30 de diciembre de 2011

The Artist. Simplemente, una obra maestra




Durante mucho tiempo al cine le fue negada su condición de disciplina artística y quizá sea ésta la principal razón por la cual el Séptimo Arte, en su afán por sobrevivir, no ha cejado nunca en su empeño por adaptarse a los nuevos tiempos. La aproximación a las nuevas tecnologías a través del formato 3D sería el ejemplo más cercano, pero si hubo realmente un momento en que ese apego a la modernidad tuvo consecuencias dolorosas fue la transición del cine mudo al sonoro.

Esa transición supuso el fin de las carreras de muchos actores que no pudieron adaptarse a un formato que privilegió voces y acentos y renegó de las actuaciones cargadas de gesticulaciones exageradas y más próximas al teatro que al cine tal y como lo entendemos hoy día.

Con The Artist, su guionista y director, Michel Hazanavicious, ha querido hacer un homenaje no solamente a los inicios del cine sino también a las carreras truncadas de aquellos primeros intérpretes, lo cual ha dado pie a la aproximación a otras temáticas que ya se han plasmado en el celuloide, como el amor entre una estrella emergente y otra en plena decadencia, el paso del estrellato al anonimato o el orgullo del artista. Sin embargo, y lejos de provocar un cierto déjà vu en el espectador, la prodigiosa soltura de Hazanavicious con un género tan añejo dota de una nueva dimensión a esos ingredientes argumentales, lo que demuestra no sólo un profundo amor por el cine silente sino un amplísimo conocimiento del mismo.


Además, en su sentido homenaje, el director galo no se ha limitado a filmar un film en la forma en la que lo hicieran los primeros cineastas, sino que ha apostado por mostrar cómo se rodaban esas películas en las primeras décadas del siglo pasado y cómo se exhibían en la pantalla grande, acompañadas por una orquesta que tocaba en directo y que suplía la ausencia de banda sonora.

Sin embargo, el homenaje de Hazanavicious no se circunscribe por completo al cine silente sino que se hace extensivo al cine con mayúsculas, como vienen a demostrar los excelsos momentos - guiños cinéfilos dignos de los paladares más exquisitos-, donde se rememoran filmes como Ciudadano Kane del gran Orson Welles, se utiliza la hipnótica música de Vértigo del mago del suspense Alfred Hitchcock o se rinde tributo al género musical de la década de los años 30 y, por extensión, a los desaparecidos Fred Astaire y Ginger Rogers.

Si el tiempo le hace justicia, The Artist también será recordada por algunos episodios gloriosos, donde se combinan con maestría el uso de la música y de los silencios absolutos, y por su ritmo sostenido al que, rozando la perfección, no le sobra ni un sólo segundo.

También quedará para la posteridad la interpretación de unos absolutamente magníficos Jean Dujardin y Bérénice Bejo – a seguir desde ya –, secundados por un sólido reparto y un prodigioso can que amenaza con robar más de una escena.

The Artist es simple y llanamente una obra de arte; también es una apuesta arriesgada en un momento en el que hace ya tiempo que la mediocridad campa a sus anchas en mucha producción cinematográfica, por lo que si, como se rumorea, consigue el reconocimiento de la Academia de Hollywood, quizá aún no sea demasiado tarde para un maridaje entre éxito y calidad. Crucemos los dedos para que así sea.

28 de diciembre de 2011

El Chino. Un Mankell sin Wallander



Hace años Henning Mankell y su personaje más famoso, Kurt Wallander, irrumpieron con fuerza en el mundo de la novela policíaca. Durante todo ese tiempo, los lectores fieles al escritor sueco han visto envejecer a su personaje, han asistido a su desastrosa vida social y sentimental y, seguramente, han arañado minutos de sueño para verle desentrañar los muchos misterios que han surgido de la mente de su creador.

Sin embargo, en su larga trayectoria como novelista, el prolífico y polifacético Mankell no se ha mantenido fiel por completo a su sagaz protagonista. De hecho, y casi siempre sin alejarse del misterio, se ha acercado a otras épocas – Profundidades -,  otros escenarios – El ojo del leopardo-, u otras temáticas - Tea Bag- para mostrar su prosa más intimista o su actitud más crítica para con los problemas, especialmente sociales y económicos, que asolan no únicamente al mundo Occidental y a los llamados países emergentes sino al continente africano, del cual es un gran conocedor.

Siguiendo esta línea, El Chino no es realmente una novela policíaca al uso. De hecho, el misterio que envuelve el salvaje asesinato múltiple con el que se inicia esta obra prácticamente se convierte en un McGuffin, un cebo para trasladar al lector a otros escenarios (Suecia, Dinamarca, China, Reino Unido, Estados Unidos, Zimbabue) y otras épocas (la segunda mitad del siglo XIX y los años 60 del pasado siglo) con el fin de intentar abordar el presente del gran gigante asiático y las, al parecer, cruentas luchas intestinas que se libran en su interior.

Así, y de forma sumamente prolija, Mankell, tras una parada en la década de 1860, hace un gran repaso a la historia reciente de China, desde la época en la que Mao asumiera el poder hasta llegar a nuestros días, con un país dividido entre una apertura económica – y, por consiguiente, tendente a un acercamiento progresivo al sistema capitalista - y el empeño de aferrarse a los viejos principios comunistas que moldearon el país política, social y económicamente.

El objetivo de Mankell de no circunscribirse a los límites geográficos de China responde a dos motivos: resaltar un hecho ya constatado, la presencia cada vez más creciente de la comunidad china en suelo europeo, e incidir en un tema especialmente polémico, el del traslado de un gran número de ciudadanos chinos al continente africano huyendo de la pobreza y superpoblación que acucian a su país.

Mankell, no obstante, no se queda ahí sino que también hace un repaso de las ideas políticas que recorrieron la Europa de los 60, centrándose especialmente en los jóvenes que, con un dogmatismo prácticamente sectario, abrazaron la causa comunista para después, asentados en una plácida vida burguesa, abandonarla sin echar la mirada atrás.

No se puede decir en ningún momento que un libro tan largo como éste resulte plúmbeo. La agilidad narrativa de Mankell y sus bien articulados personajes no lo permiten; no obstante, El Chino no es un único libro, son al menos tres, y su nexo de unión resulta a ratos muy frágil. A pesar de ello, estamos ante una obra más que interesante que, sin llegar al nivel de suspense al que los seguidores de Mankell están habituados, puede atrapar la atención de los lectores más inquietos socialmente, sean o no incondicionales del viejo Wallander.

26 de diciembre de 2011

La lectura. Un hábito temprano


Desde hace años, la Federación de Gremios de Editores de España publica anualmente un estudio sobre los hábitos lectores del país.



Los datos recogidos para el último informe pertenecen al primer semestre del año que dejamos en unos días y, como suele ser habitual, son absolutamente descorazonadores, a tenor del poco hábito que por la lectura existe en este país (un 38,1% de la población no es lectora).

Llama poderosamente la atención que, entre los principales motivos alegados para no leer, destaquen el poco gusto o interés por la lectura (28,0%) y la preferencia de otras actividades para pasar el tiempo libre (19,3%).

Dado que estos motivos están estrechamente relacionados con la poca o nula inculcación del hábito lector a una edad temprana, hemos llevado a cabo una pequeña selección de webs y blogs que podrían ser del interés de aquellos padres o familiares que quieran iniciar a los más pequeños en el fascinante mundo de la lectura.


