30 de noviembre de 2011

A hachazos con la cultura



Los vecinos de un barrio de Granada, Zaidín, se manifestaban hace unos días para reclamar la reapertura inmediata de su biblioteca, inaugurada hace treinta años y clausurada por obra y gracia de la política del tijeretazo.

Muy posiblemente esta noticia no hubiera traspasado el ámbito de la prensa local de no haber mediado el cantante Miguel Ríos, quien se sumó a las reivindicaciones de los manifestantes. Sin embargo, no se trata de un caso aislado ni tampoco único, aunque por sí solo ya es demostrativo del poco respeto que les merece la cultura a nuestros dignos políticos.

Estos se han valido de la siempre complicada valoración económica del sector cultural (los bienes proporcionados por la cultura son intangibles y difícilmente mesurables en clave económica) para emprenderla a hachazos contra un derecho – el cultural – que va a quedar reducido, si nada lo remedia, al disfrute de unos pocos.

Además, los medios de comunicación, sumamente influenciados por los discursos de nuestros mandatarios, se han encargado de aportar su granito de arena al asunto poniendo de relieve, prácticamente a diario, dos temas que mucho tienen que ver con la pervivencia de la cultura como derecho intrínseco de todo ciudadano: los recortes y los emprendedores. No obstante, obvian u olvidan que los segundos no pueden subsanar las consecuencias de los primeros y es que, a falta de una auténtica ley de mecenazgo y de grandes empresarios que quieran invertir más allá del fútbol, los emprendedores no pueden suplir, en su totalidad, las ayudas estatales.

Cierto es que hay subsectores culturales cuyas subvenciones pueden ser más que discutibles, sobre todo aquéllos que por sus propias características pueden calificarse como industrias culturales - sería el caso del cine, que ya abordaremos en otra ocasión. No obstante, aquellos otros subsectores no susceptibles de convertirse en industrias (las artes escénicas, las plásticas, el patrimonio, los archivos o las bibliotecas) difícilmente subsistirán sin subvención.

Los recortes salvajes a la cultura – en algunas comunidades superan el 60% - auguran un futuro negro para el sector, un sector que, por otra parte, en este país aún se asocia más a un divertimento que a un auténtico derecho, lo cual explica en gran medida las relativamente bajas protestas generadas – si lo comparamos con otros sectores – ante la acción de la tijera presupuestaria.

El actor Antonio Banderas comentaba el otro día que, dado los tiempos que corrían, deberían buscarse nuevas formas de financiación del cine. No va a quedar más remedio que sea así, aunque ¿por qué habría de buscar otros medios una biblioteca cuando la IFLA/UNESCO la define como “el centro local de información que facilita toda clase de conocimientos e información” y al que se accede gratuitamente? Y ¿por qué los contribuyentes deben seguir pagando los mismos impuestos por unos servicios que en algunos distritos como Zaidín están dejando de ofrecerse?

Está claro que para nuestros dignos mandatarios es más fácil recortar en cultura, sanidad o educación que cuestionar sus estratosféricos sueldos - 3.500 euros netos de media frente a los menos de 700 brutos de salario mínimo –, adelgazar sus más que holgadas pensiones o sopesar la necesidad de seguir percibiendo un sueldo proveniente del erario público cuando ya han dejado atrás su carrera política.

28 de noviembre de 2011

Blancanieves Boulevard. Blancanieves quiere ser artista

El siempre precario sector de las artes escénicas lleva cosechando desde hace unos años un éxito inusitado, razón por la cual los últimos informes elaborados por las fuentes oficiales han registrado una clara tendencia al alza en el número de entradas vendidas.

Sin duda, la causa de este éxito se halla en la irrupción en España del género musical, un género con una gran tradición en los países anglosajones, donde hay obras que llevan representándose desde hace décadas en los escenarios y cuyas melodías no son del todo desconocidas por estos lares, al haber conocido muchas de ellas su preceptiva versión cinematográfica – Los Miserables, Sweeney Todd o Chicago serían notables ejemplos.

Una adaptación al castellano de la letra original de estos musicales y el trabajo de intérpretes españoles hacen que la aceptación por parte del público sea completa. Sin embargo, Blancanieves Boulevard no es ninguna adaptación sino una obra netamente española, a pesar de que la ambientación y los nombres de los protagonistas induzcan a creer lo contrario.


