30 de marzo de 2012

Tenemos que hablar de Kevin. Historia de un monstruo precoz



Hace casi una década, en 2003, la escritora norteamericana Lionel Shriver publicaba su octava novela, una obra que, narrada en forma epistolar, se atrevía a abordar temas tan políticamente incorrectos como sugerentes, la maldad infantil y el cuestionamiento del amor materno como algo intrínseco a toda mujer.

A partir de este material, la directora y guionista escocesa Lynne Ramsey ha rodado la que posiblemente sea una de las historias más inquietantes y amargas de los últimos tiempos, protagonizada por una mujer incapaz de amar a un hijo que ya desde su más tierna infancia muestra un comportamiento sádico y perverso.

Sin embargo, y si bien el film de la directora escocesa consigue plasmar con rigor el ambiente en el que crece el joven Kevin – educado por una madre entregada, pero carente de amor ya desde el embarazo e incapaz de imponer la más mínima disciplina, y por un padre ausente la mayor parte del tiempo y con poca o nula predisposición a enfrentarse al drama que se libra en un hogar aparentemente dichoso -, la apuesta de Ramsey por el formato thriller acerca más su obra a films de trama tan siniestra como La maldición de Damien que al ejercicio de ahondamiento psicológico que cabría esperar de una obra que parte de un antecedente literario tan sumamente interesante.

Ese formato thriller, por otra parte, no sólo lastra la equilibrada balanza que supuestamente se persigue entre carencia de amor materno y la precocidad de la maldad, sino que, con su ir y venir de continuos flashbacks, hace que su narración devenga sumamente deslavazada y más enfocada hacia un final impactante que a las causas que propician ese desenlace. 

No obstante, sería sumamente injusto no reconocer las virtudes de Tenemos que hablar de Kevin. Entre ellas destaca su casi excelso montaje, donde se combina con soltura y sin artificio una espléndida fotografía en la que impera el color rojo –  ya desde la primera escena supuestamente rodada en España y siempre ligado a los momentos más intensos del film, en los que se combinan sentimientos tan dispares como el amor, el terror, el odio o la muerte-, y una magnífica banda sonora trufada de canciones sumamente populares y que, descontextualizadas del contenido de sus letras, resultan tan inquietantes como los momentos del metraje donde reina un silencio opresivo y absoluto o el sonido del aspersor del jardín, que antecede a una de las escenas más dramáticas del filme.



A todo ello habría que añadir el magnífico duelo interpretativo entre una curtida y siempre brillante Tilda Swinton – capaz de recrear sin histrionismos sentimientos tan encontrados como el rechazo, el hastío o la culpabilidad – y un jovencísimo Ezra Miller, quien, con su mirada desprovista de sentimientos, logra encarnar con naturalidad casi desconcertante a un sociópata precoz.

Tenemos que hablar de Kevin es, en definitiva, un film perturbador que viene precedido con demasiado bombo y platillo (su éxito en la pasada edición del London Film Festival y un tráiler inquietante como pocos) pero cuyo visionado impele al espectador a sumergirse en las páginas del libro de Shriver para hallar allí lo que Ramsey sólo apunta con pinceladas breves e imprecisas, el nacimiento o la creación de un monstruo.


28 de marzo de 2012

Esa cincuentona llamada Mafalda



El humorista gráfico argentino Joaquín Lavado Tejón – conocido mundialmente como Quino – llevaba casi una década volcado en su profesión cuando un amigo le propuso crear una tira cómica protagonizada por una familia de clase media que habría de promocionar, aunque de forma encubierta, la marca de electrodomésticos Mansfield.

Así nacía el 15 de marzo de 1962 el personaje de Mafalda; sin embargo, y lejos de sumarse a los fastos del cincuenta aniversario de su más famosa creación, Quino – posiblemente huyendo de ese origen tan netamente comercial- ha declarado en más de una ocasión que celebrará esta efeméride dentro de dos años, ya que considera que el auténtico nacimiento de Mafalda se produjo el 29 de septiembre de 1964, fecha en la que su tira cómica apareció por primera vez en las páginas de la revista Primera Plana.

Casi nueve años más tarde, el 25 de junio de 1973, y por decisión del propio Quino, se publicaba la última historieta protagonizada por Mafalda y su entrañable grupo de amigos y familiares. Pocos años después, en 1976, Jorge Rafael Videla instauraba, a través de un golpe de estado, una dictadura en la que muy difícilmente hubiera podido sobrevivir un cómic cuya máxima protagonista – una denodada  amante de la libertad y la democracia - cuestionaba sin descanso la realidad social y política de Argentina y, por extensión, del resto del mundo.

No obstante, antes de que su creador pusiera punto y final a sus peripecias, Mafalda ya se había paseado por las páginas del diario El Mundo (de gran tirada en la Argentina de los años 60) y del semanario Siete Días, cosechando no poco éxito entre lectores y crítica, lo que conllevó su salto a la televisión y el cine y que se convirtiera en lo que es hoy, un auténtico icono cultural del país que la viera nacer.