Siguiendo un orden estrictamente alfabético, apostamos por los siguientes enlaces:

  • Cielos de papel. Portal argentino totalmente interactivo y  volcado por completo en los más pequeños, a los que ofrece la posibilidad no sólo de leer sino también de escribir, dibujar, jugar, visionar vídeos... Además, contiene material para padres y docentes.
  • Cosicosas. Revista de poesía infantil que cuenta con la colaboración de varios autores sudamericanos. Ofrece un diseño atractivo y la posibilidad de acceder a una gran cantidad de cuentos, juegos, etc. Es, en definitiva, un recurso excelente para el descubrimiento de la lectura que pueden utilizar a la par pequeños y mayores.
  • Darabuc: literatura infantil e ilustración. Un blog muy interesante realizado por un escritor y traductor que se vale de éste y otros recursos para poner de relieve el importante papel de las bibliotecas en cuanto difusoras de literatura infantil y juvenil. Con profusa información, destaca el apartado Mi propuesta más reciente, especialmente útil en estas fechas si vamos escasos de ideas a la hora de regalar.
  • Literatura infantil. Web que se constituye como todo un fondo de recursos para seleccionar libros por edades (hay, incluso, títulos dedicados a los padres) y con información detallada de los autores de las obras.
  • Recursos para bibliotecas infantiles y juveniles. Enfocado más en el mundo de las bibliotecas infantiles y juveniles, este blog es también de gran utilidad para padres y docentes, tanto por su voluminoso contenido como por su profusión de enlaces seleccionados.

23 de diciembre de 2011

Jane Eyre. Adaptación impecable de un clásico literario



Ni Emily ni Charlotte Brontë tuvieron carreras literarias tan prolíficas como su compatriota Jane Austen pero con ella comparten el hecho de haber sido objeto de devoción por parte de guionistas y directores de cine, quienes, enamorados de sus obras, las han trasladado en más de una ocasión a la gran pantalla.

Jane Eyre de Charlotte Brontë ha conocido muchas versiones, cinematográficas y televisivas, pero es, sin ningún género de duda, la adaptación del año 1943, titulada Alma rebelde y protagonizada por un inconmensurable Orson Welles y una exquisita Joan Fontaine, la más recordada y apreciada por la crítica.

Habiendo leído el libro de Brontë muchos años atrás y teniendo aún fresca en la memoria los personajes de Rochester y Jane Eyre interpretados por aquellos afamados actores de la época dorada del cine, enorme era la reticencia de quien suscribe estas líneas a visionar una nueva versión de un clásico de la literatura victoriana. Sin embargo, poco metraje bastó para que la reticencia se diluyese con pasmosa rapidez para dar paso a una grata, gratísima, sorpresa.

El director de la presente cinta, el norteamericano Cary Fukunaga, no sólo ha sabido mantenerse fiel al original literario sino que, sabiamente, ha optado por distanciarse de la ya clásica versión de 1943. Para ello ha evitado de manera consciente el tono predominantemente melodramático de Alma rebelde y ha apostado por un ritmo narrativo sosegado y una ambientación y una fotografía exquisitas y realistas, que muestran con fidelidad los paisajes descritos por Brontë en su obra, tan desolados como el alma de sus propios protagonistas. Y todo ello lo ha salpicado Fukunaga con alguna que otra elipsis narrativa con la doble finalidad de no censurar nada del original literario y, a la vez, no cansar al espectador con una historia que podría resultarle demasiado larga.


Parece evidente, no obstante, que el buen hacer de Fukunaga habría tenido unos resultados muy distintos de no haber contado con la magistral interpretación del trío protagonista, Michael Fassbender, Mia Wasikowska y Judi Dench

Fassbender borda su papel de Rochester y demuestra, una vez más, una enorme versatilidad para interpretar personajes muy diferentes (su interpretación del Jung de Un Método Peligroso – presente en nuestras carteleras- es de las que se quedan impresas durante mucho tiempo en la memoria), mientras que Wasikowska, actriz en alza desde que interpretara la Alicia de Tim Burton, no sólo le da una perfecta réplica sino que dota de matices a un personaje ciertamente complicado de interpretar, el de una mujer apasionada e inteligente moldeada por la frialdad de una educación sumamente rígida y clasista. Mención aparte merece Judi Dench, siempre perfecta en cualquier personaje que aborde.

A Fukunaga sólo se le puede reprochar su decisión de huir de la crítica social, muy presente en el libro de Brontë y en la adaptación de 1943, y el uso de un flashback no demasiado afortunado que puede llegar a confundir al espectador.

Suele ser casi un hecho constatado que la mayor parte de los remakes carecen por completo de interés. Afortunadamente no es éste el caso, por lo que seguiremos con interés la carrera del exquisito Fukunaga.

21 de diciembre de 2011

Los Simpson. Un oasis de calidad en la parrilla televisiva



En el año 1992, mientras Barcelona se preparaba para asumir el mejor papel de su vida tras haberse convertido en sede de los Juegos Olímpicos, desembarcaba en España la que, sin duda, es la familia más famosa de la pequeña pantalla, Los Simpson.

Entonces, y en un horario más acorde con la disponibilidad del público al que se dirigen sus historias, Los Simpson fueron emitidos por La2. Hoy, 19 años después, la familia de dibujos animados no sólo ha alcanzado su temporada número 21 sino que sigue emitiéndose en España – cortesía de Antena 3  – con un gran éxito de público.

Ganadora de numerosos premios durante su larga trayectoria televisiva, esta serie no pudo haber tenido un origen más modesto; la familia Simpson inició su camino hacia el estrellato a finales de los años 80 en el show de la actriz Tracey Ullman y de la mano de su creador, Matt Groening.

Aquellos primitivos personajes se dirigieron desde un principio, con su corrosiva crítica a la sociedad, a un público adulto. Un público al que se ganó gracias a un humor ácido que no ha dejado títere con cabeza y es que, en sus fauces de afiladísimos colmillos, han caído artistas, intelectuales, políticos, diversas instituciones, medios de comunicación, profesiones varias, ideologías políticas e, incluso, la gran factoría Disney. De hecho, los violentos dibujos animados Rasca y Pica no son más que la otra cara, la más oscura y perversa, de los personajes de Disney y una excusa para, en ocasiones, lanzar algún que otro dardo envenenado a la obra y figura del adaptador de tantos y tantos cuentos infantiles (especialmente corrosivos en este sentido son los capítulos donde se parodian los filmes Pinocho y Fantasía y el que atribuye la autoría del show Rasca y Pica a un vagabundo a quien le robaron su idea).

Sin embargo, el éxito de Los Simpson no hubiera sido posible sin la creación de unos personajes muy representativos de la clase media norteamericana y que Matt Groening supo perfilar muy bien ya desde los primeros capítulos. Así, Homer, el vago, conformista y cabeza de familia sin aspiraciones en la vida; Marge, su incomprendida y bastante frustrada esposa; los hijos mayores, Bart y Lisa, rebelde el primero, intelectual la segunda; el vecino Ned Flanders, devotísimo cristiano; o el Sr. Burns, el capitalista sin entrañas, han conseguido ya un lugar propio en el Olimpo televisivo.


Además, la serie ha contado con unos ingredientes muy utilizados y exitosos, como los números musicales al estilo Broadway o la presencia de personajes famosos en muchos capítulos. Incluso sus guionistas se han atrevido con la ficción dentro de la ficción, destacando especialmente el capítulo Detrás de la risa de Los Simpson, narrado en clave de documental.