Su producción y diseño han corrido a cargo de Jana Producciones, cuyo equipo se ha inspirado en un cuento que está ahora siendo objeto de un gran revival – Hollywood ya se prepara para el lanzamiento de una megaproducción con grandes estrellas a su servicio – y que en el presente musical conserva su hilo argumental prácticamente intacto pero en un marco temporal muy concreto, los años 20; aquellos felices años que el séptimo arte ha inmortalizado envolviéndolos de glamour.

No obstante, Blancanieves Boulevard no se circunscribe por completo en ese marco temporal en lo que a música se refiere, por lo que sus letras no sólo se cantan a ritmo de jazz sino también de rock o hip hop, ritmos que, en algún momento, sumen a la función en un ambiente discotequero de difícil encaje con la época que se pretende retratar, siendo éste quizás el único punto negativo del espectáculo.

Un espectáculo, por otra parte, muy brillante y con una adaptación de personajes sumamente original - Blancanieves y su madrasta – aquí su tía – no son mujeres sin oficio conocido sino que, por el contrario, son cantantes dotadas y ávidas de fama, mientras que los siete enanitos han optado por la carrera musical en un antro a las afueras de la ciudad. Estos personajes, además, tienen a su servicio a unos intérpretes de voces prodigiosas, a unos bailarines virtuosos y a unos actores muy dotados que no son demasiado proclives a la sobreactuación de la que a veces pecan los intérpretes teatrales.

La puesta en escena, por otra parte, resulta magnífica con sus numerosos escenarios y variados efectos especiales de luz y sonido, destacando especialmente la recreación de una escena netamente cinematográfica donde los personajes simulan un rebobinado.

Es obvio que la solución a la precariedad de las artes escénicas no ha de radicar por completo en el filón de los musicales, pero si éstos son de producción y diseño netamente autóctono, tanto mejor.

25 de noviembre de 2011

Mil soles espléndidos. Afganistán, tan cerca, tan lejos




Día sí, y casi día también, nos despertamos con algún titular relacionado con Afganistán y la guerra que allí se está librando. Las noticias que nos llegan son siempre cruentas, de sangre y muerte, pero ¿qué sabemos realmente de este remoto país y de sus gentes, especialmente de sus mujeres, siempre ocultas tras un pesado burka?

Algunos escritores españoles han abordado el tema de la mujer afgana; no obstante, y sin poner en duda en ningún momento el valor narrativo de las obras de éstos, a uno siempre le queda la duda de hasta qué punto no se han rellenado con grandes dosis de ficción las lagunas de la realidad sobre lo que acontece en Afganistán. Es por ello especialmente interesante la obra del escritor afgano Khaled Hosseini.

Hijo de diplomático, Hosseini ha pasado buena parte de su vida en Estados Unidos, donde sus estudios universitarios lo llevaron a abrazar la profesión médica, profesión que quedó relegada tras la publicación de la obra que lo catapultó al estrellato, Cometas en el Cielo, que ya ha sido trasladada al cine y plasmada en cómic.

Fue ese éxito lo que llevó a Hosseini a pisar de nuevo la tierra que lo vio nacer, experiencia que, seguramente, enriqueció la idea de escribir Mil soles espléndidos, una obra que se desarrolla en un Afganistán devastado por guerras fratricidas y fanatismos religiosos y cuya redacción ya se había iniciado cuando se produjeron los ataques suicidas del 11 de septiembre de 2001 que se llevaron por delante de la vida de más de 3000 personas.

Sin embargo, y a pesar de su dura temática, Mil soles espléndidos exuda esperanza a través de sus páginas, una esperanza especialmente significativa para las mujeres afganas que llevan años siendo objeto de los abusos y privaciones más variados. De hecho, el propio Hosseini ha afirmado en más de una ocasión que los talibanes no hicieron más que legalizar una situación que se había dado siempre. No es extraño entonces que su obra trate episodios históricos anteriores al advenimiento del poder talibán (el régimen de Daud Jan; el alzamiento comunista; la invasión soviética y la guerra que ésta desató o las luchas intestinas entre diferentes etnias) para mostrar la realidad de las mujeres afganas.

