templos sintoístas, en la actualidad sigue siendo uno de los centros budistas más importantes de Japón desde que en el año 766 un monje budista fundara el primer templo de la localidad, el Shinhonryu-ji, que dio pie a la construcción del primigenio núcleo urbano y a la erección de los numerosos templos y centros religiosos con los que hoy cuenta Nikko.

Entre esas construcciones ulteriores destacan el Mausoleo de Tokunagawa Iemitsu, un importante santuario famoso por su impresionante pagoda, su Niomon -puerta de acceso-, y su frondosa avenida, rodeada de cedros y linternas de piedra; y el Santuario de Tokugawa Ieyasu, dedicado al primer shogun del país y que también cuenta con una imponente puerta – denominada Yomeinon y adornada con cientos de motivos florales y animales – que da acceso a los numerosos edificios que componen el complejo, considerados en su mayor parte como bienes culturales y/o catalogados como tesoros nacionales.

Asimismo, en Nikko se hallan otros monumentos de obligada visita, como el Templo de Rinno-ji, compuesto en realidad por 15 templos y famoso por albergar la sala de los tres budas; y el puente sagrado de Shinkyo, destruido en 1902 y reconstruido en 1907, que, con sus características formas de rojo lacado, se constituye como una de las imágenes más reconocibles del Japón más pintoresco.

Lo único que egoístamente el visitante pudiera lamentar en su visita a Nikko es la enorme afluencia de turistas, que truncan esa extraña sensación, de retrotraerse a un lapso de tiempo mágico e impreciso, provocada por un paisaje y unas construcciones absolutamente imponentes que invitan a prolongar y repetir la estancia en la bella localidad.


22 de mayo de 2012

Mark Klett y su reconstrucción de Barcelona



Autor: Mark Klett
Fuente: Arxiu Fotogràfic de Barcelona

Consolidada disciplina artística y fuente inapreciable de conocimiento histórico, la fotografía ha sido objeto, desde sus propios inicios, de una permanente evolución en su técnica, claramente marcada por los avances técnicos y la era digital.

Uno de los géneros fotográficos que, sin duda, más provecho ha hallado en el formato digital ha sido la retrografía, una técnica que se sustenta en la idea de volver a fotografiar desde el mismo ángulo, o desde alguno muy cercano, lugares o monumentos – especialmente ubicados en entornos urbanos – que ya fueron inmortalizados en su momento por algunos fotógrafos de antaño.

El resultado de esos nuevos enfoques, combinado con las instantáneas que han servido de inspiración para aquéllos, no sólo resulta una obra sumamente impactante para quien la contempla, sino que puede devenir una excelente herramienta histórica para observar el paso del tiempo en una determinada zona o ciudad.

Pionero en este género, el norteamericano Mark Klett inició su andadura profesional con esta técnica allá por la década de los setenta del pasado siglo, cuando por encargo del gobierno de su país realizó una serie de fotografías partiendo de los mismos ángulos que otrora, casi un siglo antes, utilizaran algunos colegas de profesión.

Desde entonces, Klett ha viajado por prácticamente todo el mundo mostrando sus habilidades como fotógrafo, por lo que no es de extrañar que el Arxiu Fotogràfic de la Ciudad Condal, conocedor de su obra, le encargara hace dos años una exposición y un taller fotográfico que tuvieran como finalidad la utilización de esta técnica, aparentemente sencilla, para mostrar el devenir histórico de Barcelona.

Así, y para que Klett desplegara todo su ingenio como auténtico artífice de la retrografía, el Arxiu Fotogràfic puso a su disposición toda una serie de grabados y diversas fotografías retrospectivas de Charles Clifford y, sobre todo, de Jean Laurent, quien había inmortalizado Barcelona a mediados del siglo XIX a través de una serie de panorámicas tomadas desde la montaña de Montjuïc.

El trabajo de Laurent en Barcelona y el resto del material histórico del que se valió Klett para abordar su trabajo fueron puestos a disposición del público de la exposición, lo que se ha revelado como una más que acertada decisión, ya que permitía a los visitantes contrastar las imágenes de una Barcelona muchas veces irreconocible en la actualidad con el magnífico trabajo del propio Klett y el de sus alumnos, fotógrafos locales que asistieron al taller - Working Across Time –  impartido por el maestro norteamericano hace dos años.

