Cualquier viaje al país del Sol Naciente implica casi por descontado una escala en la fascinante ciudad de Tokio. No obstante, la impresionante megalópolis nipona, con sus jardines de ensueño, sus edificios con alturas de infarto o su enorme oferta cultural y lúdica, bien pudiera hacer olvidar al visitante poco atento que más allá de sus fronteras – y no demasiado lejos, por cierto – existen joyas de obligadísima visita.
De hecho, Nikko, a tan sólo unos ciento cuarenta kilómetros de la gran capital japonesa, deviene toda una sorpresa para el visitante que acaba de abandonar la vorágine de una ciudad como Tokio. Lugar bucólico por excelencia – hasta el punto de que su enorme área montañosa se encuentra protegida-, la pequeña localidad de Nikko, uno de los centros religiosos más visitados del país, cuenta con el que quizás sea el conjunto monumental más importante de Japón, lo que comportó que en el año 1999 fuera declarada por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad.
Nikko, que como todas las localidades japonesas dispone de un excelente y puntual servicio de transporte público, cuenta, además, con la estación más antigua del país, construida hace casi un siglo y desde la que se puede observar qué es lo que la pequeña urbe depara al visitante, bellas sendas rodeadas de frondoso bosque tras el que prácticamente se esconden, cual valiosos tesoros, los bellísimos templos y santuarios que han hecho de la ciudad uno de los destinos favoritos de los turistas, tanto nipones como extranjeros.
Además, y si bien en Nikko proliferaron los templos sintoístas, en la actualidad sigue siendo uno de los centros budistas más importantes de Japón desde que en el año 766 un monje budista fundara el primer templo de la localidad, el Shinhonryu-ji, que dio pie a la construcción del primigenio núcleo urbano y a la erección de los numerosos templos y centros religiosos con los que hoy cuenta Nikko.
Entre esas construcciones ulteriores destacan el Mausoleo de Tokunagawa Iemitsu, un importante santuario famoso por su impresionante pagoda, su Niomon -puerta de acceso-, y su frondosa avenida, rodeada de cedros y linternas de piedra; y el Santuario de Tokugawa Ieyasu, dedicado al primer shogun del país y que también cuenta con una imponente puerta – denominada Yomeinon y adornada con cientos de motivos florales y animales – que da acceso a los numerosos edificios que componen el complejo, considerados en su mayor parte como bienes culturales y/o catalogados como tesoros nacionales.
Asimismo, en Nikko se hallan otros monumentos de obligada visita, como el Templo de Rinno-ji, compuesto en realidad por 15 templos y famoso por albergar la sala de los tres budas; y el puente sagrado de Shinkyo, destruido en 1902 y reconstruido en 1907, que, con sus características formas de rojo lacado, se constituye como una de las imágenes más reconocibles del Japón más pintoresco.
Lo único que egoístamente el visitante pudiera lamentar en su visita a Nikko es la enorme afluencia de turistas, que truncan esa extraña sensación, de retrotraerse a un lapso de tiempo mágico e impreciso, provocada por un paisaje y unas construcciones absolutamente imponentes que invitan a prolongar y repetir la estancia en la bella localidad.
Japón; me encantaría visitarlo algún día *-*
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