Su popularidad, además, hizo posible que sus aventuras fueran traducidas a nada menos que 30 idiomas y que traspasara fronteras, contando con una gran fama y estima en Latinoamérica, Grecia, Italia, Francia y, por supuesto, España, donde llegó en el año 1970 de la mano de la Editorial Lumen, la cual, por cierto, se vio obligada por la censura franquista a incluir la leyenda para adultos en el primer volumen de lo que resultó ser una exitosa colección.

Sin embargo, y a pesar de que a partir de 1973 Quino sólo le haya dado aliento en contadísimas excepciones y siempre en campañas en pro de causas tan nobles como la infancia, la educación o la democracia, Mafalda sigue contando hoy con la fama de la que gozara en los años 60 y 70 del pasado siglo. De hecho, y prueba de ese reconocimiento, su nombre figura en una calle de la ciudad francesa de Angulema, una de las capitales del cómic al albergar desde 1974 un festival internacional especializado en el Noveno Arte.

Idealista, utópica, inconformista, inquieta u observadora, Mafalda – la niña a la que Quino no dejó crecer – sigue siendo tan leída ahora como antaño por jóvenes y no tan jóvenes; en este hecho influye sobremanera no sólo el innegable valor como dibujante de su creador – que dotó a todos sus personajes de una personalidad muy definida y reconocible para sus lectores-, sino en la aguda inteligencia y afilada ironía que ideó para Mafalda, quien, con su permanente empeño por comprender la realidad que la rodea y sus pretensiones por mejorar un mundo trufado de entuertos, impele, más que invita, a la más sesuda reflexión.


26 de marzo de 2012

¿Hacia un país sin bibliotecas?


Original: Alfred Leete (1914)
Photograph: Phil Bradley 

Si la pasada semana nos hacíamos eco de las dificultades por las que atraviesan los museos españoles como consecuencia de la crisis económica que asola el país, hoy no podemos dejar de mencionar la situación de las bibliotecas, especialmente porque algunas de ellas ya han empezado a cerrar sus puertas.

Esta situación se está revelando tan dramática para los trabajadores bibliotecarios sin contrato fijo que algunos colegios oficiales, como el Col·legi Oficial de Bibliotecaris i Documentalistes de la Comunitat Valenciana (COBDCV), ya han dado la voz de alarma; otros, como el COBDC (Col·legi Oficial de Bibliotecaris i Documentalistes de Catalunya) con su Argumentario profesional: el valor de las bibliotecas en un mundo en crisis, también se han unido a la cruzada en defensa de la profesión.  

Sin embargo, y más allá del drama humano que suponen los despidos derivados de esos cierres, los recortes a las bibliotecas revisten no poco interés para el conjunto de la sociedad y especialmente para aquellos sectores de población con menos recursos y en riesgo de exclusión social.

De hecho, nuestros dignos mandatarios parecen olvidar que las funciones de la bibliotecas públicas no se limitan al préstamo de libros y documentos, sino que son centros de libre acceso donde se facilita toda clase de conocimientos e información – tal y como estipula la propia UNESCO en el Manifiesto IFLA.

Así, siguiendo ese espíritu de hacer accesible la cultura a todos sus usuarios, las bibliotecas públicas llevan a cabo desde hace años diversas acciones que ahora corren el riesgo de verse seriamente afectadas por los recortes públicos.

Entre esas acciones cabe destacar la planificación y ejecución de procesos de alfabetización – puesto que las bibliotecas no se constituyen únicamente como un espacio propicio para la autoformación; la creación de diversos programas y actividades para fomentar la adquisición del hábito lector entre adultos y, especialmente, entre los más pequeños – muchas veces complementando, y otras tantas supliendo, la labor de padres y profesores; la apuesta por el conocimiento y uso de las nuevas tecnologías, favoreciendo así las capacidades informáticas de los usuarios que se inscriben dentro de la denominada brecha digital; o la promoción de la multiculturalidad gracias a las actividades que tienen en cuenta la presencia cada vez mayor de extranjeros entre sus usuarios.

Resulta evidente que estas funciones no pueden ser suplidas por el uso de internet ni el trabajo de los bibliotecarios desempeñado por voluntarios no profesionales, como tan alegremente ha propuesto la alcaldesa de Madrid en aras de ahorrar costes.

Ese empeño por menguar gastos y el nulo beneficio económico que reportan las bibliotecas al Estado parecen justificar el cierre de algunas de ellas; sin embargo, tampoco los centros educativos ni los hospitales públicos generan beneficios y no por ello resultan menos necesarios al conjunto de la sociedad.

No hay que olvidar, además, que toda merma en el presupuesto dedicado a las bibliotecas – en cuanto a lugares donde se propicia el libre acceso a la cultura -  atenta contra el derecho cultural, reconocido en no pocas constituciones, incluida la nuestra.

Los recortes a la cultura impelen a no pocas reflexiones. Más que sugerente resulta ahora la pregunta que Felipe, el amigo más soñador de la sin par Mafalda, formulara muchos años atrás, ¿No sería hermoso el mundo si las bibliotecas fueran más importantes que los bancos?