Finalmente, destacar que, aunque la exposición puso su punto y final hace tan sólo unos días, el material fotográfico en ella mostrado ha entrado a formar parte del propio Arxiu Fotogràfic de Barcelona, por lo que cabría esperar que se contemplase la posibilidad de ofrecer, en un futuro no demasiado lejano, una exposición permanente que permitiera a los futuros visitantes experimentar las mismas sensaciones, de auténtico retroceso en el tiempo, de quienes hemos tenido la oportunidad de poder contemplar el especial tributo de Klett y sus alumnos a la ciudad de Barcelona.


17 de mayo de 2012

Jean Giraud. Un creador único e irrepetible





El pasado martes nos hacíamos eco de uno de los acontecimientos celebrados en la Ciudad Condal más importantes para los profesionales y amantes del Noveno Arte, el Salón Internacional del Cómic, cuya última edición ha rendido un merecidísimo homenaje a uno de los creadores más representativos de la novela gráfica, el inigualable Jean Giraud, nombre tras el que se esconden los famosos Gir y Moebius.

Nacido en París, Giraud fallecía tras una larga enfermedad el pasado 10 de marzo, dejando un importantísimo legado compuesto por una voluminosa obra que, merecedora de numerosísimos premios, le había permitido transitar por variados estilos y crear las famosas sagas que le han inmortalizado como uno de los artistas más innovadores del género, El Teniente Bluberry, El Garaje Hermético y El Incal - fruto esta última de su larguísima colaboración con el polifacético Alejandro Jodorowsky.

De hecho, fue precisamente El Teniente Blueberry, que Giraud firmó bajo el pseudónimo de Gir en 1964, la que le reportó saborear las primeras mieles del éxito, siendo hoy considerada la mejor muestra del western en clave de cómic. Unos años antes de esta publicación, Giraud se había estado formando – tras regresar de México, país al que le había llevado el matrimonio de su madre – con uno de los grandes maestros historietistas europeos, el franco-belga Jijé.  

Voraz lector de novelas de ficción, Giraud se consagró en las décadas posteriores a explotar en sus viñetas ese género literario y para ello adoptó – haciendo honor al astrónomo alemán – el pseudónimo de Moebius, bajo el cual, y con otros compañeros de profesión, fundó la revista Métal Hurlant, por cuyas páginas se pasearon algunos de sus más célebres personajes.

La profusa obra de Giraud no sólo demuestra que el historietista francés fue un trabajador incansable, sino que revela que el gran maestro fue también un experimentador nato que transitó por diversos campos artísticos, incluido el de los videojuegos. Sin embargo, ha sido en el Séptimo Arte donde Giraud empleó más su genio, lo que responde sin duda a la auténtica devoción que el creador galo sintió toda su vida por el cine, llegando a afirmar en más de una ocasión que el visionado de innumerables films había suplido la ausencia de estudios universitarios.

Así, el primer Alien – filmado por Ridley Scott-, Abyss, Willow o incluso el quinto capítulo de la famosa saga La Guerra de las Galaxias de George Lucas cuentan con diseños de Giraud, una de cuyas historietas, además, se convirtió en todo un referente de otra obra de Scott, la ya clásica Blade Runner.

Giraud, por otra parte, fue un profesional siempre atento a las nuevas corrientes de los tiempos que le tocó vivir, por lo que su última obra, Inside Moebius - un auténtico ejercicio de introspección protagonizado por sus más famosas creaciones-, fue íntegramente dibujada en formato digital.

Profeta en una tierra que adora a sus más representativos ciudadanos – ¡qué lejos está aún España de dejar envidias a un lado y emular el buen savoir faire de los galos! -, Giraud representa un antes y un después en la historia del cada vez más reconocido Noveno Arte. Dondequiera que esté, descanse en paz. 


15 de mayo de 2012

Ficomic. Punto de encuentro para los amantes del Noveno Arte



Fuente: FICOMIC. Cartel del Salón del cómic

Tras cuatro días de intensa actividad, el pasado 6 de mayo concluía la última edición – la treintava – del ya consolidado Salón Internacional del Cómic de Barcelona.