Una realidad que, narrada de forma sencilla y con una fuerte dosis de sensibilidad, nos muestra de la mano de dos mujeres, Marian y Laila, con vidas muy diferentes (la primera, hija ilegítima, se cría en una ambiente de reclusión absoluta; la segunda, hija de un profesor, tiene la suerte de recibir una educación). Entre ellas surgirá una bella amistad que nos conducirá por los vericuetos de la historia de un país lejano – por su situación geográfica – pero, en cierta manera, cercano – por su presencia sempiterna en los medios.

Con cierta modestia, Hosseini se ha definido como un embajador cultural. Habría que añadir que es uno de los cronistas más sensibles de este joven siglo y un autor, sin duda, a seguir.

23 de noviembre de 2011

Millenium. ¿Por qué hacer un remake de un gran film?



Ahora que quedan pocas semanas para el estreno mundial de la versión americana de Los hombres que no amaban a las mujeres es un buen momento para recuperar el film sueco en el que se inspira (o copia, eso ya lo veremos) y preguntarse hasta qué punto era necesario filmar un remake de una película brillante y, encima, con tan pocos años de diferencia.

Los hombres que no amaban a las mujeres fue una grata sorpresa para gran parte de los lectores – se cuentan por legiones- que habían devorado con fruición la trilogía de Stieg Larsson. La película, rodada con un ritmo trepidante, pero alejado de los modelos más comerciales del cine de Hollywood, resultó ser, a pesar de algunos cambios, una adaptación fiel de la primera parte de la trilogía escrita por el fallecido autor.

Además, el film también permitió el descubrimiento del enorme talento interpretativo de una actriz como Noomi Rapace, cuyo trabajo hubiera sido, sin duda, premiado con una nominación a los Oscar de haber sido el film rodado en Estados Unidos. De hecho, a los que disfrutamos con el libro y apreciamos el buen trabajo hecho con su traslación a la pantalla grande, se nos hace ya difícil desvincular el rostro de esta actriz sueca de sangre española del inquietante y complejo personaje - Lisbeth Salander - recreado por la pluma de Larsson.


A estos méritos habría que añadir la forma oscura y sinuosa en la que fue rodado el film que, sumado a una inquietante banda sonora, captó a la perfección la propia esencia del libro e hizo posible que un largo metraje no resultara plúmbeo en ningún momento.

Para abordar la versión americana parece que no se ha empezado con mal pie. Su director, David Fincher, ha facturado algunos de los títulos más oscuros e interesantes de los últimos años. Sin embargo, ¿qué necesidad había de volver a adaptar de nuevo la obra de Larsson? Es evidente que la respuesta cabe hallarla en la crisis de creatividad que desde hace años asola a Hollywood- que no al cine independiente –y a esa fijación por adaptar a la realidad americana éxitos del cine europeo (incluso el cine español vio reconvertido un film como Abre los ojos en un inclasificable producto llamado Vanilla Sky).

Mientras esperamos el estreno de la nueva adaptación (es de justos reconocer que el tráiler es sumamente impactante) no podemos dejar de hacernos algunas preguntas: ¿estará la actriz americana a la altura de un personaje como Lisbeth y, sobre todo, de la interpretación de Rapace?, ¿cómo serán abordadas las no muy explícitas, pero sí durísimas, escenas de abuso sexual del original sueco?, ¿cómo se mostrarán los episodios más negros de la historia reciente sueca que tanto el libro como su adaptación fílmica tratan sin pelos en la lengua?, ¿eclipsará Daniel Craig, con su creciente fama, la trama del film?


Nos mantenemos en inquieta espera.

21 de noviembre de 2011

Tele 5. El canal tóxico



El pasado viernes comentábamos lo difícil que puede resultar definir qué se entiende por cultura y qué no. Hay cosas, sin embargo, que no ofrecen duda alguna y un ejemplo de ello sería el canal bazofia por antonomasia, Tele 5.

Este canal vertedero protagonizaba hace unos días su enésimo escándalo. En esta ocasión, uno de sus programas estrella, ese tributo a la anticultura llamado La Noria, haciendo gala de su nula moralidad, se cubría de gloria al pagar una suma nada despreciable a un personaje cuyo mérito es estar indirectamente relacionado con un asesinato.