25 de marzo de 2012

#porunMUNDOcultural




Es innegable que el sector cultural se enfrenta a una profunda crisis, razón por la cual hemos centrado nuestra atención, a través de diversas entradas, tanto en los recortes presupuestarios como en la necesidad de apostar por una ley de mecenazgo que resulte tan efectiva como la aplicada en nuestro país vecino, Francia.

Una financiación mixta – que combine tanto fuentes públicas como privadas e implique al tercer sector – parece, en teoría, la solución más idónea. Sin embargo, y en la práctica, ¿cómo se le puede exigir al Estado que mantenga sus presupuestos para cultura cuando está recortando en educación y sanidad?, ¿cómo se puede conseguir el interés de patrocinadores y mecenas cuando algunos subsectores culturales no generan beneficios económicos?, y, no menos importante, ¿cómo se puede solicitar una mayor implicación a un tejido asociativo que, acuciado por la crisis, a duras penas sobrevive?

¿Hay una única respuesta y/o solución?, ¿se encuentra el sector cultural al borde de un abismo y presto a caer en él o, por el contrario, la crisis es, como muy alegremente apuntan algunos medios, una oportunidad para el cambio?

Animamos a todos aquellos lectores interesados en el tema a que participen a través de Twitter (#porunMUNDOcultural) en el reto de aportar opiniones para defender la supervivencia de un sector que crea no pocos puestos de trabajo y que ocupa las horas de ocio de gran parte de la ciudadanía.

¡Gracias!

23 de marzo de 2012

Mi semana con Marilyn. Una nueva disección de Norma Jean




No es la primera vez, ni ciertamente tampoco será la última, que el Séptimo Arte aborda la vida de Marilyn Monroe, uno de los iconos cinematográficos más representativos de la historia del cine. Sin embargo, lejos de aspirar a convertirse en un biopic al uso, Mi semana con Marilyn se centra en un momento muy concreto de la existencia de la malograda actriz.

De hecho, el film del británico Simon Curtis parte de las memorias que Colin Clark recogiera en su libro El príncipe, la corista y yo a raíz de sus experiencias durante el rodaje de la película de casi idéntico título, El príncipe y la corista.

Cuando en 1956 Marilyn Monroe, recién casada con el escritor Arthur Miller, se trasladó a Inglaterra para formar parte del rodaje de aquel film -que coprotagonizaba, dirigía y producía el gran y recordado actor inglés Laurence Olivier - era ya una efervescente estrella de Hollywood con ganas de demostrar su valía como intérprete más allá de su innegable belleza.

No obstante, aquel rodaje distó mucho de ser idílico a causa de los desmanes de la actriz, quien, alcoholizada y completamente dependiente de los barbitúricos que seis años más tarde le arrebatarían la vida, era incapaz de llegar puntual al plató y de, ni siquiera, recordar las más sencillas frases de su papel.

Valiéndose de un material tan interesante como el producido por Colin Clark, Simon Curtis -  en su primera incursión en la gran pantalla - se lanza a la empresa de profundizar en el personaje que se esconde tras el mito, diseccionándolo y mostrándolo como el de una mujer a la que horrorizaba la soledad pero que era incapaz de no ahuyentar a todos aquéllos que osaban formar parte de su vida.

Para ello cuenta Curtis con una actriz de excepcional talento, Michelle Williams, quien no sólo se ha sometido a una sorprendente transformación física, sino que dispone de los registros suficientes como para captar los más diversos y extremos estados de ánimo a los que se vio sometida Marilyn Monroe durante el corto período de tiempo en el que trabó una suerte de amistad con Colin Clark.

El mayor acierto de Curtis, sin embargo, no radica por completo en la elección de Williams y de un casting con pesos pesados de la escena británica (Judi Dench, Julia Ormond y un Kenneth Branagh completamente verosímil en su interpretación de un personaje – Laurence Olivier – con el que guarda muy poco parecido físico), sino en la apuesta por rodar extractos de films protagonizados por Monroe con el fin de mostrar las diferencias existentes entre dos mujeres prácticamente antagónicas – la Marilyn angustiada por sus inseguridades y la mejor recreación de ésta, la Marilyn frívola y desacomplejada.


No obstante, y a pesar de la prodigiosa interpretación de Williams y  de las buenas intenciones de Curtis - quien, por cierto, procede del mundo televisivo -, Mi semana con Marilyn roza peligrosamente - con su cierta falta de aliento y su factura formal pero a ratos casi impersonal - el formato telefilm.

Lamentablemente, es imposible no preguntarse qué habría hecho otro director más curtido e inspirado  con una historia que Curtis desaprovecha al no ahondar lo suficiente en la relación de dos personalidades tan diferentes como Monroe y Olivier y al pasar de puntillas por las vidas de otros personajes igualmente fascinantes, como Vivien Leigh o Arthur Miller.


21 de marzo de 2012

Grinzing. La Viena más pintoresca



Fuente: Wikipedia

Majestuosa y señorial, la bella capital austríaca atrae cada año a miles de turistas ávidos por sumergirse en el esplendor del pasado que emana de sus viejas calles y de sus fabulosos monumentos, hoy testigos mudos de la que fuera una de las ciudades más importantes del mundo antes de que éste fuera sacudido por dos guerras mundiales.