Gestionado por la entidad sin ánimo de lucro que le da nombre y que también se hace cargo del Salón Manga celebrado anualmente en la Ciudad Condal, Ficomic se ha convertido, con el devenir de los años, en una cita ineludible para los amantes del género – en número creciente a pesar de que la crisis del sector en España está expulsando del país a algunos de sus mejores historietistas – y en un punto de encuentro entre editoriales y creadores, que ven en el certamen una oportunidad para dar a conocer sus respectivas novedades en creación y edición.

A ello habría que sumar que las nuevas ediciones del Salón, con sus kilométricas colas de visitantes –algunos de ellos ataviados estrambóticamente para hacer honor a sus personajes favoritos – han logrado despertar, a lo largo de estos años, el interés de no pocos visitantes ajenos por completo al sector, lo que ha incidido sobremanera en la consecución de uno de los máximos objetivos del certamen, el de ganar nuevos lectores para el Noveno Arte.

La posibilidad, además, de conocer a destacados historietistas y las múltiples actividades, que incluyen conferencias, debates, talleres, exposiciones, concesión de premios e incluso programaciones para alumnado de primaria y secundaria y su profesorado, han hecho del formato del Salón un modelo exitoso que ha conseguido alcanzar una media de 100.000 visitantes por edición y que en la presente ha llegado incluso a superar esta cifra (según datos recientes, 108.000 han sido las personas que se han paseado por el certamen este año).

Sin duda, el éxito de esta última edición cabe también achacarlo a una original programación articulada en torno a la exposición Robots en su tinta, que ha recogido las mejores muestras del cómic protagonizado por seres de inteligencia artificial y ha contado con auténticos robots que, parapetados tras vitrinas, han atraído la atención, con sus lentos pero precisos movimientos, de niños y no tan niños. Además, y formando parte de la misma temática, se ha aprovechado el 40 aniversario de Mazinger Z – que por estos lares conocimos en la década de los 70 – para contar con la presencia de su creador, el historietista japonés Go Nagai.

No obstante, el protagonismo de los robots en esta edición no ha conseguido opacar las habituales secciones dedicadas a los superhéroes, especialmente los de la Marvel, ni desmerecer los espacios dedicados a autores tan insignes como Winsor McCay o el recientemente fallecido Jean Giraud (Gir /Moebius), ni tampoco restar expectación a figuras en meteórico ascenso como el gran Paco Roca (Arrugas).

Sería imposible citar todas las exposiciones, talleres o stands que han estado presentes en esta edición, pero quien suscribe estas líneas no puede dejar de mentar los stands dedicados a la emblemática Escuela Joso – uno de los pocos lugares en España donde se forma profesionalmente a historietistas-, el espacio dedicado al sin par fanzine El Naufraguito, la retrospectiva dedicada al cómic en Catalunya o el stand ocupado por el cómic chino, cuyo éxito ha venido aparejado a la promesa de una futura misión comercial al gran gigante asiático, vía ICEX y a cargo de editores y profesionales del sector en España.

Lo único a lamentar, como siempre, es la brevedad del certamen y, en consecuencia, su siempre atestadísmo aforo, lo cual no es óbice para esperar con impaciencia la siguiente edición.


10 de mayo de 2012

Tenemos que hablar de Kevin. La irracionalidad de la maldad




Hace unas semanas, el visionado del inquietante film de la guionista y directora escocesa Lynne Ramsay, Tenemos que hablar de Kevin, impelió a quien suscribe estas líneas a hacerse con un ejemplar de la novela que había servido de inspiración a aquél, la obra homónima escrita por la norteamericana Lionel Schriver. Una obra que sufrió el rechazo de nada menos que treinta editoriales, que consideraron sumamente arriesgado hacerse cargo de la publicación de una historia en la que una madre incapaz de amar a su hijo asiste impotente a las muestras de una malevolencia, aparentemente innata, que acabarán convirtiendo a su vástago en un asesino despiadado y precoz.

No obstante y contra todo pronóstico – al menos para quienes tacharon como demasiado sórdida la narración de Schriver – Tenemos que hablar de Kevin se ha convertido en una obra de culto cuyas ventas se han visto revitalizadas en los últimos meses con motivo del estreno del film de Ramsay.