Dice el refrán que lo breve, si bueno, dos veces bueno. Es evidente que los últimos guiones de la serie, repetitivos y, en ocasiones, descabellados, inciden en la necesidad de acabarla; no obstante, Los Simpson son aún un oasis de calidad en una parrilla televisiva caracterizada por una programación repleta de espacios de más que dudoso gusto.

19 de diciembre de 2011

El mecenazgo. La asignatura pendiente




En un momento de crisis y recortes sin igual, cada vez se reclama con más fuerza una auténtica ley de mecenazgo que, como en el caso de Francia – país con una larga tradición en la subvención de la cultura -, propicie la creación de una fuente adicional para el sustento del sector cultural.

En este escenario, las recientes declaraciones de uno de los aspirantes a la presidencia de la SGAE, Antón Reixa, no dejan de sorprender. En una entrevista, el músico, escritor y director de cine gallego apuntaba que, en una época de pocas ayudas y una progresiva implantación del mecenazgo cultural, la cultura indefectiblemente se iba a ver condenada a vivir de la beneficencia, razón por la cual, de ganar la presidencia de la sociedad gestora, va a perseguir implacablemente los delitos de piratería, puesto que – según sus palabras – los derechos de autor son la única manera de que la cultura pueda mantenerse a sí misma.

Como es previsible, estas declaraciones han hecho arder los foros sociales. Sin embargo, y sin entrar en uno de los temas estrellas de la red, resulta preocupante que Reixa, un creador y miembro activo del mundo cultural, equipare mecenazgo a beneficencia.

Es evidente que una ley que favorezca el mecenazgo no conseguirá los resultados de otros países como Estados Unidos. La razón es muy sencilla: los ciudadanos estadounidenses asumen la cultura, según apunta Teixeira Coelho - conocido estudioso en este campo, como algo muy próximo, lo que se traduce en donaciones y mecenazgo. En un país como España, con unos índices de lectura por los suelos, a la cola del consumo cultural y donde los tijeretazos a la cultura no han provocado protestas demasiado sonoras, puede resultar difícil que el empresariado español mire más allá del fútbol a la hora de erigirse como mecenas de algún sector o proyecto cultural.

Sin embargo, y afortunadamente, no toda la financiación privada ha de depender necesariamente de empresarios con pocas miras. Y aquí entraría en juego el inestimable papel del sector asociativo, en precariedad económica permanente, pero con más de una fuente de financiación. De crearse una auténtica ley de mecenazgo que vaya más allá de las buenas intenciones, las ayudas privadas que ya recibe el tercer sector, las cuales responden, en su mayoría, a donantes con inquietudes culturales, podrían incrementarse notoriamente.

Por otra parte, una buena ley de mecenazgo no tiene que porqué ir en detrimento de la ayuda estatal, la cual obligatoriamente ha de privilegiar el derecho de todo ciudadano a acceder a la cultura y apoyar a aquellos sectores históricamente deficitarios como, por ejemplo, las artes escénicas.

Existe, forzosamente y como ha demostrado nuestro país vecino, un punto intermedio entre una creación cultural que dependa por completo del estado y, en consecuencia, comulgue con los preceptos del gobierno del momento; y un mecenazgo liberal, donde el apoyo a la cultura se rija por las leyes de mercado.

Finalmente, si deben ser los derechos de autor los que sustenten la cultura, tal y como apunta Reixa, ¿no se someterían los creativos a las leyes de mercado para poder ganarse la vida?, ¿no se acatarían los esquemas del gobierno de turno en aras a una posible ayuda?

16 de diciembre de 2011

Galería Doria-Pamphili. Un lugar para perderse



No es infrecuente pecar de iluso la primera vez que se visita la viejísima ciudad de Roma. Se tiende a pensar, con excesiva inocencia, que una buena organización del tiempo nos permitirá descubrir todos los rincones y tesoros culturales y artísticos albergados por la bella urbe. Sin embargo, para conocer en profundidad la Ciudad Eterna prácticamente se necesita toda una vida consagrada a recorrer sus viejas y sinuosas calles, palazzos, museos, galerías, ruinas… Por ello, visitar en el primer viaje el Palazzo Doria-Pamphili es una excelente forma de ir abriendo boca.

Este palazzo, a diferencia de los otros muchos que pueden hallarse en la ciudad, no se ha convertido en un museo ni en una sede que albergue a algún organismo oficial sino que, por el contrario, continua habitado por una de las familias aristocráticas de más abolengo de país.

Su visita se justifica por el contenido de sus viejas estancias, que ocupan prácticamente toda una manzana en el centro de la ciudad y que albergan una increíble colección de pintura, esculturas – especialmente de época romana – y objetos varios, que van desde diferentes instrumentos musicales hasta un trono que data de época napoleónica.

La entrada, no todo lo económica que uno quisiera –tampoco hay que olvidar que se trata de una colección netamente privada-, permite la visita de la increíble pinacoteca del palazzo, compuesta por cuatro galerías, distribuidas en salones, donde se albergan los cuadros y esculturas de artistas tan importantes para la historia del arte como Caravaggio (con sus obras Sagrada Familia con ángel músico y La Magdalena Llorosa), Bernini, Rafael, Annivale Carracci, Paris Bordone, Quentin Metsys, Brueghel el Viejo, Hans Memling, Filippo Lippi o Tiziano.

Una de esas salas, la denominada Sala de los Espejos, de herencia claramente versallesca, es un reclamo en sí misma no sólo por su apariencia sino por dar paso al camarín donde se encuentra la joya del palazzo, el retrato que Velázquez hiciera a uno de los miembros de la familia Doria-Pamphili, el papa Inocencio X, iniciador de la colección, el cual, según relatan las crónicas, al contemplar su imagen en la obra de Velázquez, manifestó que era demasiado realista. Además, en esta pequeña sala, y al lado del famoso cuadro, se halla también el busto del pontífice, obra de Bernini y del que se dice que no alcanzó las cotas de realismo conseguidas por el pintor español.

El disfrute de las salas expositivas, y de otras dependencias, como los apartamentos privados y una capilla, es completo con el uso de la audioguía incluida en la entrada, cuyo locutor relata la historia de tan aristocrática familia a través de una información detallada y amena, salpicada de numerosas anécdotas (lamentablemente, para quienes no dominen el inglés, italiano, alemán o francés, hace tres años no existía la posibilidad de escuchar la grabación en castellano).

Al finalizar la visita, se puede acceder a la tienda del palazzo, para adquirir algún recuerdo o regalo, y a una bonita cafetería, donde podremos procesar, acompañados de un exquisito café, todas las obras impresas en nuestra retina y preguntarnos cuándo volveremos a repetir semejante experiencia sensorial.

14 de diciembre de 2011

La ciudad de Saignier

Quien se encuentre estos días en Barcelona tendrá la oportunidad de visitar una interesante exposición organizada por Caixa Forum y centrada en la obra y figura de uno de los arquitectos más importantes de la Ciudad Condal, aunque, de manera incomprensible, prácticamente un desconocido para la mayor parte de los barceloneses.