Nadie puede dudar ya de que T5 se ha ganado con creces el primer puesto en el ranking de expendedores de inmundicias televisivas. Su programación, bien surtida de programas infectos, apenas si contiene espacios informativos (como se puede observar en la tabla que el diario Público publicaba hace unos días) y ni siquiera respeta los pocos espacios emitidos de ficción televisiva (mutilándolos a base de la publicidad que lo sustenta y sin ni siquiera respetar los títulos de crédito).

Si bien es cierto que ni calidad ni rigor informativo jamás pisaron los platós de T5, el nefando espacio Aquí hay tomate sentó las bases de una nueva forma de entender la televisión. El contenido chabacano y chapucero de este espacio, servido a gritos por unos presentadores muy dispuestos a ganar dinero a espuertas, se caracterizó por un viaje hacia las profundidades más pútridas para ofrecer la bazofia más repugnante jamás emitida. Personajes que no aportaban más currículum que el obtenido en otra perla del canal, Gran Hermano, empezaron a invadir platós cual gladiadores prestos a matar y a despellejar a otros congéneres de su calaña. Y con ello también empezó el ataque hacia personas ya fallecidas que nada pudieron hacer por salvar su honor.

En ese inmenso vertedero cayeron periodistas que otrora tuvieron un cierto prestigio y una sólida carrera, pero que, tentados por el dinero, no dudaron en lanzar por la borda su trabajo anterior. Entre ellos, si es que alguna vez contó con un verdadero reconocimiento, destaca una de las estrellas del programa, una mujer acusada por un plagio (su libro hubo de ser retirado a los pocos día de haber sido publicado) que achacó a un error informático (su malvado ordenador, por lo visto, osó copiar párrafos enteros de otro libro).

Nadie está obligado a ver T5, basta con cambiar de canal o simplemente no sintonizarlo jamás (opción esta última que se recomienda encarecidamente a todo aquél que pretenda preservar su salud mental). Además, su condición de canal privado, le exime de ofrecer determinados contenidos aunque no de ser objeto de crítica.

Si T5 fuera un caso aislado, la situación televisiva de este país no sería tan alarmante, pero la cadena del magnate Silvio Berlusconi ha impregnado prácticamente todo con su toxicidad, haciendo que otros canales compitan con ella en porquería televisiva para ganar audiencias y condenando al ostracismo a la cultura y el arte.

Siempre habrá alguien que alegue, con esa facilidad que se tiene por llamar a todo arte y cultura, que este canal corrosivo y abyecto tiene algo de ambas cosas. No será jamás nuestro caso.

18 de noviembre de 2011

¿Estamos hablando realmente de cultura?




La prensa se hacía eco hace unos días de un nuevo premio creado por el Ministerio de Cultura y cuyo destinatario es la llamada fiesta nacional. Este galardón, dotado con 30.000 euros anuales, se justifica, según se desprende del texto del BOE donde se da parte de su creación, por el hecho de que la tauromaquia es “actividad digna de fomento” y, por lo tanto, acorde con una de las directrices tradicionales del propio ministerio, la de la “protección de la cultura”. No hay que olvidar que las ayudas y subvenciones públicas al sector cultural tienen su origen en la propia Constitución española (artículos 20 y 44), donde se menciona la libertad de creación cultural y el derecho de acceso a la cultura.

Sin embargo, ¿qué es cultura?. La definición más aceptada del término la dio en el año 1982 la UNESCO, pero algunos de sus detractores la tachan de abastar demasiado, al conceder el estatus de cultural a prácticamente cualquier actividad humana.

No es por ello extraño que exista una clara tendencia a identificar arte y tradición con cultura, pero ¿qué es el arte? Su definición, teniendo en cuenta que las manifestaciones artísticas pueden ser tan tangibles como intangibles, es tarea tan ardua como definir qué entendemos por cultura. No obstante, sobre lo que nadie duda es que la creatividad es su motor y que los sentimientos que sus obras generan son su mayor rasgo distintivo. Un pintor o un dramaturgo crean sus obras a partir de una idea, pero ¿qué es lo que hace un torero aparte de infligir dolor a un animal y causarle una muerte muy dolorosa? Y otra pregunta más inquietante aún ¿quién puede comparar los sentimientos que evoca una obra de arte con lo que pueda sentir alguien que contempla un acto tan sanguinolento como el que se representa en los ruedos?