Consagrada con esta novela fantásticamente bien escrita – que ha sido merecedora del prestigioso Orange Prize -, Lionel Schriver consigue capturar al lector desde la primera página con su admirable prosa - profusa en detalles pero desprovista de artificios, sumamente elegante y dotada con un agudo y exquisito sentido del humor-  y con un acertado formato epistolar que se constituye como uno de sus mayores aciertos, al permitir bucear por el pasado de unos personajes cuyos sentimientos están en permanente evolución en el presente, lo  que incita al lector a leer sin pausa – tarea prácticamente imposible con un libro que supera las 600 páginas – una de las historias más perturbadoras escritas en años.

De hecho, el film de Ramsey ya permitía intuir como inquietante, dura y polémica la obra de Schriver, aunque fallaba en su intento por mostrar lo que la pluma de la escritora norteamericana afincada en Londres había eludido sabiamente, un cierto maniqueísmo truculento al que ciertamente era difícil no ceder ante la animadversión que experimenta una madre hacia el retoño cuya gestación hace que sienta su cuerpo tan agredido como el del personaje de John Hurt en el primer film de Alien, desgarrado, tras su período de incubación, por el ser alienígena que se ha aposentado en su interior.

Lejos, sin embargo, de ceder a los elementos más sanguinolentos a los que está expuesta una historia protagonizada por un asesino, Tenemos que hablar de Kevin es una profunda reflexión sobre el amor materno o la ausencia de éste, el sentimiento de culpa, la ceguera de los padres con respecto a los defectos de los hijos y, sobre todo, el mal en su estado más puro; todo ello articulado, más que aderezado, por la portentosa e hipnótica pluma de Schriver, por su  crítica mordaz a la, a veces, sumamente complaciente clase media norteamericana y, por supuesto, por la construcción de unos personajes realmente complejos y llenos de matices.

Tenemos que hablar de Kevin puede resultar una lectura sumamente dura para algunas sensibilidades, sobre todo porque su planteamiento arroja más dudas que respuestas a las cuestiones que formula y su reflexión sobre el mal y la irracionalidad que lo sustenta conducen a un final impactante como pocos que incita a no pocas preguntas, cuyas respuestas bien pudieran ser respondidas en una segunda parte que se antoja sumamente apetecible para el lector que ha caído rendido ante el virtuosismo narrativo de una escritora que se revela como absolutamente imprescindible.


8 de mayo de 2012

Curt Ficcions. Un festival ya veterano



Fuente: Festival Curt Fictions

La primera edición del Festival Curt Ficcions tuvo lugar en Barcelona el año 1997. Desde entonces, no sólo se ha mantenido fiel a su cita anual en la capital catalana – lo cual resulta toda una proeza en un país cuyo cine se halla en sempiterna crisis - sino que, ya desde 2009 y de forma paralela al propio festival, la entidad que se encarga de la distribución de los cortos que dan sentido a las diferentes ediciones, Curt Ficcions Curt Produccions, se hace cargo también de impulsar sus propias creaciones.

Con motivo de la celebración de su quinceavo aniversario, el festival – que este año tiene lugar desde el día 4 hasta el 10 de mayo – reparte su programación entre los céntricos Cines Alexandra, el Instituto Francés y la Filmoteca de Catalunya.

Precisamente, la filmoteca catalana, que luce totalmente renovada tras abrir sus puertas en una nueva ubicación, albergará el próximo 10 de mayo un acto conmemorativo en el que se proyectarán los diez cortometrajes que, ya presentados en las pasadas ediciones del festival, han resultado ser los más alabados por crítica y público.

En la presente edición son 24 los cortometrajes españoles que entran en competición y que se pueden visionar a un precio más que asequible – 3 euros – en los tres programas, de ocho filmes cada uno, que se emiten en días alternos en los Cines Alexandra y que responden a los títulos de Unforgettable, Summertime y Night and Day.

