18 de abril de 2018

William Morris y el movimiento Arts & Crafts en Gran Bretaña




Después de su paso por Madrid, el pasado mes de febrero llegaba a Barcelona la exposición William Morris y el movimiento Arts & Crafts en Gran Bretaña, una fascinante muestra que podrá verse en el MNAC hasta el próximo 21 de mayo y que ha sido producida por el propio Museu Nacional d’Art de Catalunya y la Fundación Juan March.

Alumbrado en 1880 y desarrollado hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial, Arts and Crafts fue un movimiento artístico de vida breve que, sin embargo, fue abrazado muy rápidamente por artistas de otras latitudes, como América e incluso Japón −además del resto de Europa. El nombre de esta corriente se tomó de la empresa Arts and Craft Exhibition Society, fundada en 1887 por una de las figuras más relevantes de la Gran Bretaña del siglo XIX, el ensayista, escritor, artesano, diseñador y emprendedor y empresario británico William Morris.

Aunando los conceptos de artesanía y arte −dos términos que el elitismo que impregna buena parte de los movimientos artísticos de la pasada y presente centuria se ha empecinado en contraponer− Arts and Crafts abogaba por el diseño de los objetos tradicionales por medio de los utensilios e ingredientes de la artesanía tradicional.

La presente exposición, la primera dedicada en España a esta corriente artística, cuenta con 300 piezas, procedentes en su mayor parte de emblemáticas instituciones museísticas −como, entre otras, el Victoria and Albert Museum, la National Portrait Gallery, la Tate Gallery o la Whitworth Art Gallery− y consistentes en fotografías, dibujos, pinturas, cerámica, encuadernaciones, cerámicas, vidrios, textiles o mobiliario, que muestran al visitante el enorme talento de un hombre tan renacentista como Morris, pero también el de otros coetáneos suyos, que no sólo darían inicio al denominado diseño moderno, sino que también entroncarían con la efímera, pero importantísima, Hermandad Prerrafelita −no cabe olvidar que una de las grandes musas de esta corriente artística, Jane Burden, acabaría convirtiéndose en la esposa de William Morris.


El movimiento iniciado por Morris estaría además teñido por un fuerte componente social, pues el polifacético artista británico acabaría convirtiéndose en un auténtico agitador de conciencias, a pesar de haber nacido en el seno de una familia acomodada, pasando a engrosar los anales de la historia como una de las voces más críticas de la explotación inhumana a la que diera pie la revolución industrial, un acontecimiento histórico que, si bien aportaría pingües beneficios al entonces omnipresente imperio británico, conduciría a la gran masa obrera de su país a unas condiciones laborales deleznables. Por ello, además de convertirse, no sin esfuerzo dada su proverbial timidez, en un entregado orador en pro de una sociedad más igualitaria, Morris abogó por la producción artesanal en detrimento de lo que él bautizaría como producción en masa de bienes feos, llegando a pronunciar la que quizá sea su más célebre frase, y que figura, de hecho, en uno de los paneles expositivos de la muestra, No tengas nada en tu casa que no sepas que es útil o que no consideres bello.

La muestra, exquisita en su diseño expositivo, presenta varios espacios temáticos, Los inicios −en el que se detallan las influencias en la obra de Morris−; la Red House −centrada en el hogar de Morris y su familia, para el que se crearon numerosas y reseñables piezas−; William Morris y compañía −dedicado a la empresa fundada por el artista británico con cuyo nombre se bautizaría el movimiento−; El Movimiento Arts and Crafts en Gran Bretaña y La difusión internacional de los ideales Arts and Crafts. Secciones, todas ellas, que permiten un recorrido amplio por el un movimiento que ejerció un fuerte influjo en varias generaciones de artistas latitudes diversas.

Exposición exquisita y rigurosa, William Morris y el movimiento Arts & Crafts en Gran Bretaña difícilmente dejará indiferentes a los amantes del arte y la cultura.




11 de abril de 2018

Una visita inesperada



No podemos negar que sentimos un cariño muy especial hacia la escritora británica Agatha Christie. No en vano, fue a través de su pluma que descubrimos el apasionante mundo de la lectura. Por ello, aprovechamos cualquier oportunidad de poder ver en pantalla o representada en escena alguna de sus obras. El año pasado tuvimos la fortuna de poder asistir en Londres, en su 65º aniversario, a la representación de la obra que más tiempo lleva en escena en el mundo, La Ratonera. Y hace escasos días pudimos ver, esta vez en nuestra ciudad, la adaptación de otra de sus obras, no tan emblemática, pero, sin duda, con una trama igualmente bien urdida, Una visita inesperada.

Narrada en formato teatral, para años más tarde ser novelizada por el escritor australiano Charles Osborne, Una visita inesperada fue escrita por la maestra indiscutible del suspense en 1958. Ese mismo año se llevaría por primera vez a los escenarios en un teatro londinense.

Ambientada en Gales, Una visita inesperada relata la historia de un hombre de negocios que, tras una avería en su coche un día de intensa niebla, se ve forzado a pedir ayuda en una casa aislada. Allí, tras acceder al salón por la puerta trasera, sin que nadie haya respondido a su llamada, se encuentra ante una escena sumamente dramática, una mujer sosteniendo un revólver y un cadáver, todavía caliente, postrado en una silla de ruedas.