En cuanto a la tradición, el hecho de que una determinada práctica se lleve a cabo a lo largo de la historia no justifica que ésta pueda ser considerada como cultura y, por ende, ser susceptible de protección estatal, máxime cuando existen tradiciones moralmente muy poco aceptables. ¿Calificaríamos como cultural la ablación del clítoris?

Por otra parte, si bien es cierto que el estado debe dar todo su apoyo tanto a la creación cultural como a su difusión, hay sectores que generan los suficientes beneficios como para prescindir de la ayuda estatal (el sector editorial, por ejemplo). Si la tauromaquia, como sus defensores afirman, genera tantos beneficios ¿qué sentido tiene que en un momento como éste, de crisis y recortes sin precedentes, reciba ayudas públicas?

Finalmente cabría preguntarse en qué criterios se basa el Ministerio de Cultura para beneficiar unos sectores en detrimento de otros (increíblemente desde el mes de julio pasado la tauromaquia ha entrado a formar parte de este ministerio)?, ¿qué pasa con sectores como el circo cuya supervivencia se debe al todavía fuerte tejido asociativo de este país?

Sin entrar en si es necesario o no prohibir un espectáculo como el de los toros, uno no puede dejar de sentirse perplejo al escuchar hablar a un torero de su arte, como si su profesión fuera comparable a la de un escritor, pintor o actor. Si este llamado arte no infligiera tanto sufrimiento, la opción de reír a carcajada batiente sería la más idónea.

16 de noviembre de 2011

Un recorrido por la historia de la publicidad en Cataluña



El Palau Robert de Barcelona ofrece actualmente una más que interesante exposición dedicada al nacimiento y evolución de uno de los sectores más importantes de las denominadas industrias creativas, la publicidad. 

Para confeccionar esta exposición, sus comisarios han escogido un período que abarca cien años de historia, a caballo entre dos centurias (1857-1957), y para ello se han valido de varios espacios expositivos distribuidos en una misma sala y donde predomina el negro como color de fondo, siendo los propios anuncios y las explicaciones del contexto histórico, social y cultural los que aportan luminosidad al conjunto de la muestra.

Además, con una rigurosa distribución cronológica, repartida entre murales y vitrinas, el visitante va a poder descubrir a figuras como Rafael Roldós y otros emprendedores y visionarios, creadores de los primeros trabajos publicitarios en Cataluña y precursores del afianzamiento de su profesión (que ya en el año 1933 se introducirá en el mundo académico) y del nacimiento de las primeras agencias de publicidad.

Sin embargo, esta muestra también resulta interesante por incidir en la estrecha relación entre la cultura, el arte y la prensa con ese sector publicitario español y catalán que ve la luz por primera vez a mediados del siglo XIX. De hecho, fue Roldós quien fundó el rotativo Las Noticias, en el cual un joven Josep Pla se inició como periodista allá por el año 1919.

La distribución de información, por otra parte, es también especialmente interesante porque se puede apreciar claramente cómo la palabra cede paso ante la imagen y la ilustración a medida que la publicidad evoluciona como sector y accede a otros medios como la televisión y el cine.

Este caudal de información, perfectamente dosificado por los gestores de la exposición, incluye además curiosidades como los primeros manuales que se hicieron sobre la publicidad como sector profesional.

A destacar, finalmente, que la exposición cuenta con un video donde se suceden 100 imágenes de anuncios, uno por cada año, donde el espectador asiste al nacimiento y evolución de marcas por todos conocidas (es sorprendente lo poco que han cambiado su logo algunas de ellas) y otras tantas ya desaparecidas. Su único hándicap, sin embargo, es una sucesión de imágenes a un ritmo tan rápido que no permite al espectador poder apreciar cada anuncio en su justa medida.

En definitiva, una interesante muestra para los que consideran que la publicidad es algo más que un lucrativo negocio.

14 de noviembre de 2011

Downton Abbey. Exquisitez británica



Cuando los canales privados de televisión empezaron a proliferar, algunos ilusos creyeron que la multiplicación de la oferta redundaría en calidad. Sin embargo, el aumento del número de canales tan sólo ha generado, con notorias y contadas excepciones, zafiedad y una competencia descarnada.

