4 de abril de 2018

El cuento de la criada


A pocas semanas de que se estrene la segunda temporada de El cuento de la criada, no podemos menos que hablar de su primera parte, una de las mejores series facturadas en los últimos años, lo que la ha hecho merecedora de algunos de los galardones más prestigiosos otorgados en Estados Unidos.


El cuento de la criada se basa muy fielmente en la novela homónima que la escritora canadiense Margaret Atwood escribiera a mediados de los años ochenta del pasado siglo. Un inquietante relato que sería adaptado al cine pocos años después −en un film protagonizado por Faye Dunaway, Robert Duvall y Natasha Richardson− y también al formato escénico mediante una adaptación operística.

La narración de Atwood sitúa al espectador en un futuro distópico, ambientado en la República de Gilead, un país surgido de una extinta Estados Unidos después de que un ataque terrorista llevara a la hoy más poderosa nación del mundo a recluirse en sí misma y a deshacerse de sus mayores símbolos identitarios, su constitución y su democracia.

Lejos de constituirse como un paraíso, Gilead resulta ser una sociedad opresiva, totalitaria, sustentada en un sistema teocrático que ha privado a las mujeres de sus derechos más fundamentales y sometido a toda suerte de vejaciones, entre las que se incluyen violaciones cuyo mayor propósito no es otro que el de concebir hijos, ya que el nuevo país, como, al parecer el resto del mundo, adolece de una muy baja tasa de natalidad, consecuencia de los estragos medioambientales producidos en los años inmediatamente anteriores a la creación de Gilead. Las mujeres no son, sin embargo, las únicas víctimas del represivo sistema instaurado tras una revolución, todos aquellos contrarios al régimen, entre los que se incluyen sacerdotes −pues Gilead sustenta sus bases fundacionales en una perversa y retorcida interpretación de la Biblia−, son ajusticiados y sus cadáveres mostrados, para escarnio público, en las principales vías de las ciudades. 

De factura impecable, en la que imperan numerosos primeros planos y un uso excelente de la paleta cromática para expresar diferentes estados de ánimo, transitar entre un presente horrendo y un pasado inmediato en el que ya se percibían los primeros síntomas de transición hacia Gilead, y también para distinguir el diferente estatus de las mujeres del nuevo estado, la versión televisiva de El cuento de la criada cuenta también con un magnífico guion y, sobre todo, unas interpretaciones soberbias en las que destacan todos y cada uno de los actores. Ese buen hacer de los intérpretes se ve afianzado no sólo por el recurso de los ya aludidos primeros planos −que resultan reveladores de los amplios registros interpretativos de los que son capaces las principales actrices−, sino también por el diseño de puestas en escenas estáticas, que no meramente artificiosas, que remiten poderosamente al plano teatral y abundan más si cabe el grado de tensión del espectador ante una historia que discurre por senderos no trillados.

Sin embargo, donde El cuento de la criada resulta excelsa es en su capacidad de provocar en el espectador no pocas reflexiones, que, inevitablemente, pueden inducir a plantear más de un paralelismo con un presente en el que han empezado a aflorar ideas y posicionamientos cuyo radicalismo remite a los peores horrores del convulso siglo XX.

La segunda temporada de El cuento de la criada, cuyo estreno está previsto para finales de este mes, resulta prometedora en su presentación vía tráiler, si bien su guion no parta ya del original literario que diera pie a los primeros capítulos, aunque sí cuente con el consenso y colaboración de Atwood. El tiempo dirá si se confirma o no aquel dicho de que segundas partes nunca fueron buenas. Nosotras estaremos muy atentas a su estreno para comprobarlo.




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