Enric Sagnier i Villavecchia vivió a caballo entre dos siglos – el XIX y el XX – y es, sin duda, uno de los arquitectos más prolíficos del país. De hecho, prácticamente nada se le resistió y de su estudio surgieron los diseños de edificios públicos, viviendas unifamiliares, entidades bancarias, hoteles, edificios industriales, equipamientos escolares…, todos ellos herederos de una clara inspiración clásica, aunque Saignier también rondó el modernismo, en su variante más formal,  buceando en la arquitectura medieval para inspirarse en sus proyectos.

Vástago de uno de los presidentes de La Caixa, Saignier vivió la Belle Epoque en primera persona y, como buen hijo de la burguesía catalana de la época, fue un hombre culto – recibió una educación esmerada y era uno de los miembros más importantes del Círculo Artístico de Sant Lluç – y cosmopolita, lo que le impelió a hacer algo que la mayoría de sus coetáneos no pudieron, viajar. Así, en el conjunto de fotografías seleccionadas por los organizadores de la exposición, podremos verle junto a su familia en lugares que antaño podían resultar tan lejanos como Basilea.

Si tenemos presente toda la obra de Saigner y atendemos al hecho de que más de una veintena de los edificios más emblemáticos de la ciudad surgieron de su estudio, resulta incomprensible que su figura haya sido relegada a un segundo plano y progresivamente olvidada. Tan sólo cabe pensar que ello se deba a una cuestión puramente política, ya que, como suele ser habitual en este país, el color político del momento suele conducir al ostracismo a quien no comulga con su ideario, independientemente de la valía de su obra; cosa, por otra parte, que no debería extrañarnos si tenemos presente que aquí la política siempre se ha mostrado reticente con la cultura y con quienes a ella se dedican.

Sin embargo, quizá sea la falta de conocimiento de un arquitecto largamente olvidado lo que ha provocado que esta exposición, aunque bien organizada, peque de ser algo incompleta y ofrezca una información un tanto deslavazada; si bien es justo reconocer que la admiración de la obra de Saignier por parte de los organizadores de la exposición resulta evidente nada más acceder a ella.

Los majestuosos paneles, reproduciendo fotografías en blanco y negro de las mejores obras de Saigner, y el plano de la Ciudad Condal, colocado en el suelo e indicando, mediante puntos rojos, la presencia de los edificios más importantes surgidos de la mente del arquitecto catalán, demuestran la buena voluntad de los organizadores de Caixa Forum, pero se echa en falta más información sobre la vida y obra de Saigner. Por otra parte, algún material expuesto, como las numerosas postales del Tibidabo o incluso un vídeo cedido por la Filmoteca Española, donde se puede ver cómo los barceloneses de la época ascienden la montaña para ver una de las obras más famosas de Saigner, el templo expiatorio del Sagrado Corazón, distraen la atención del visitante, a pesar de su finalidad, la de mostrar la época que le tocó vivir al arquitecto catalán.

12 de diciembre de 2011

El Ilusionista. Tragedia tras las bambalinas



Puede ser que el tráiler y la carátula del film francés El Ilusionista induzcan a pensar que nos hallamos ante una película de animación cualquiera que pugna por competir, cual David contra Goliat, por una porción de la cuota de mercado que ocupan las grandes majors del sector de la animación cinematográfica, Disney y Pixar. Pero no, la última obra del dibujante Sylvain Chomet es algo más y su destinatario es un público más adulto que el fidelizado por las factorías citadas.

Para elaborar esta película, Chomet partió de una historia original del fallecido cineasta Jacques Tati; y para ello contó con la inestimable ayuda de la hija de aquél, que se encargó de recuperar del olvido la historia que su progenitor escribiera muchos años atrás (se recomienda estar atentos al broche de oro con el que concluye esta obra y que es el particular agradecimiento de Chomet a la hija de Tati).

El film se ambienta en las postrimerías del los años 50, en un momento en el que los artistas de las bambalinas empiezan a perder el favor de un público que se rinde a los pies de los nuevos ídolos musicales que van a dar una nueva dimensión al fenómeno de los fans. Prueba de ello lo constituye la escena, toda una loa a la concisión narrativa, en la que un cuarteto de músicos (¿un trasunto de los Beattles, quizá?) es aplaudido sin cesar por unas jovencitas vociferantes que ocupan buena parte del plano.


El Ilusionista es, en definitiva, una recreación de la tragedia del artista, de su difícil supervivencia en un mundo cambiante que ha empezado a darle la espalda. Y en esa recreación no se ahorran las escenas duras, como la del payaso que está a punto de suicidarse, la del ventrílocuo vencido y mendigando en la calle, o los planos del muñeco de éste, puesto a la venta en el escaparate de una tienda y al que nadie quiere llevar a su casa, a pesar de que su precio se rebaje varias veces.

Sin embargo, que nadie se lleve a engaño. Chomet huye por completo de lo tremebundo y sensiblero valiéndose de una exquisita melancolía, de algunas escenas llenas de humor y, sobre todo, de unos dibujos absolutamente bellos y provistos de gran realismo en sus expresiones (sin apenas palabras, pues se trata de un film prácticamente mudo) y movimientos, al son de una bella banda sonora, también obra de este virtuoso dibujante.

A los amantes de Tati no les resultará difícil identificar al mago Tatischeff (apellido real del cineasta galo) con el personaje más famoso del director, Mr. Hulot. De hecho, una de las mejores escenas del film resulta de la combinación entre imagen real y dibujo, cuando el mago entra por error en un cine donde se proyecta uno de los films de Tati en los que Hulot es el máximo protagonista, Mi tío.

Finalmente, cabe destacar la magnífica recreación de escenarios (París, Londres y Escocia), especialmente el plano aéreo de Edimburgo, que parece más una toma fotográfica, de puro realismo, que obra de un dibujante.

El Ilusionista sólo tiene una pega, sus escasísimos 79 minutos, que saben a bien poco. Esperemos que Chomet nos regale pronto una joyita a la altura de la presente.

9 de diciembre de 2011

Bookcrossing. Compartiendo libros de papel en la era digital




Seguir las pistas de un libro y dar con su paradero es la idea que alienta a Bookcrossing – en adelante BC. Su concepción surgió de la mente del estadounidense Ron Hornbaker y se ha convertido en un fenómeno que, en tan sólo una década, ha traspasado fronteras y conseguido miles de adeptos.

En ello ha influido sobremanera la sencillez de su funcionamiento. Cualquier persona que haya leído un libro, y no quiera dejarlo olvidado en una estantería, puede darse de alta – bajo pseudónimo – en el portal de BC en su país. Seguidamente también registra el libro que dona – que a partir de ese momento tendrá un número de identificación en la base de datos del sistema – y, finalmente, lo libera, dejándolo en algún lugar de su ciudad para que otro lector pueda disfrutar también de su lectura. Fácil y absolutamente gratuito.

Además, BC concede a sus usuarios la posibilidad de convertirse en prosumidores, al permitirles valorar los libros, reseñarlos o puntuarlos, lo que, lógicamente, ha dado paso a la creación de grupos virtuales y presenciales, que reúnen a personas con intereses afines, y de comunidades que organizan actividades varias.

Por supuesto a BC no le han faltado, ni le faltan, detractores, sobre todo en el mundo editorial, que ve en este fenómeno una amenaza para la venta de libros. Sin embargo, este tipo de temores resultan absolutamente infundados, pues ningún editor recelaría del papel de una biblioteca, ya que ésta, sin duda, fomenta el hábito de la lectura – tan precario en este país – y consigue nuevos lectores; y lo que hace BC precisamente es obrar a modo de biblioteca, de hecho, entre su declaración de intenciones figura su deseo de convertir el mundo entero en una biblioteca y ¿qué mejor forma de conseguirlo que haciendo que los propios lectores atraigan, con sus valoraciones y puntuaciones de los libros que han leído, a otros lectores potenciales?