Sin embargo, Viena depara no pocas sorpresas a los viajeros que se aventuren a traspasar los límites de su pasado más monumental. Una de esas sorpresas la constituye, sin duda alguna, el barrio de Grinzing, enclavado en la colina de Cobenzl, rodeado por cultivos de viñedos y muy próximo al bosque vienés.

Asolada por los ejércitos turco y francés en diferentes momentos históricos, la localidad de Grinzing fue engullida en el año 1891 por una Viena en plena expansión geográfica. Sin embargo, lejos de perder sus rasgos más distintivos, este barrio – que hoy forma parte del distrito número 19 de la capital vienesa – ha conservado intacto el carácter sumamente idílico de los pueblos de montaña austríacos gracias a su dédalo de viejas calles, sus pintorescas casas pintadas de vivos colores, sus jardines de ensueño y sus balcones rebosantes de vistosas flores.

Grinzing, además, ofrece al visitante la oportunidad de contemplar fachadas con el característico estilo Jugenstil, acceder a la Pfarrkirche – la iglesia parroquial del antiguo pueblo con su campanario característico en forma de cebolla -  o visitar su cementerio, donde se hayan enterradas personalidades tan ilustres como el compositor Gustav Mahler, los actores Atila Hörbiger y Paula Wessely o el escritor Thomas Bernhard.

Sin embargo, si hay algo que ha hecho famoso a Grinzing son sus 30 heurigen, unas tabernas donde los clientes, sentados en unos no demasiado cómodos asientos de madera, pueden degustar el exquisito vino producido por sus propios dueños y comer los productos austríacos más típicos, servidos por solícitas camareras ataviadas con los trajes tradicionales de la región y todo ello acompañado por música en directo, la Schramelmusik, un estilo donde se combinan el violín, la guitarra y el acordeón.

Autor y fuente: Photodiary of Lili, Cili & Krisztian 

Además, estas tabernas se hallan señalizadas desde época medieval con una rama de olivo colocada en el umbral de la puerta de acceso y que corresponde a la autorización de la que goza todo heuriger para poder comerciar con el vino que producen sus propietarios y que es la única bebida, además de agua y Kracherl – un brebaje de sabor afrutado – que estas tabernas pueden servir a su clientela. Si la rama aparece colgando, significa que el vino está listo para ser consumido y que, en consecuencia, la taberna ya puede abrir sus puertas al público.

Si bien hay heurigen repartidos por toda la ciudad, los de Grinzing son especialmente atractivos por su antigüedad y su estado de conservación, por lo que bien vale la pena embarcarse en un trayecto un tanto largo que obliga a coger metro y autobús desde el centro de la ciudad. Por otra parte, perderse por las calles de este antiguo pueblo o contemplar la magnífica vista que se ofrece de la capital austríaca desde su localización privilegiada es una excelente manera de sumergirse en esa otra Viena, no monumental pero sí pintoresca y llena de encanto.


19 de marzo de 2012

Hacia nuevos modelos de financiación y gestión museística



Los grandes recortes y el temor a que éstos sigan produciéndose han sumido al sector cultural en una profunda incertidumbre; un estado del que, por supuesto, no escapan los espacios museísticos, fuertemente dependientes de la ayuda estatal. De hecho, la merma de financiación pública ha incidido sobremanera en la dilatación en el tiempo de las exposiciones temporales y ha congelado la adquisición de nuevo fondo, además de reducir la programación de actividades paralelas y paralizar, en muchos casos, la edición de publicaciones propias.

Quienes parecen salir airosos – por ahora – de esta situación son los grandes museos, especialmente los que componen el llamado Triángulo de Oro de Madrid. El Thyssen Bornemisza, el Museo de El Prado y el Reina Sofía se benefician, al igual que los museos norteamericanos, de los ingresos generados por el precio de sus entradas y actividades y cuentan con el suficiente prestigio como para atraer la atención de los grandes patrocinadores y mecenas.

Sin embargo, el resto de espacios museísticos – creados en su mayoría hace dos décadas – dependen por completo de las subvenciones y de los presupuestos estatales, por lo que los profesionales del sector contemplan la ansiada ley de mecenazgo, no sin un cierto recelo, como una vía adicional de financiación.

Esos reparos se deben en buena medida al hecho de que las fuentes privadas pueden mostrarse sumamente huidizas por los males derivados de la recesión económica (sería  el caso de Estados Unidos, donde los museos han visto precarizarse sus fuentes de financiación como consecuencia de las pérdidas económicas de sus benefactores privados) o, simplemente, por un insuficiente interés por parte de mecenas y patrocinadores, como demostraría la complicada situación que atraviesa el afamado Liceu, que en los últimos años ha asistido al desplome de las aportaciones realizadas por entes privados.

No obstante y más allá de la cuestión meramente económica, hay que añadir que los profesionales del sector consideran obsoleto el sistema de acumulación de obras debido a lo prohibitivo de su mantenimiento y la, en comparación, poca rentabilidad que genera, pero que responde a la mentalidad imperante en Europa en cuanto a que los museos han de devenir auténticos custodios del arte y de la cultura. Por ello, autores como Teixeira Coelho han polemizado sobre la necesidad de que los espacios museísticos alberguen copias en detrimento de las obras originales; una obras que no siempre están totalmente a disposición del público, puesto que muchas de ellas pueden permanecer confinadas durante años en los depósitos museísticos.