Contados programas y algunos seriales (estos últimos, generalmente, importados) se han convertido en el último reducto para quienes todavía descartan la idea de desterrar la televisión definitivamente de sus vidas. Este grupo y los amantes de la ficción televisiva de calidad tienen motivos para alegrarse con el retorno a la parrilla televisiva, y en prime time, de una serie como Downton Abbey, que allá por donde se ha emitido ha contado no sólo con el éxito de los telespectadores sino con el beneplácito de la crítica (anglosajona y no anglosajona).

El motivo de este éxito salta a la vista desde el primer capítulo. Downton Abbey no sólo presenta una factura impecable sino que cuenta con uno de los mejores guiones escrito en años. Rozando los clichés y retrotrayéndonos en el tiempo (¿quién no recuerda la mítica Arriba y abajo?), las varias historias que conforman la trama de esta serie están repletas de intriga, pasión, algunas gotas de comedia y un gran academicismo histórico, que muestra con rigor ese doloroso cambio de época que supuso la Primera Guerra Mundial.  


Gérard Depardieu comentó una vez que no existían mejores actores que los británicos y, de hecho, es el magnífico plantel de intérpretes desconocidos, capitaneados por la siempre insuperable Maggie Smith, quienes consiguen hacer posible ese perseguido rigor histórico, mostrando a unos personajes que asisten temerosos y sorprendidos a la irrupción del teléfono o la electricidad en la vida cotidiana y que se muestran entre esperanzados y asustados por las nuevas corrientes políticas que amenazan con apuntalar los enormes cimientos que separan las clases sociales (a señalar que es especialmente recomendable escuchar la serie en su inglés original para apreciar todos los matices de acentos entre señores y criados).

La primera parte de Downton Abbey fue una grata sorpresa para escépticos televisivos, una exquisita rara avis cuyo guión bien pudiera haber surgido de la prodigiosa pluma de Henry James, quien por cierto no dudó en nacionalizarse británico dejando atrás su herencia norteamericana. Ahora sólo nos queda esperar que la segunda tanda de episodios esté a la altura de la primera parte. Mucho dudamos de que no sea así.

11 de noviembre de 2011

Club Escandinavo de Barcelona



Sólo Madrid y Barcelona cuentan con un club escandinavo. El de la Ciudad Condal lleva ya bastantes años de rodadura (fue inaugurado nada menos que en el ya lejano 1927) y, si lo incluimos en esta entrada, no es sólo por sus cursos dirigidos a niños y adultos y dedicados al noruego, danés, finés y sueco (este último con la posibilidad de obtener una titulación oficial – el Swedex en sus niveles A2, B1 y B2), sino por haberse constituido como el mayor referente cultural de los países nórdicos en Barcelona.


Este honor se debe a las múltiples actividades que se llevan a cabo a lo largo de todo el año y que atraen a propios y extraños, estudiantes y no estudiantes del centro.

Entre esas actividades cabe destacar la celebración de los días nacionales de los países a los que representan, incluyendo fiestas típicas como la del Cangrejo, amenizada con comida y bebidas típicas, todo un lujo para el paladar más curioso, o la misa de Navidad con la procesión de Santa Lucía.

Comida y bebida también tienen un papel destacado en las actividades que se organizan en Navidad, cuando se celebra una especie de mercadillo con paradas, diferentes según los países, donde no sólo se pueden adquirir objetos típicos y comida sino degustar un exquisito ponche Glögg, que se sirve, como no podría ser menos, caliente y especiado.

Además, el club también organiza actividades para niños suecos y fineses y exposiciones de pintura y fotografía para la promoción de los artistas nórdicos o aquéllos que tengan alguna vinculación con el club, lo que, sin duda, es un aliciente para sus estudiantes con veleidades artísticas.

Finalmente cabría destacar su biblioteca y mediateca y su presencia en el canal BTV, que ofrece noticias en todos los idiomas impartidos por el centro.

En definitiva, el Club Escandinavo es una oportunidad única para acercarnos a una cultura no tan alejada pero sí muy desconocida para el público en general; y es de visita obligada para los amantes de la tan cacareada novela negra nórdica, que somos muchos. Sólo aquí, en las festividades señaladas, vamos a poder degustar las deliciosas y auténticas pastas de canela que Camila Läckberg se empeña en mostrarnos en todos sus libros.



Para más información, se puede visitar:

9 de noviembre de 2011

Barcelona y la crisis de la versión original



Hace unas semanas los medios de comunicación recogieron unas declaraciones del fundador y actual presidente de la Academia del Cine Catalán, el actor Joel Joan, que desgraciadamente no han tenido demasiado eco.