Además, teniendo presente los bajísimos índices de lectura en España, BC es una más que buena arma para combatirlos. Y así lo han visto los organismos oficiales que, año tras año, elaboran planes de fomento de la lectura.

Sin embargo, y sin restar un ápice al buen hacer de BC en su objetivo de llegar a todo el mundo, su formulación está exclusivamente dirigida a los afectos a las nueva tecnologías, nativos digitales (generación Google) o los inmigrantes digitales (aquéllos que se han apuntado al carro de las TIC), quedando excluidas las personas con brecha digital, es decir, los no habituados o desconocedores del uso de las nuevas tecnologías.

Teniendo en cuenta su funcionamiento, resulta paradójico que BC no pueda dirigirse a los libros digitales, puesto que la idea en la que se fundamenta no es sólo la lectura de un libro sino en el libro en sí mismo, cosa que no es posible con algo tan intangible como un libro digital, sin contar con que, de poderse hacer, se fomentaría la piratería.

Algunas voces auguran un final próximo para el libro en papel. Para entonces, puede ser que BC se convierta en el último reducto de éste, siempre y cuando sus propietarios no prefieran dejarlo abandonado en estanterías que acumulen el polvo de los tiempos y del desuso.

7 de diciembre de 2011

Un método peligroso. Freud y Jung bajo la fría mirada de Cronenberg



A David Cronenmberg muchos de sus seguidores le reprochan que haya emprendido un camino que lo aleja de sus primeras obras. Sin embargo, el director canadiense nunca se ha apartado de sus grandes temas, la violencia y el sexo, ni ha abandonado su incisiva mirada de entomólogo para acercarse a personajes muy complejos. Lo que sí ha hecho – y sus últimas películas son una muestra de ello – es alejarse de esa primera etapa en la cual su cine bordeaba y, a veces, se adentraba en el género fantástico.

En Una Historia de Violencia y Promesas del Este, Cronenberg se volcó por completo en el tema de la violencia, dejando de lado la temática sexual. Con Un Método Peligroso, el cineasta canadiense retoma el tema del sexo sumergiéndose en las profundidades del psicoanálisis de la mano de tres personajes históricos, aunque la violencia no desaparezca por completo, al estar latente casi todo el tiempo en las relaciones que se establecen entre el trío protagonista.

Un Método Peligroso supone la traslación a la gran pantalla de la novela A Most Dangerous Method de John Kerr y su adaptación ha corrido a cargo de Christopher Hampton (Las amistades peligrosas), quien ya había adaptado la novela para el teatro en The Talking Cure.


Partiendo del guión de Hampton, con una filmación absolutamente academicista y con la frialdad de un cirujano, Cronenberg disecciona al complejo trío protagonista, los psicoanalistas Sigmund Freud, Carl Jung y Sabina Spielrein, sin tomar jamás partido por ninguno de ellos. No obstante, esta distancia para con sus personajes no implica una ausencia de análisis de las debilidades y obsesiones de aquéllos. Así, Jung es retratado como un hombre voraz en su adquisición de conocimientos, místico y conservador, mientras que Freud no sólo padece la punzada de los celos ante el alumno aventajado, sino que no puede disimular su conciencia de clase ante la prosperidad de aquél ni ocultar una profunda soberbia. Spielrein, en cambio, será el personaje que más evolucione a lo largo del fin, aunque se eche de menos una mayor profundización sobre su pasado.

Obviamente, el retrato de personajes tan complejos no hubiera sido posible sin un magnífico plantel de actores. Keira Knightley, Viggo Mortensen – en una fantástica recreación del padre del psicoanálisis que incluye el uso de lentes de contacto marrones -, Michael Fassbender y Vincent Cassel están fantásticos en sus papeles. La interpretación más anodina corre a cargo de la actriz canadiense que da vida a la esposa de Jung, aunque la escena en la que ésta, embarazada del primer hijo del matrimonio, se somete al método del psicoanálisis de la mano de su esposo y ante una recuperada Spielrien es de las mejores del film.

Es evidente que el incesante y estimulante intercambio de conocimientos de los protagonistas hacen que la historia de Kerr sea más apta para el teatro que para el cine, pero Cronenberg ha conseguido un film correcto con el material original, de factura impecable, muy interesante desde un punto de vista intelectual y no reducido por completo al campo del psicoanálisis, al incluir otros temas como el social y la ética profesional, concisamente reflejados ambos en la escena donde Freud advierte a Spielrein sobre la necesidad de estar unidos por su condición de judíos; una advertencia premonitoria, en la línea más mesiánica de un Jung irreconciliable con el racionalismo de Freud, que resulta ciertamente impactante por el futuro que les deparó a Freud y Spielrein la barbarie del nazismo.

5 de diciembre de 2011

Un auténtico viaje en el tiempo. The Story of Berlin Museum



Poco tiene que envidiar la vida cultural berlinesa a la ofrecida por las grandes y cosmopolitas Londres y Nueva York. De hecho, la variedad de actividades culturales que la capital de Alemania ofrece a sus habitantes y a su cada vez más creciente número de visitantes es enorme.

En esa gran oferta cultural destacan, con derecho propio, museos de visita obligada como los que se ubican en la Isla de los Museos (una zona que, como otras ciudades del mundo – Nueva York o Madrid –, apuesta por la concentración museística), el impactante Museo Judío o el asombroso – por las historias que en él se explican- Museo del Muro.

Con semejante oferta y de no planificar bien el viaje, es posible que no dé tiempo a visitar el que es, sin duda alguna, uno de los mejores museos de la ciudad y posiblemente de Europa, The Story of Berlin Museum.
 
Sito en un centro comercial de la vía más importante de la ciudad, la famosa Kurfürstendamm, este museo fue inaugurado en el año 1.999 y no cuenta con ayuda pública, al financiarse exclusivamente con fondos privados.

Su temática es la historia de Berlín, desde su fundación en el año 1.237 hasta nuestros días, repasando episodios de gran importancia histórica, como el Tercer Reich o la Guerra Fría, que Alemania vivió en primera persona.

Para recrear éstos y otros acontecimientos, cuenta con un gran pasillo central – auténtico vertebrador del museo - que muestra, con todo lujo de detalles e información profusa, el devenir de la ciudad en sus 800 años de historia, y conduce a las numerosas salas que, dotadas con la última tecnología multimedia, una magnífica ambientación, música e, incluso, olor, convierten al visitante en un auténtico viajero del tiempo; un viajero que podrá revivir, en una de las salas más impactantes, uno de los episodios que dio paso a una de las ignominias del pasado siglo, la Noche de los Cristales Rotos.

No obstante, el atractivo de este museo no queda reducido a sus salas interactivas. Son también interesantes su gran variedad de material gráfico y su recreación de algunos escenarios y escenas cotidianas, como los gritos de una mujer que reprenden a alguien a través de la puerta de una vivienda de los años 30, la habitación de un revolucionario o, aún más interesante, la detalladísima recreación de dos salones donde, a través de los objetos cotidianos, se muestran las diferencias de la Alemania del pasado siglo, dividida en dos países.