Por todo ello, muchas voces dentro del sector propugnan la necesidad de fomentar la colaboración y el intercambio de los bienes de diferentes museos y, desde el punto de vista financiero, inciden en fomentar una mayor implicación de la sociedad civil para conseguir la tan ansiada autonomía económica. Así, la apuesta del Reina Sofía pasa por propiciar la creación de un archivo común, además de poner el acento en los trabajos con colectivos y movimientos sociales, lo que ciertamente no parece un mal punto de partida para conseguir una sostenibilidad basada en tres pilares básicos y absolutamente complementarios: la ayuda estatal, el apoyo privado y la implicación de la sociedad civil.


16 de marzo de 2012

Cien años de soledad. La edición digital de un clásico literario




Cuando en el ya lejano año 1967, y tras 18 meses de intenso trabajo, el premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, publicaba la que posiblemente sea su mejor obra – Cien años de soledad -, poco podía imaginar que aquel libro iba a convertirse en uno de los más leídos en lengua castellana y en objeto de numerosísimas traducciones, amén de dar pie a múltiples y sesudas interpretaciones académicas, ser merecedor de diversos y prestigiosos galardones y ejercer su influjo en no pocos escritores.

Gabo – nombre con el que le conocen propios y extraños – había sido hasta entonces un escritor poco conocido, por lo que Cien años de soledad supuso un antes y un después en su carrera literaria.

Hace hoy diez días, el 6 de marzo, Gabriel García Márquez alcanzaba la venerable edad de 85 años y su amiga y agente literaria, la ya legendaria Carmen Balcells, le obsequiaba con la primera edición digital de Cien años de soledad; así, tras su primera publicación hace ahora 45 años, una de las obras cumbre de la literatura universal y posiblemente el máximo exponente de todo un género literario – el realismo mágico – vuelve a estar de plena actualidad con una cuidadísima edición que ha querido recuperar aquella primigenia portada que adornó los primeros ejemplares que se imprimieron en papel y en la que aparecía un viejo galeón en plena selva colombiana.

Al igual que el resto de su obra, Cien años de soledad bebe de las muchas historias y leyendas que a Gabriel García Márquez le narrara en su niñez su abuelo materno, el coronel Nicolás Redondo, y que nutrieron su desbordante imaginación; un torrente de ideas que posteriormente daría pie – gracias a una pluma prodigiosa y a la adscripción a un género literario impregnado de magia – a una de las obras literarias más apasionantes del siglo XX y cuyo máximo exponente sería la narración del devenir de una familia, los Buendía, en un remoto lugar llamado Macondo.

Precisamente, una de las mayores virtudes de Cien años de soledad radica en la recreación de ese pueblo, exótico para estas latitudes y perdido en la selva tropical, que se inspira en el propio lugar de nacimiento de su autor y que es el escenario privilegiado de una estirpe compuesta por siete generaciones de hombres y mujeres cuyos nombres se repiten una y otra a la par que sus vidas corren paralelas a los avatares de un periodo histórico convulso.

Sin embargo, la enorme valía de Cien años de soledad no reside por completo en la originalidad de una trama que se desarrolla con la estructura de una novela río, sino también en el gran dominio del lenguaje – desprovisto de ampulosidades- del que hace gala su autor; en el ahondamiento en los caracteres de unos personajes abocados a una dura e insondable soledad; y, sobre todo, en el uso del realismo mágico, ese género literario donde lo cotidiano convive en perfecta sintonía con lo sobrenatural sin que medie el terror o la angustia y que García Márquez redimensiona hasta convertir su obra en un referente del mismo.

En definitiva, la iniciativa de la agente literaria Carmen Balcells es una oportunidad para descubrir y redescubrir, a través del formato digital, una obra clave de la literatura universal y entender por qué es el libro más vendido escrito en castellano.


14 de marzo de 2012

Vasamuseet. Una reconstrucción perfecta


Fuente y autor: OneHungLow

Con el fin de mostrar el poderío de Suecia frente a las potencias rivales, el rey Gustavo Adolfo II mandó construir en el siglo XVII el que habría de convertirse en el buque de guerra sueco más imponente de su tiempo. Presto a surcar los mares con sus 1200 toneladas de peso y sus amenazadores 64 cañones, el poderoso navío – bautizado con el nombre Vasa – zarpó de Estocolmo un 10 de agosto del ya remoto año 1628. Sin embargo, y para sorpresa de propios y extraños, el enorme galeón naufragó y se hundió a los pocos minutos de haber zarpado como consecuencia de un craso error de cálculo.

Obsesionado con esta historia, el investigador Anders Franzén inició en la década de los cincuenta del pasado siglo su particular cruzada para dar con el paradero del Vasa. Lo consiguió en 1956 y, unos años después y tras haber reposado durante más de tres siglos en las profundidades del mar, el malogrado navío fue recuperado y ensamblado pieza a pieza, cual un puzle, consiguiéndose así una reconstrucción perfecta del que es actualmente el único barco del siglo XVII que se conserva prácticamente intacto.