Sin embargo, las palabras del actor catalán tienen un enorme calado puesto que ponen sobre el tapete una realidad que nos aleja de la mayor parte de nuestros vecinos europeos, el tema de la proyección de los films en su versión original.

No hace falta visitar ningún país nórdico para comprobar que los productos audiovisuales importados se emiten en su versión original y con subtítulos, nuestra vecina Portugal aplica una política similar en la emisión de productos audiovisuales foráneos. Y otro tanto se podría decir de países como Alemania o Francia, que, aún valiéndose del doblaje, cuentan con una notoria mayor oferta en versión original que la ofrecida por estos lares.

De hecho, los datos hablan por sí solos si tomamos como ejemplo las principales ciudades españolas, Madrid, que cuenta con 11 cines que proyectan en versión original, y Barcelona, con un número ridículamente bajo, 5 cines.

A pesar de que estos establecimientos cuentan con más de una sala a su servicio, su oferta es insuficiente. A lo que hay que añadir que, en el caso de la Ciudad Condal, sus habitantes hemos asistido durante los últimos lustros a la desaparición paulatina de cines tan emblemáticos como el Arkadin en el barrio Gracia, la cuarta sala de los cines Alexandra en Rambla Catalunya (el Alexis), el moderno Boliche en plena Avenida de la Diagonal, el concurrido Casablanca (también situado en el barrio de Gracia y que llegó a contar con dos establecimientos multisalas) y el Rex, sito en la Gran Vía y la única gran sala dedicada exclusivamente a la versión original.

Joel Joan afirmaba, eludiendo la polémica del doblaje en catalán, que la versión original es la mejor forma de disfrutar un film, cosa con la que cualquier cinéfilo militante estaría de acuerdo. ¿Cómo apreciar sino la interpretación de un actor o actriz, en todos sus matices, sin escuchar su verdadera voz?, ¿cómo disfrutar de esos ruidos cotidianos que la cámara capta con verismo y que el doblaje, con su puro artificio, aminora o silencia?

No se puede obligar a los empresarios de las salas a que pierdan beneficios proyectando los films en un su idioma original, pero sí se puede incentivar desde la infancia el visionado sin doblaje, lo que impulsaría de paso la lectura. Fomentemos una igualdad entre europeos mesurada por un rasero cultural y educativo y no meramente económico.

7 de noviembre de 2011

Melancolía. Viaje onírico hacia el Apocalipsis



Sentarse en una sala oscura y esperar la proyección en una gran pantalla de una obra de l’enfant terrible del cine europeo, Lars Von Trier, puede ser un auténtico acto de fe, máxime si se ha visionado su penúltima película, Anticristo, tan sublime y tan errática.

Melancolía se inicia con un brillante y lento encadenado de secuencias que componen un prólogo totalmente onírico, condimentado con la grandiosa música de Wagner y que va a marcar el tono de todo el metraje, especialmente su final.

El film se constituye no solamente como un viaje hacia las profundidades de la depresión, estado en el que al parecer había sucumbido Von Trier antes de rodarlo, sino también a la descomposición acelerada de una familia a medida que se aproxima el planeta que da nombre a esta obra.

En esa descomposición familiar, ya iniciada con el divorcio de los padres de las hermanas protagonistas, Justine (Kirsten Dunst en una de sus mejores interpretaciones) tiene un papel destacado, con sus estados de ánimo, bipolares en el inicio, totalmente depresivos tras su fallida boda y, finalmente, con su actitud resignada y hasta esperanzada ante la posible destrucción de su propia melancolía, que la reconcome desde siempre.

Destacado es también el papel de la hermana, Claire (una magnífica, como siempre, Charlotte Gainsbourg), quien sucumbirá al pánico a medida que Melancolía se aproxime, dejando tras de sí el carácter dominante presente en la primera parte del film.

La gran caracterización del resto de personajes es consecuencia de la acertada elección de un plantel de actores sensacional. Charlotte Rampling, John Hart (con un par de escenas memorables), Stellan Skarsgård o un Kiefer Sutherland recuperado de una de las series de moda y que aquí protagoniza uno de los actos más cobardes y egoístas que quizá se hayan filmado nunca.