A pesar de que la situación que se muestra ante sus ojos parece resultar inequívoca, el visitante inesperado cuestiona la culpabilidad de la mujer, esposa del asesinado, y decide inventar una serie de pruebas para despistar las pesquisas policiales que se llevarán a cabo con el descubrimiento del cadáver. Esas pesquisas, que se iniciarán de inmediato, tras haber sido informada la policía del crimen, conducirán al interrogatorio de todos los habitantes de la casa, unidos al difunto por lazos familiares o laborales y con motivos, todos ellos, para odiar al finado.

Con un montaje tradicional, en el que los personajes entran y salen del escenario, Una visita inesperada remite, de hecho, poderosamente a la ya citada La ratonera −y sin que ello vaya en absoluto en menoscabo su indiscutible calidad−, no sólo por su argumento, sino también por la dinámica de su puesta en escena y también por su atrezzo, un escenario ambientado como un salón que recuerda la ambientación del gran clásico teatral de Christie, tanto en Londres como en la adaptación barcelonesa representada hace unos años.

Además de su exquisita puesta en escena y su impecable despliegue técnico, Una visita inesperada destaca especialmente por su dirección y, cómo no, por su magnífico plantel de actores, todos brillantes en sus respectivas interpretaciones y haciendo gala, además, de una impecable dicción, de esa que tanto de menos se echa en el cine producido por estos lares.

A ello habría que unir el propio teatro en el que se representa, el Teatre del Raval, un espacio pequeño para los estándares de gran formato, pero que, con su magnífica acústica y la comodidad de sus asientos, brinda a este tipo de obras, más intimistas, un insuperable ambiente. Además, y para conseguir una mayor complicidad con el espectador, la obra cuenta con una mini pausa de dos minutos en la que los espectadores pueden indicar quién creen que es el asesino o asesina. Los aciertos, previo sorteo, se premian con dos invitaciones para cenar y dos entradas de teatro.

El éxito de esta obra, que fue estrenada en septiembre del año pasado, ha propiciado que sus representaciones se prolonguen hasta el próximo 29 de abril, por lo que, los que residís en Barcelona, no tenéis excusa para perderos esta adaptación que, con sus destacados aciertos, demuestra, una vez más, que hay autores para los que el tiempo no pasa.



4 de abril de 2018

El cuento de la criada


A pocas semanas de que se estrene la segunda temporada de El cuento de la criada, no podemos menos que hablar de su primera parte, una de las mejores series facturadas en los últimos años, lo que la ha hecho merecedora de algunos de los galardones más prestigiosos otorgados en Estados Unidos.


El cuento de la criada se basa muy fielmente en la novela homónima que la escritora canadiense Margaret Atwood escribiera a mediados de los años ochenta del pasado siglo. Un inquietante relato que sería adaptado al cine pocos años después −en un film protagonizado por Faye Dunaway, Robert Duvall y Natasha Richardson− y también al formato escénico mediante una adaptación operística.

La narración de Atwood sitúa al espectador en un futuro distópico, ambientado en la República de Gilead, un país surgido de una extinta Estados Unidos después de que un ataque terrorista llevara a la hoy más poderosa nación del mundo a recluirse en sí misma y a deshacerse de sus mayores símbolos identitarios, su constitución y su democracia.

Lejos de constituirse como un paraíso, Gilead resulta ser una sociedad opresiva, totalitaria, sustentada en un sistema teocrático que ha privado a las mujeres de sus derechos más fundamentales y sometido a toda suerte de vejaciones, entre las que se incluyen violaciones cuyo mayor propósito no es otro que el de concebir hijos, ya que el nuevo país, como, al parecer el resto del mundo, adolece de una muy baja tasa de natalidad, consecuencia de los estragos medioambientales producidos en los años inmediatamente anteriores a la creación de Gilead. Las mujeres no son, sin embargo, las únicas víctimas del represivo sistema instaurado tras una revolución, todos aquellos contrarios al régimen, entre los que se incluyen sacerdotes −pues Gilead sustenta sus bases fundacionales en una perversa y retorcida interpretación de la Biblia−, son ajusticiados y sus cadáveres mostrados, para escarnio público, en las principales vías de las ciudades. 

De factura impecable, en la que imperan numerosos primeros planos y un uso excelente de la paleta cromática para expresar diferentes estados de ánimo, transitar entre un presente horrendo y un pasado inmediato en el que ya se percibían los primeros síntomas de transición hacia Gilead, y también para distinguir el diferente estatus de las mujeres del nuevo estado, la versión televisiva de El cuento de la criada cuenta también con un magnífico guion y, sobre todo, unas interpretaciones soberbias en las que destacan todos y cada uno de los actores. Ese buen hacer de los intérpretes se ve afianzado no sólo por el recurso de los ya aludidos primeros planos −que resultan reveladores de los amplios registros interpretativos de los que son capaces las principales actrices−, sino también por el diseño de puestas en escenas estáticas, que no meramente artificiosas, que remiten poderosamente al plano teatral y abundan más si cabe el grado de tensión del espectador ante una historia que discurre por senderos no trillados.

Sin embargo, donde El cuento de la criada resulta excelsa es en su capacidad de provocar en el espectador no pocas reflexiones, que, inevitablemente, pueden inducir a plantear más de un paralelismo con un presente en el que han empezado a aflorar ideas y posicionamientos cuyo radicalismo remite a los peores horrores del convulso siglo XX.

La segunda temporada de El cuento de la criada, cuyo estreno está previsto para finales de este mes, resulta prometedora en su presentación vía tráiler, si bien su guion no parta ya del original literario que diera pie a los primeros capítulos, aunque sí cuente con el consenso y colaboración de Atwood. El tiempo dirá si se confirma o no aquel dicho de que segundas partes nunca fueron buenas. Nosotras estaremos muy atentas a su estreno para comprobarlo.




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