No obstante, ha sido la poca salinidad de las aguas, en las que estuvo sumergido durante más de trescientos años, lo que ha hecho posible que el Vasa conserve el 98% de sus estructuras en buen estado y se hayan podido recuperar también los enseres de la tripulación, sus aparejos y, sobre todo, las cientos de esculturas que formaban parte de su ornamentación y que representan desde deidades griegas a emperadores romanos pasando por escenas bíblicas.

Dada la importancia histórica y artística del Vasa y con el fin de que pudiera ser contemplado por el público, en 1990 abrió sus puertas el Vasamuseet, el que posiblemente sea el museo más visitado del país y que se encuentra radicado en la bella isla de Djugården (Estocolmo), donde también se halla el Skansen.


Una de las cosas que más poderosamente llama la atención al acceder a este museo sin igual radica en la tenue iluminación reinante en el recinto, que contrasta fuertemente con la vistosa y colorida ornamentación del navío y que responde al afán de preservarlo en la medida de lo posible; tarea ésta que resulta ardua, puesto que el proceso de deterioro se inició inmediatamente después de que el barco fuera recuperado del mar. Por ello, el equipo del museo está llevando a cabo desde hace años la prácticamente titánica labor de reproducir al milímetro las partes más deterioradas del Vasa para poder reemplazarlas con réplicas exactas.

El Vasamuseet, por otra parte, no sólo muestra el esplendor de lo que debió ser una especie de palacio flotante, sino que ofrece la oportunidad a sus visitantes de contemplar en detalle el navío a través de una fantástica maqueta. Además, el museo alberga diversas exposiciones temporales, una tienda, un restaurante, una sala de lectura y una sala de proyecciones, donde se exhibe el film Vasa, que puede escucharse en 16 idiomas.

Finalmente, y a pesar de que las cuatro plantas que componen el museo son de imprescindible visita, se recomienda acceder a la que se encuentra en el piso inferior, donde se pueden observar – a través de diverso y profuso material audiovisual y fruto del resultado de estudios forenses – qué rostros tendrían en vida los cadáveres de la tripulación que se recuperaron junto al Vasa.


12 de marzo de 2012

Shame. Dura crónica de una adicción




Aunque son muchos los directores que se han curtido en el campo del videoclip antes de encararse con el rodaje de su primer largometraje, pocos son los que consiguen granjearse los parabienes de crítica y público con su ópera prima. El británico Steve McQueen – sin parentesco alguno con el malogrado actor norteamericano – pertenece a ese reducido y selecto grupo desde que debutara con Hunger, un film que dejó un más que grato recuerdo entre los espectadores que lo visionaron y que fue protagonizado por Michael Fassbender, quien parece haberse convertido en su actor fetiche.

Dada la expectación creada por su primera obra y el tema escogido para la segunda – la adicción sexual -, McQueen bien pudiera haber cedido al siempre fácil recurso de la provocación desprovista de contenido; sin embargo, el director y guionista británico ha huido por completo de efectismos y Shame ha resultado ser un film elegante, lento – sin que el aburrimiento haga amago de presencia – y sobrio, aun a pesar de lo cruento y sórdido que resulta gran parte de su metraje.

En este brillante resultado pesa sobremanera la doble faceta de McQueen como guionista y director, ya que no sólo ha escrito una de las historias más envolventes de los últimos tiempos, sino que, apoyado por una banda sonora acorde con el tono del guión y por una excelente fotografía, logra mantener un ritmo narrativo que no flaquea en ningún momento y que  incluye pocos movimientos de cámara y sí muchos largos planos secuencia.


Con Shame, además, McQueen deviene un auténtico entomólogo presto a diseccionar a su presa, un exitoso ejecutivo en pleno descenso a los infiernos, a quien no juzga, aunque sí desnuda por completo –  tanto físicamente como en sentido figurado – para mostrar al espectador ese tortuoso viaje, sin aparente retorno, al averno.

Muy posiblemente, Shame habría sido una película bien distinta de no haber contando con la enorme valía interpretativa de un actor como Michael Fassbender, quien ha encadenado en muy poco tiempo interpretaciones más que notables (Un método peligroso, Jane Eyre) y que en el presente film logra encarnar con pavoroso realismo el carácter autodestructivo de su personaje, sin hacer ninguna concesión al histrionismo y partiendo siempre de la fuerza de su mirada – capaz de mostrar los más variados estados de ánimo -, lo que le ha reportado ser premiado por el Festival de Venecia en su pasada edición.

Mención aparte merece Carey Mulligan, quien se enfrenta a un complicado papel y, a la vez, dar réplica al actor alemán, empresas de las que sale airosa. Además, y sin llegar a calificarlo como química, existe entre Fassbender y Mulligan una cierta complicidad que hace creíble su complicada relación fraterna, tras la que se amaga el fantasma del incesto.

Shame es, en definitiva, una de las crónicas más duras que se han filmado jamás sobre el carácter intrínsecamente autodestructivo de toda adicción llevada a su límite. Sin embargo, y a pesar de lo turbador de sus imágenes y el desasosiego y/o desazón que éstas puedan crear en el espectador, Shame es ante todo un filme que invita a la reflexión y al que no le sobra ni le falta ni un fotograma. Ahora tan sólo queda esperar que la tercera colaboración de McQueen con Fassbender – cuyo estreno se prevé para el año que viene- esté a la altura de lo presente.