Finalmente, cabe destacar que el plato fuerte del museo es un búnker al que se puede acceder con visita guiada (en inglés y alemán; también en castellano si se hace con antelación y se cuenta con un determinado número de personas).

Esta claustrofóbica instalación (a evitar quien no se sienta cómodo en espacios cerrados, ya que es un lugar realmente claustrofóbico por su profundidad e iluminación escasa) fue construida en plena Guerra Fría y tiene una capacidad para unas 3.500 personas. Curiosamente, su existencia apenas si era conocida por los berlineses antes de su apertura al público; hoy es uno de los reclamos de la ciudad y, para muchos, el mayor atractivo del museo.

2 de diciembre de 2011

Muerte en Estambul. La novela negra más allá del norte de Europa


Cuando uno ha conocido y amado la novela negra a través de la pluma de insignes escritores como Patricia Highsmith, Dashiell Hammet o Erle Stanley Gadner, le cuesta un tanto aceptar que las nuevas generaciones de narradores de este fecundo género en nada desmerecen a sus predecesores. Sin embargo, esos reparos suelen desaparecer como por ensalmo cuando se lee a uno de los magos actuales del género, James Ellroy, o nos sumergimos en las inquietantes historias de Dennis Lehane.

Por otra parte, es ya un hecho constatado que es posible hacer novela negra de calidad en un idioma diferente del inglés, como ha venido a demostrar el éxito de la novela negra proveniente del frío norte de Europa (a destacar entre sus autores más meritorios a Henning Mankell, Stieg Larsson o Camila Läckberg). No obstante, este éxito tan apabullante de los escritores nórdicos hace que olvidemos que existe un mundo más allá de los confines del norte de Europa en lo que al género negro se refiere.

Un buen ejemplo de ello es la obra del escritor griego Petros Márkaris, creador de un personaje muy bien definido – en la línea del Wallander de Menkell -, el comisario Kostas Jarito, a quien ha convertido en el narrador de todas sus peripecias, al optar siempre por la redacción en primera persona.
Petros Márkaris, como demuestra en Muerte en Estambul (primera obra en la que vemos a Jarito fuera de Atenas), es un buen cronista, capaz de crear personajes que van más allá de una profundidad meramente esquemática, como pasa a veces con algunos escritores de este género (Åsa Larsson, sin ir más lejos, sería un buen ejemplo de ello). Sin embargo, el buen hacer de Márkaris se resiente por su uso reiterado de digresiones, sobre todo las relativas al entorno familiar de su personaje principal, que no sólo rompen la tensión narrativa sino que hacen peligrar seriamente la atención del lector.

A pesar de ello, en el caso de Muerte en Estambul, aunque estas digresiones incidan en el buen ritmo de la narración, alejándose del estilo de los escritores más curtidos en el género, su uso ofrece al lector una buena oportunidad para hacer un pequeño repaso a la historia reciente de la vieja Constantinopla y recordar la más que precaria situación de las muchas minorías que residen en un estado laico sobre el papel, pero cada vez más musulmán en la práctica. De hecho, quien haya visitado Estambul habrá reparado en lo difícil que resulta poder visitar las joyitas que se esconden en las iglesias ortodoxas repartidas a lo largo y ancho de la caótica ciudad. Ese hermetismo de la comunidad griega para con los extraños tiene su explicación en la azarosa vida de una comunidad que ha tenido que hacer frente al despojo de sus bienes por parte de las autoridades e, incluso, al exilio; una realidad que Márkaris, nacido en Estambul, conoce bien y plasma aún mejor en esta primera investigación de Jarito fuera de su país.

Muy posiblemente, quien espere encontrar un ritmo trepidante y una historia que se complica página tras página quede decepcionado con Muerte en Estambul. No obstante, estamos ante una obra que reúne los principales ingredientes del género (crímenes y un asesino huidizo) y es una muestra más de que el género negro se puede abordar en otros idiomas y desde otras latitudes.

30 de noviembre de 2011

A hachazos con la cultura



Los vecinos de un barrio de Granada, Zaidín, se manifestaban hace unos días para reclamar la reapertura inmediata de su biblioteca, inaugurada hace treinta años y clausurada por obra y gracia de la política del tijeretazo.

Muy posiblemente esta noticia no hubiera traspasado el ámbito de la prensa local de no haber mediado el cantante Miguel Ríos, quien se sumó a las reivindicaciones de los manifestantes. Sin embargo, no se trata de un caso aislado ni tampoco único, aunque por sí solo ya es demostrativo del poco respeto que les merece la cultura a nuestros dignos políticos.

Estos se han valido de la siempre complicada valoración económica del sector cultural (los bienes proporcionados por la cultura son intangibles y difícilmente mesurables en clave económica) para emprenderla a hachazos contra un derecho – el cultural – que va a quedar reducido, si nada lo remedia, al disfrute de unos pocos.

Además, los medios de comunicación, sumamente influenciados por los discursos de nuestros mandatarios, se han encargado de aportar su granito de arena al asunto poniendo de relieve, prácticamente a diario, dos temas que mucho tienen que ver con la pervivencia de la cultura como derecho intrínseco de todo ciudadano: los recortes y los emprendedores. No obstante, obvian u olvidan que los segundos no pueden subsanar las consecuencias de los primeros y es que, a falta de una auténtica ley de mecenazgo y de grandes empresarios que quieran invertir más allá del fútbol, los emprendedores no pueden suplir, en su totalidad, las ayudas estatales.

Cierto es que hay subsectores culturales cuyas subvenciones pueden ser más que discutibles, sobre todo aquéllos que por sus propias características pueden calificarse como industrias culturales - sería el caso del cine, que ya abordaremos en otra ocasión. No obstante, aquellos otros subsectores no susceptibles de convertirse en industrias (las artes escénicas, las plásticas, el patrimonio, los archivos o las bibliotecas) difícilmente subsistirán sin subvención.

Los recortes salvajes a la cultura – en algunas comunidades superan el 60% - auguran un futuro negro para el sector, un sector que, por otra parte, en este país aún se asocia más a un divertimento que a un auténtico derecho, lo cual explica en gran medida las relativamente bajas protestas generadas – si lo comparamos con otros sectores – ante la acción de la tijera presupuestaria.

El actor Antonio Banderas comentaba el otro día que, dado los tiempos que corrían, deberían buscarse nuevas formas de financiación del cine. No va a quedar más remedio que sea así, aunque ¿por qué habría de buscar otros medios una biblioteca cuando la IFLA/UNESCO la define como “el centro local de información que facilita toda clase de conocimientos e información” y al que se accede gratuitamente? Y ¿por qué los contribuyentes deben seguir pagando los mismos impuestos por unos servicios que en algunos distritos como Zaidín están dejando de ofrecerse?

Está claro que para nuestros dignos mandatarios es más fácil recortar en cultura, sanidad o educación que cuestionar sus estratosféricos sueldos - 3.500 euros netos de media frente a los menos de 700 brutos de salario mínimo –, adelgazar sus más que holgadas pensiones o sopesar la necesidad de seguir percibiendo un sueldo proveniente del erario público cuando ya han dejado atrás su carrera política.

28 de noviembre de 2011

Blancanieves Boulevard. Blancanieves quiere ser artista

El siempre precario sector de las artes escénicas lleva cosechando desde hace unos años un éxito inusitado, razón por la cual los últimos informes elaborados por las fuentes oficiales han registrado una clara tendencia al alza en el número de entradas vendidas.