Poco queda ya de aquella declaración de intenciones que fue el Dogma 95, tan sólo el continuo movimiento de la cámara en mano, que sigue incesantemente a todos sus protagonistas, o el título, escrito a mano por el propio Von Trier y que sucede al prólogo.

Brillante en su mayor parte, poética en casi todos sus planos (la escena de los globos blancos sobrevolando de noche un campo de golf es de las que quedan impresas en la retina), grandilocuente a ratos, Melancolía es una muestra más del buen hacer de un director que mantiene vivo el cine europeo.

4 de noviembre de 2011

¡Viva México!


Viva México

Vivir en una ciudad grande tiene, sin duda alguna, grandes ventajas desde el punto de vista cultural, y no sólo por la mayor variedad de eventos culturales que en ella puedan tener lugar sino por el mayor contacto que se produce con otras culturas. Sin embargo, y afortunadamente, no toda la oferta cultural queda reducida a las grandes metrópolis, como viene a demostrar ¡Viva México!, un grupo de artistas mexicanos que lleva algún tiempo asentado en la provincia de Tarragona. 

Su especialidad es el folklore mexicano, en su enorme variedad y riqueza, que muestran en espectáculos destinados a amenizar fiestas y eventos, destacando especialmente el de las Noches Mexicanas, donde se combina la música ranchera con bailes típicos y la gastronomía mexicana, lo que convierte cualquier actuación en una pura delicia. Además, ¡Viva México! no descuida a los más pequeños, puesto que una de sus especialidades es la organización de fiestas infantiles y de talleres donde aquéllos se convierten en los máximos protagonistas.

Por otra parte, los componentes de ¡Viva México! tienen una larga experiencia en el mundo del espectáculo, como se puede observar en su página web, cuya visita recomendamos encarecidamente. Además, también se puede encontrar más información del grupo en Facebook y Youtube.


2 de noviembre de 2011

Tintin. La arriesgada apuesta de Spielberg



Llevar a la gran pantalla un clásico del cómic europeo, poco conocido en Estados Unidos pero con legiones de incondicionales repartidos a lo largo y ancho del mundo, es pura osadía. 

Osadía porque las adaptaciones de las obras de gran calado (y Tintín, que ha llenado las horas de ocio de más de una generación, lo es) cuentan de antemano con las críticas más descarnadas y exacerbadas de los fieles al original; y osadía también por el hecho de embarcarse en una más que costosa aventura que todavía está por ver si recaudará cifras importantes en Estados Unidos, donde el personaje de Tintín no es demasiado conocido (de hecho, el hoy sesentón Rey Midas de Hollywood no supo del héroe de Hergé hasta bien entrado en la treintena).


Con casi toda probabilidad, las legiones de seguidores del reportero con tupé pelirrojo hallarán mil y un motivos para denostar esta traslación de su héroe a la gran pantalla (muchos de ellos, a buen seguro, relacionados con el marcado carácter anglosajón del film, con unos personajes de acento muy british y un Milou -Milú para nosotros- rebautizado como Snowy). 

Sin embargo, justo es reconocer los aciertos del film de Spielberg, que ha sido rodado íntegramente en capture motion, una técnica que ya había dado personajes de un gran realismo (el Gollum de El Señor de los Anillos o el enorme gorila enamorado de la versión más reciente de King Kong) y que aquí convierte, con gran verismo,  en personajes de carne y hueso a Tintín y su troupe, respetando fidedignamente las viñetas originales de Hergé.

También es digna de encomio la banda sonora del gran John Williams, que dota con un ritmo trepidante las escenas donde Tintín se muestra más osado, siguiendo la estela de Indiana Jones, en su empeño por descubrir el secreto que guarda un barco llamado Unicornio.

El film cuenta, además, con un magnífico flashback (una auténtica loa a la concisión narrativa) y con numerosos guiños a los amantes de Hergé (desde sus primeros fotogramas hasta los títulos de crédito con la tipografía clásica del cómic, pasando por el retrato que un pintor callejero hace de Tintín).

El éxito de esta arriesgada apuesta determinará si la intención del Rey Midas de realizar una trilogía se convierte en realidad. A los que no somos muy afines a Spielberg nos queda una pregunta sin respuesta: ¿cómo hubiera sido el Tintín de Peter Jackson de no haber sido el productor de esta cinta sino su director?
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