28 de diciembre de 2011

El Chino. Un Mankell sin Wallander



Hace años Henning Mankell y su personaje más famoso, Kurt Wallander, irrumpieron con fuerza en el mundo de la novela policíaca. Durante todo ese tiempo, los lectores fieles al escritor sueco han visto envejecer a su personaje, han asistido a su desastrosa vida social y sentimental y, seguramente, han arañado minutos de sueño para verle desentrañar los muchos misterios que han surgido de la mente de su creador.

Sin embargo, en su larga trayectoria como novelista, el prolífico y polifacético Mankell no se ha mantenido fiel por completo a su sagaz protagonista. De hecho, y casi siempre sin alejarse del misterio, se ha acercado a otras épocas – Profundidades -,  otros escenarios – El ojo del leopardo-, u otras temáticas - Tea Bag- para mostrar su prosa más intimista o su actitud más crítica para con los problemas, especialmente sociales y económicos, que asolan no únicamente al mundo Occidental y a los llamados países emergentes sino al continente africano, del cual es un gran conocedor.

Siguiendo esta línea, El Chino no es realmente una novela policíaca al uso. De hecho, el misterio que envuelve el salvaje asesinato múltiple con el que se inicia esta obra prácticamente se convierte en un McGuffin, un cebo para trasladar al lector a otros escenarios (Suecia, Dinamarca, China, Reino Unido, Estados Unidos, Zimbabue) y otras épocas (la segunda mitad del siglo XIX y los años 60 del pasado siglo) con el fin de intentar abordar el presente del gran gigante asiático y las, al parecer, cruentas luchas intestinas que se libran en su interior.

Así, y de forma sumamente prolija, Mankell, tras una parada en la década de 1860, hace un gran repaso a la historia reciente de China, desde la época en la que Mao asumiera el poder hasta llegar a nuestros días, con un país dividido entre una apertura económica – y, por consiguiente, tendente a un acercamiento progresivo al sistema capitalista - y el empeño de aferrarse a los viejos principios comunistas que moldearon el país política, social y económicamente.

El objetivo de Mankell de no circunscribirse a los límites geográficos de China responde a dos motivos: resaltar un hecho ya constatado, la presencia cada vez más creciente de la comunidad china en suelo europeo, e incidir en un tema especialmente polémico, el del traslado de un gran número de ciudadanos chinos al continente africano huyendo de la pobreza y superpoblación que acucian a su país.

Mankell, no obstante, no se queda ahí sino que también hace un repaso de las ideas políticas que recorrieron la Europa de los 60, centrándose especialmente en los jóvenes que, con un dogmatismo prácticamente sectario, abrazaron la causa comunista para después, asentados en una plácida vida burguesa, abandonarla sin echar la mirada atrás.

No se puede decir en ningún momento que un libro tan largo como éste resulte plúmbeo. La agilidad narrativa de Mankell y sus bien articulados personajes no lo permiten; no obstante, El Chino no es un único libro, son al menos tres, y su nexo de unión resulta a ratos muy frágil. A pesar de ello, estamos ante una obra más que interesante que, sin llegar al nivel de suspense al que los seguidores de Mankell están habituados, puede atrapar la atención de los lectores más inquietos socialmente, sean o no incondicionales del viejo Wallander.

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