Sin duda, la causa de este éxito se halla en la irrupción en España del género musical, un género con una gran tradición en los países anglosajones, donde hay obras que llevan representándose desde hace décadas en los escenarios y cuyas melodías no son del todo desconocidas por estos lares, al haber conocido muchas de ellas su preceptiva versión cinematográfica – Los Miserables, Sweeney Todd o Chicago serían notables ejemplos.

Una adaptación al castellano de la letra original de estos musicales y el trabajo de intérpretes españoles hacen que la aceptación por parte del público sea completa. Sin embargo, Blancanieves Boulevard no es ninguna adaptación sino una obra netamente española, a pesar de que la ambientación y los nombres de los protagonistas induzcan a creer lo contrario.


Su producción y diseño han corrido a cargo de Jana Producciones, cuyo equipo se ha inspirado en un cuento que está ahora siendo objeto de un gran revival – Hollywood ya se prepara para el lanzamiento de una megaproducción con grandes estrellas a su servicio – y que en el presente musical conserva su hilo argumental prácticamente intacto pero en un marco temporal muy concreto, los años 20; aquellos felices años que el séptimo arte ha inmortalizado envolviéndolos de glamour.

No obstante, Blancanieves Boulevard no se circunscribe por completo en ese marco temporal en lo que a música se refiere, por lo que sus letras no sólo se cantan a ritmo de jazz sino también de rock o hip hop, ritmos que, en algún momento, sumen a la función en un ambiente discotequero de difícil encaje con la época que se pretende retratar, siendo éste quizás el único punto negativo del espectáculo.

Un espectáculo, por otra parte, muy brillante y con una adaptación de personajes sumamente original - Blancanieves y su madrasta – aquí su tía – no son mujeres sin oficio conocido sino que, por el contrario, son cantantes dotadas y ávidas de fama, mientras que los siete enanitos han optado por la carrera musical en un antro a las afueras de la ciudad. Estos personajes, además, tienen a su servicio a unos intérpretes de voces prodigiosas, a unos bailarines virtuosos y a unos actores muy dotados que no son demasiado proclives a la sobreactuación de la que a veces pecan los intérpretes teatrales.

La puesta en escena, por otra parte, resulta magnífica con sus numerosos escenarios y variados efectos especiales de luz y sonido, destacando especialmente la recreación de una escena netamente cinematográfica donde los personajes simulan un rebobinado.

Es obvio que la solución a la precariedad de las artes escénicas no ha de radicar por completo en el filón de los musicales, pero si éstos son de producción y diseño netamente autóctono, tanto mejor.

25 de noviembre de 2011

Mil soles espléndidos. Afganistán, tan cerca, tan lejos




Día sí, y casi día también, nos despertamos con algún titular relacionado con Afganistán y la guerra que allí se está librando. Las noticias que nos llegan son siempre cruentas, de sangre y muerte, pero ¿qué sabemos realmente de este remoto país y de sus gentes, especialmente de sus mujeres, siempre ocultas tras un pesado burka?

Algunos escritores españoles han abordado el tema de la mujer afgana; no obstante, y sin poner en duda en ningún momento el valor narrativo de las obras de éstos, a uno siempre le queda la duda de hasta qué punto no se han rellenado con grandes dosis de ficción las lagunas de la realidad sobre lo que acontece en Afganistán. Es por ello especialmente interesante la obra del escritor afgano Khaled Hosseini.

Hijo de diplomático, Hosseini ha pasado buena parte de su vida en Estados Unidos, donde sus estudios universitarios lo llevaron a abrazar la profesión médica, profesión que quedó relegada tras la publicación de la obra que lo catapultó al estrellato, Cometas en el Cielo, que ya ha sido trasladada al cine y plasmada en cómic.

Fue ese éxito lo que llevó a Hosseini a pisar de nuevo la tierra que lo vio nacer, experiencia que, seguramente, enriqueció la idea de escribir Mil soles espléndidos, una obra que se desarrolla en un Afganistán devastado por guerras fratricidas y fanatismos religiosos y cuya redacción ya se había iniciado cuando se produjeron los ataques suicidas del 11 de septiembre de 2001 que se llevaron por delante de la vida de más de 3000 personas.

Sin embargo, y a pesar de su dura temática, Mil soles espléndidos exuda esperanza a través de sus páginas, una esperanza especialmente significativa para las mujeres afganas que llevan años siendo objeto de los abusos y privaciones más variados. De hecho, el propio Hosseini ha afirmado en más de una ocasión que los talibanes no hicieron más que legalizar una situación que se había dado siempre. No es extraño entonces que su obra trate episodios históricos anteriores al advenimiento del poder talibán (el régimen de Daud Jan; el alzamiento comunista; la invasión soviética y la guerra que ésta desató o las luchas intestinas entre diferentes etnias) para mostrar la realidad de las mujeres afganas.

Una realidad que, narrada de forma sencilla y con una fuerte dosis de sensibilidad, nos muestra de la mano de dos mujeres, Marian y Laila, con vidas muy diferentes (la primera, hija ilegítima, se cría en una ambiente de reclusión absoluta; la segunda, hija de un profesor, tiene la suerte de recibir una educación). Entre ellas surgirá una bella amistad que nos conducirá por los vericuetos de la historia de un país lejano – por su situación geográfica – pero, en cierta manera, cercano – por su presencia sempiterna en los medios.

Con cierta modestia, Hosseini se ha definido como un embajador cultural. Habría que añadir que es uno de los cronistas más sensibles de este joven siglo y un autor, sin duda, a seguir.

23 de noviembre de 2011

Millenium. ¿Por qué hacer un remake de un gran film?



Ahora que quedan pocas semanas para el estreno mundial de la versión americana de Los hombres que no amaban a las mujeres es un buen momento para recuperar el film sueco en el que se inspira (o copia, eso ya lo veremos) y preguntarse hasta qué punto era necesario filmar un remake de una película brillante y, encima, con tan pocos años de diferencia.

Los hombres que no amaban a las mujeres fue una grata sorpresa para gran parte de los lectores – se cuentan por legiones- que habían devorado con fruición la trilogía de Stieg Larsson. La película, rodada con un ritmo trepidante, pero alejado de los modelos más comerciales del cine de Hollywood, resultó ser, a pesar de algunos cambios, una adaptación fiel de la primera parte de la trilogía escrita por el fallecido autor.

Además, el film también permitió el descubrimiento del enorme talento interpretativo de una actriz como Noomi Rapace, cuyo trabajo hubiera sido, sin duda, premiado con una nominación a los Oscar de haber sido el film rodado en Estados Unidos. De hecho, a los que disfrutamos con el libro y apreciamos el buen trabajo hecho con su traslación a la pantalla grande, se nos hace ya difícil desvincular el rostro de esta actriz sueca de sangre española del inquietante y complejo personaje - Lisbeth Salander - recreado por la pluma de Larsson.


A estos méritos habría que añadir la forma oscura y sinuosa en la que fue rodado el film que, sumado a una inquietante banda sonora, captó a la perfección la propia esencia del libro e hizo posible que un largo metraje no resultara plúmbeo en ningún momento.