9 de marzo de 2012

Casa Lis. El modernismo y Salamanca


Autor y fuente: Museocasalis

Gracias a sus muchos viajes por Europa, el empresario salmantino Miguel de Lis de Puebla pudo conocer el nuevo estilo artístico que estaba haciendo furor por Europa a finales del siglo XIX y cuya visión le causó tal impacto que se vio impelido a construir el que es hoy uno de los monumentos más visitados de Salamanca, la Casa Lis, el palacete modernista que desde hace casi dos décadas alberga al Museo Art Nouveau y Art Déco.

La construcción de este edificio, que fue concebido como vivienda familiar del propio Miguel de Lis, contó con la inestimable colaboración del arquitecto Joaquín de Vargas Aguirre – jerezano de nacimiento y salmantino de adopción -, quien conocía bien la obra de algunos colegas belgas que se habían consagrado a aquel nuevo estilo artístico y arquitectónico.

Así, con la financiación del empresario salmantino y el diseño del arquitecto jerezano, el palacete se enclavó a orillas del río Tormes y sobre la antigua muralla que rodea el casco antiguo de la ciudad, deviniendo – especialmente por su fachada norte, que da a la calle Gibraltar - el ejemplo más notable y único del estilo modernista en la ciudad de Salamanca.

Sin embargo, y a pesar del resplandor del que gozara el palacete en vida de Miguel de Lis, su estrella empezó a declinar a la muerte del empresario y, tras pasar por la manos de diversos propietarios, la Casa Lis se convirtió en un viejo caserón abandonado.

Esta situación fue solventada, no obstante, por la mediación del Ayuntamiento - que adquirió el palacete en las postrimerías del pasado siglo - y por una más que feliz circunstancia, la generosa donación del anticuario y coleccionista Manuel Ramos Andrade - quien cedió sus más de 2500 piezas únicas, atesoradas a lo largo de toda su vida -, lo que hizo posible la creación del actual museo, que abrió sus puertas en 1995 y que es hoy uno de los monumentos y espacios museísticos más visitados de Castilla y León.

La donación inicial de Ramos Andrade, además, se ha visto engrosada con nuevas piezas desde que el museo fuera inaugurado y actualmente se divide en 19 colecciones permanentes que incluyen frágiles muñecas de porcelana, coloridos vidrios – en forma de lámparas, jarrones, figuras de cristal, vajillas y frascos de perfume-, antiguos juguetes y autómatas, muebles de ensueño, interesantes esculturas, deliciosos pañuelos bordados, mantones exquisitos, joyas al más puro estilo vintage, pinturas de artistas catalanes y salmantinos y originales criselefantinas – estatuillas fabricadas en marfil y combinadas con materiales tan nobles como el bronce, la plata o el oro, e incluso otros como el mármol u el ónice.

Por otra parte, el contenido de este museo se ve enriquecido por los propios elementos estructurales y ornamentales de la Casa Lis, tales como sus arcos y dinteles, sus terrazas, su galería de columnas, las increíbles y luminosas vidrieras de las ventanas o los trabajos de forja – visibles en verjas, herrajes, enrejados e, incluso, en las representaciones de la flor de lis.

El Museo Art Nouveau y Art Déco es, en definitiva, una visita ineludible no sólo por su rico contenido y su interesante programación de exposiciones itinerantes, sino por ser una auténtica rara avis en el estilo arquitectónico más representativo de la ciudad de Salamanca.


7 de marzo de 2012

Arrugas. Vejez, enfermedad y soledad en clave de cómic



Hace escasas semanas, en la pasada edición de los Premios Goya, el largometraje dirigido por Ignacio Ferreras – Arrugas – fue  galardonado con sendos premios en las categorías de mejor película de animación y mejor guión adaptado de la obra homónima de Paco Roca.

Esta traslación de la novela gráfica Arrugas al medio audiovisual no sorprende si tenemos presente que, desde que fuera editada unos años atrás, no ha dejado de cosechar un sinfín de lectores y ganar numerosos galardones, entre los que destaca el Premio Nacional del Cómic 2008. Este enorme reconocimiento por parte de crítica y público no se debe únicamente al buen hacer de Paco Roca como ilustrador e historietista, sino a su sabia elección del tema que da aliento a este cómic, la vejez – y todo lo que ésta conlleva – y el padecimiento de una enfermedad tan destructiva como el Alzheimer.

Así y a través de sus viñetas pobladas por unos personajes de rasgos muy realistas - aunque un tanto estáticos para poder mostrar la lentitud de movimientos que impone el peso de la edad-, Paco Roca consigue transmitir al lector la desazón que produce la contemplación de una vida marcada por un progresivo deterioro, físico y mental, y por la intolerable monotonía de los centros geriátricos.