El Instituto Francés, por su parte, ofrece proyecciones matinales al alumnado de secundaria y emite, fuera de concurso, cortometrajes de producción francesa provenientes de Séquence Court-Métrage y el Festival Internacional Très Courts. Además, el centro francés también se convertirá en el lugar donde se lleve a cabo el acto de clausura del festival. Un acto en el que, amenizado por música jazz, se proyectarán los cortometrajes que, tras deliberación del jurado y votación de los espectadores, resulten los ganadores de este año, lo que les permitirá ser emitidos, previos a la proyección de diversos largometrajes, en treinta ciudades españolas.

Sin embargo, y antes de que el festival ponga punto y final con esta sesión de clausura, también se presentarán, fuera de concurso y en colaboración con Minimal Film, ESCAC, la Fundació Uszheimer y la Fundació Pasqual Maragall, algunos cortos cuya temática principal versa sobre enfermedades degenerativas.

Lo único a lamentar es, como siempre, el corto período de tiempo que se ofrece al espectador para poder visionar todos los cortometrajes a concurso. No obstante, y a la espera de poder verlos todos, quien suscribe estas líneas no puede dejar de recomendar la originalísima La historia del hombre que caminaba hacia atrás de Laia Bosch, el no menos interesante film de animación Friendsheep de Jaime Maestro, la divertidísima Desastre(s) de Iván Cortázar, y la casi perfecta – si no fuera por su excesiva brevedad - 15 summers later de Pedro Collantes.

Finalmente, habría que destacar que, como novedad, en esta nueva edición se ha apostado de forma decidida por el formato digital en detrimento del de 35mm, que parece quedar relegado definitivamente al pasado. Ahora tan sólo cabe esperar que el Festival Curt Ficcions cumpla muchos más años, adaptándose, como hasta ahora, a los nuevos tiempos. 


3 de mayo de 2012

Take shelter. Entre el miedo mesiánico y la esquizofrenia paranoide




Take shelter, el segundo largometraje del director norteamericano Jeff Nichols, ha llegado a España precedido no solamente por los buenos resultados de la ópera prima de su autor, sino por la más que calurosa acogida que ha despertado su paso por los más variados y prestigiosos festivales dedicados al Séptimo Arte, desde Cannes a Gijón, pasando por el cada vez más valorado Sundance, amén de las nominaciones recibidas en los no menos prestigiosos Film Independent Spirit Awards.

La obra de Nichols cuenta además con un argumento más que sugerente que traslada al espectador a la América más profunda de un pueblo de Ohio, donde la felicidad de un matrimonio se ve insólitamente truncada por los delirios y sueños que acometen de improviso al cabeza de familia, un obrero de la construcción con recursos económicos limitados – a pesar del trabajo de una esposa modista-, pero con una existencia aparentemente plácida hasta entonces, aunque su única hija padezca sordera y esté a la espera de un ansiado trasplante y su madre se halle confinada en un psiquiátrico desde que a los treinta años le fuera diagnosticada una esquizofrenia paranoide.

Sin embargo, y a pesar de ingredientes tan prometedores, quien suscribe estas líneas no pudo evitar sentirse desilusionada ante un film que, si bien no se puede tachar de aburrido, no consigue crear en el espectador la tensión suficiente como para captar totalmente su interés ni implicarlo por completo en el más que interesante juego planteado, la peligrosa y frágil línea divisoria entre la locura en su más puro estado y las visiones generadas por una mente visionaria enriquecida por los elementos más mesiánicos de la religión.

No obstante, y aunque la tortura sufrida por el protagonista no consiga alcanzar el necesario crescendo dramático para mantener un ritmo sostenido, Take shelter presenta no pocos aciertos, como la decidida apuesta por transitar por temas diversos que incluyen el retrato de la América más tradicional y religiosa, la alusión casi constante a la crisis económica y financiera que también asola a los Estados Unidos, la invocación al apocalipsis – lo que lo acerca a films de factura tan reciente como Melancolía de Lars von Trier -, o el peso del pasado y la herencia genética – que devuelve a la gran pantalla la presencia de una actriz tan fantástica como injustamente valorada, la estupenda Kathy Baker.


A todo ello habría que añadir el acierto de Nichols al contraponer unos exteriores rodados con la máxima luminosidad – y que enfatizan la pequeñez del ser humano frente a una naturaleza tan bella como implacable – y unos espacios interiores dominados por colores oscuros que transmiten al espectador una sensación de opresión.