Para abordar la versión americana parece que no se ha empezado con mal pie. Su director, David Fincher, ha facturado algunos de los títulos más oscuros e interesantes de los últimos años. Sin embargo, ¿qué necesidad había de volver a adaptar de nuevo la obra de Larsson? Es evidente que la respuesta cabe hallarla en la crisis de creatividad que desde hace años asola a Hollywood- que no al cine independiente –y a esa fijación por adaptar a la realidad americana éxitos del cine europeo (incluso el cine español vio reconvertido un film como Abre los ojos en un inclasificable producto llamado Vanilla Sky).

Mientras esperamos el estreno de la nueva adaptación (es de justos reconocer que el tráiler es sumamente impactante) no podemos dejar de hacernos algunas preguntas: ¿estará la actriz americana a la altura de un personaje como Lisbeth y, sobre todo, de la interpretación de Rapace?, ¿cómo serán abordadas las no muy explícitas, pero sí durísimas, escenas de abuso sexual del original sueco?, ¿cómo se mostrarán los episodios más negros de la historia reciente sueca que tanto el libro como su adaptación fílmica tratan sin pelos en la lengua?, ¿eclipsará Daniel Craig, con su creciente fama, la trama del film?


Nos mantenemos en inquieta espera.

21 de noviembre de 2011

Tele 5. El canal tóxico



El pasado viernes comentábamos lo difícil que puede resultar definir qué se entiende por cultura y qué no. Hay cosas, sin embargo, que no ofrecen duda alguna y un ejemplo de ello sería el canal bazofia por antonomasia, Tele 5.

Este canal vertedero protagonizaba hace unos días su enésimo escándalo. En esta ocasión, uno de sus programas estrella, ese tributo a la anticultura llamado La Noria, haciendo gala de su nula moralidad, se cubría de gloria al pagar una suma nada despreciable a un personaje cuyo mérito es estar indirectamente relacionado con un asesinato.

Nadie puede dudar ya de que T5 se ha ganado con creces el primer puesto en el ranking de expendedores de inmundicias televisivas. Su programación, bien surtida de programas infectos, apenas si contiene espacios informativos (como se puede observar en la tabla que el diario Público publicaba hace unos días) y ni siquiera respeta los pocos espacios emitidos de ficción televisiva (mutilándolos a base de la publicidad que lo sustenta y sin ni siquiera respetar los títulos de crédito).

Si bien es cierto que ni calidad ni rigor informativo jamás pisaron los platós de T5, el nefando espacio Aquí hay tomate sentó las bases de una nueva forma de entender la televisión. El contenido chabacano y chapucero de este espacio, servido a gritos por unos presentadores muy dispuestos a ganar dinero a espuertas, se caracterizó por un viaje hacia las profundidades más pútridas para ofrecer la bazofia más repugnante jamás emitida. Personajes que no aportaban más currículum que el obtenido en otra perla del canal, Gran Hermano, empezaron a invadir platós cual gladiadores prestos a matar y a despellejar a otros congéneres de su calaña. Y con ello también empezó el ataque hacia personas ya fallecidas que nada pudieron hacer por salvar su honor.

En ese inmenso vertedero cayeron periodistas que otrora tuvieron un cierto prestigio y una sólida carrera, pero que, tentados por el dinero, no dudaron en lanzar por la borda su trabajo anterior. Entre ellos, si es que alguna vez contó con un verdadero reconocimiento, destaca una de las estrellas del programa, una mujer acusada por un plagio (su libro hubo de ser retirado a los pocos día de haber sido publicado) que achacó a un error informático (su malvado ordenador, por lo visto, osó copiar párrafos enteros de otro libro).

Nadie está obligado a ver T5, basta con cambiar de canal o simplemente no sintonizarlo jamás (opción esta última que se recomienda encarecidamente a todo aquél que pretenda preservar su salud mental). Además, su condición de canal privado, le exime de ofrecer determinados contenidos aunque no de ser objeto de crítica.

Si T5 fuera un caso aislado, la situación televisiva de este país no sería tan alarmante, pero la cadena del magnate Silvio Berlusconi ha impregnado prácticamente todo con su toxicidad, haciendo que otros canales compitan con ella en porquería televisiva para ganar audiencias y condenando al ostracismo a la cultura y el arte.

Siempre habrá alguien que alegue, con esa facilidad que se tiene por llamar a todo arte y cultura, que este canal corrosivo y abyecto tiene algo de ambas cosas. No será jamás nuestro caso.

18 de noviembre de 2011

¿Estamos hablando realmente de cultura?




La prensa se hacía eco hace unos días de un nuevo premio creado por el Ministerio de Cultura y cuyo destinatario es la llamada fiesta nacional. Este galardón, dotado con 30.000 euros anuales, se justifica, según se desprende del texto del BOE donde se da parte de su creación, por el hecho de que la tauromaquia es “actividad digna de fomento” y, por lo tanto, acorde con una de las directrices tradicionales del propio ministerio, la de la “protección de la cultura”. No hay que olvidar que las ayudas y subvenciones públicas al sector cultural tienen su origen en la propia Constitución española (artículos 20 y 44), donde se menciona la libertad de creación cultural y el derecho de acceso a la cultura.

Sin embargo, ¿qué es cultura?. La definición más aceptada del término la dio en el año 1982 la UNESCO, pero algunos de sus detractores la tachan de abastar demasiado, al conceder el estatus de cultural a prácticamente cualquier actividad humana.

No es por ello extraño que exista una clara tendencia a identificar arte y tradición con cultura, pero ¿qué es el arte? Su definición, teniendo en cuenta que las manifestaciones artísticas pueden ser tan tangibles como intangibles, es tarea tan ardua como definir qué entendemos por cultura. No obstante, sobre lo que nadie duda es que la creatividad es su motor y que los sentimientos que sus obras generan son su mayor rasgo distintivo. Un pintor o un dramaturgo crean sus obras a partir de una idea, pero ¿qué es lo que hace un torero aparte de infligir dolor a un animal y causarle una muerte muy dolorosa? Y otra pregunta más inquietante aún ¿quién puede comparar los sentimientos que evoca una obra de arte con lo que pueda sentir alguien que contempla un acto tan sanguinolento como el que se representa en los ruedos?

En cuanto a la tradición, el hecho de que una determinada práctica se lleve a cabo a lo largo de la historia no justifica que ésta pueda ser considerada como cultura y, por ende, ser susceptible de protección estatal, máxime cuando existen tradiciones moralmente muy poco aceptables. ¿Calificaríamos como cultural la ablación del clítoris?

Por otra parte, si bien es cierto que el estado debe dar todo su apoyo tanto a la creación cultural como a su difusión, hay sectores que generan los suficientes beneficios como para prescindir de la ayuda estatal (el sector editorial, por ejemplo). Si la tauromaquia, como sus defensores afirman, genera tantos beneficios ¿qué sentido tiene que en un momento como éste, de crisis y recortes sin precedentes, reciba ayudas públicas?

Finalmente cabría preguntarse en qué criterios se basa el Ministerio de Cultura para beneficiar unos sectores en detrimento de otros (increíblemente desde el mes de julio pasado la tauromaquia ha entrado a formar parte de este ministerio)?, ¿qué pasa con sectores como el circo cuya supervivencia se debe al todavía fuerte tejido asociativo de este país?

Sin entrar en si es necesario o no prohibir un espectáculo como el de los toros, uno no puede dejar de sentirse perplejo al escuchar hablar a un torero de su arte, como si su profesión fuera comparable a la de un escritor, pintor o actor. Si este llamado arte no infligiera tanto sufrimiento, la opción de reír a carcajada batiente sería la más idónea.
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