No cabe duda, sin embargo, de que el mayor acierto de Roca radica en su personal forma de presentar una enfermedad como el Alzheimer, una dolencia que impele a quien la padece a retornar a momentos lejanos y, presumiblemente, más felices del pasado. Así lo hacen los personajes de esta obra, siendo especialmente interesantes las impactantes viñetas con las que se inicia esta historia o la bella escena que se desarrolla en un campanario, donde se fragua una historia de amor que pervive intacta a pesar de la enfermedad y el paso del tiempo.

Esa traslación al pasado se lleva a cabo a través de diversos flashbacks, dotados de colores otoñales que recuerdan poderosamente el sepia de las fotografías de antaño, produciendo una poderosa sensación de melancolía que contrasta fuertemente con los colores de un presente marcado por tonos grisáceos y verdosos.

Pablo Roca, además y muy sabiamente, opta por el uso de la mirada subjetiva para plasmar los pensamientos de sus protagonistas, retazos de recuerdos donde aparecen rostros desdibujados o la más pura nada, que se ilustra a través del color blanco, especialmente en las últimas páginas, cuando la enfermedad ha sumido al protagonista principal en el más puro vacío.

Si bien es cierto que la temática de Arrugas resulta propicia para el refocilamiento en un tono fuertemente melodramático, esta novela gráfica – a pesar de la inclusión de un episodio sangriento – exuda una maravillosa combinación de ternura, humor y sensibilidad capaz de retratar, con gran verismo y sin estridencias, los sentimientos que suscita el proceso de envejecimiento, muchas veces ligado al frecuente abandono familiar, la falta de autonomía, los achaques, las enfermedades o a una inmensa soledad.

Arrugas es, en definitiva, una obra de ineludible lectura no sólo por su incuestionable valor artístico, sino por su más que acertada aproximación a un tema que el arte y los medios tratan muy tímidamente. Sin ningún género de duda, Paco Roca es un autor a seguir.




5 de marzo de 2012

The Fantastic Flying Books of Mr. Morris Lessmore. Un homenaje al maravilloso mundo de los libros




No cabe duda de que la distribución de cortometrajes cinematográficos se ha visto beneficiada con la irrupción de internet como una ventana más de exhibición. Sin embargo, este formato cinematográfico, dado lo exiguo de su metraje, todavía se halla en clara desventaja con respecto a su hermano mayor, el tradicional largometraje. El reconocimiento de la crítica - traducido en el otorgamiento de diversos galardones - y ser merecedor del preciado Oscar pueden, no obstante, obrar milagros y eso es precisamente lo que ha acontecido con The Fantastic Flying Books of Mr. Morris Lessmore, un cortometraje de animación que se ha hecho con la preciada estatuilla dorada en la pasada edición de los famosos premios hollywoodienses y ha conseguido, en consecuencia, llamar la atención de numerosísimos espectadores.

La autoría de esta pequeña pero interesantísima obra se debe a dos profesionales del sector audiovisual, William Joyce – guionista e ilustrador – y Brandon Oldenburg – director creativo con una carrera parcialmente labrada en insignes productoras del sector de la animación, como Disney, Pixar o Dreamworks.


Dada la trayectoria de estos dos profesionales, no resulta entonces extraño que la colaboración entre ambos haya tenido como feliz resultado un film de factura impecable en el que se han utilizado diversas y variadas técnicas de animación, lo que ha provisto a sus personajes y a sus movimientos de un gran verismo, dinamismo y fluidez; a todo ello habría que añadir la inclusión de una fantástica banda sonora que transmite perfectamente los variados sentimientos que puede provocar la lectura de un libro, lo que constituye un detalle especialmente interesante si atendemos al hecho de que The Fantastic Flying Books of Mr. Morris Lessmore es, más que un film mudo, una película sin palabras, por cuanto no se incluye en ningún fotograma la preceptiva explicación de los acontecimientos – recurso más que utilizado por el cine silente.

Sin embargo y más allá de un preciosista acabado visual, el cortometraje de Joyce y Oldenburg se revela como un apasionado homenaje hacia el mundo de los libros y, en definitiva, a la siempre apasionante experiencia que supone sumergirse en la lectura de una obra. De hecho, quizá una de las escenas más acertadas de este pequeño film sea precisamente la propia experiencia del protagonista principal con uno de los libros más ajados de su peculiar biblioteca y al que sólo su uso por parte de los lectores puede rescatar de una muerte agónica en un estante olvidado.

The Fantastic Flying Books of Mr. Morris Lessmore es también un tributo a los primeros musicales - impagables son las escenas en las que los libros bailan al son de la música que articula todo el film- y, sobre todo, a los primeros tiempos del cine - no en vano, su personaje principal y que da título al corto, el sin par bibliotecario Mr. Morris Lessmore, recuerda poderosamente al gran Buster Keaton.

En definitiva, la obra de Joyce y Oldeburg  es un film de corto metraje, pero apasionante y con un mensaje muy claro: sólo la magia de la lectura puede hacer posible que el blanco y negro de muchas vidas se torne en una brillante gama de colores.



2 de marzo de 2012

Casablanca (1942)


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Siguiendo con nuestro empeño por rendir tributo al cine clásico, dedicamos la entrada de hoy a uno de los mejores films de todos los tiempos, Casablanca.












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