No se puede negar tampoco que Take shelter hace gala de una factura impecable, que se ve acompañada en todo momento por una gran banda sonora, y que no cede al fácil impulso de recurrir a los efectos más trillados del cine de terror – excepto, quizá, en una escena en la que el mobiliario de la sala de estar gravita ante la mirada atónita y asustada del protagonista.

Finalmente, la conclusión de Take shelter – que obviamente no desvelaremos – impele a pensar que ni siquiera el propio Nichols parecía tener clara la resolución de una historia cuya mejor carta de presentación son las inconmensurables interpretaciones de Michael Shannon y Jessica Chastain, últimamente muy presente en films de notorio prestigio (El árbol de la vida o Criadas y señoras).


1 de mayo de 2012

Maus. Todo un clásico de la novela gráfica




Cuando Vladek Spielgelman ingresó en Auschwitz, nada hacía presagiar que su denodada lucha por sobrevivir a las más extremas condiciones impuestas por un campo de exterminio iba a quedar inmortalizada por obra y gracia de su hijo, el dibujante Art Spielgelman, en un relato que ha supuesto un antes y un después en la historia del Noveno Arte.

Hace más de treinta años Maus rompió con toda una tradición de novela gráfica exclusivamente protagonizada por superhéroes y villanos variopintos, por lo que ha sido considerada por la crítica como la primera obra contemporánea y autobiográfica de su género. A ese honor suma, además, haber sido premiada con numerosos galardones de prestigio internacional – entre los que destacan el siempre codiciadísimo Premio Pulitzer y el Premio Internacional del Festival de Cómic de Angulema -, lo que no está nada mal para una novela gráfica que se publicó por entregas en una revista independiente, Raw, de la que eran editores el propio Spielgelman y su esposa.

La temática de Maus, sin embargo, no se vuelca por completo en el Holocausto, pues sus viñetas articulan también la narración de la complicada e intensa relación entre un padre marcado por un pasado de sufrimiento inconcebible, y esclavo en el presente de una tacañería absurda y sin límites, y un hijo que parece haber vivido a la sombra del hermano al que nunca conoció, un infante al que la locura nazi no permitió alcanzar la edad adulta.

No obstante y lejos de incurrir en el error del que suelen pecar las historias que transitan por épocas y lugares diferentes, en Maus reina en todo momento una coherencia narrativa que consigue entretejer de forma impecable los episodios situados en el presente en el que fueron escritos – las últimas dos décadas de la pasada centuria – y unos poderosos flashbacks que transportan al lector a uno de los períodos más denigrantes y vergonzantes de la historia europea reciente.

Ese fantástico brío narrativo de Spielgelman, que hila perfectamente las temáticas principales de su obra – captando con ello la atención del lector desde las primeras páginas – viene acompañado por no pocos aciertos que han hecho de Maus una obra brillante y todo un referente en su género, que ha atraído tanto a los amantes del mismo como a los lectores más reticentes a sumergirse en el relato de una novela gráfica.

Entre esos aciertos destaca la idea de Spielgelman de mostrar el proceso de elaboración de su obra dentro de la misma – incluyendo un cómic dibujado tiempo atrás y en el que daba parte del suicidio de su madre– y, sobre todo, la recreación de unos personajes sumamente expresivos, trazados en blanco y negro y caracterizados con la fisonomía de diferentes animales.

De hecho, esa apuesta por dotar a los judíos con el aspecto de frágiles ratones o a los alemanes con el de amenazadores felinos – que Spielgelman achaca a su infancia marcada por los cartoons norteamericanos, especialmente Tom & Jerry – consigue trasmitir al lector parte  del sufrimiento de las víctimas del Holocausto, cuya identidad se diluyó en la identificación del individuo con una nacionalidad o etnia y, en consecuencia, con toda una serie de perversos estereotipos.

Maus es, en definitiva, una revisión novedosa en cuanto a formato de algo que cine y literatura han abordado con suma profusión – la Shoah  -, pero es también un magnífico y portentoso relato capaz de mostrar la bondad más conmovedora y la crueldad más inconcebible de las que pueden ser capaces los seres humanos en situaciones extremas.


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