Los grandes recortes y el temor a que éstos sigan produciéndose han sumido al sector cultural en una profunda incertidumbre; un estado del que, por supuesto, no escapan los espacios museísticos, fuertemente dependientes de la ayuda estatal. De hecho, la merma de financiación pública ha incidido sobremanera en la dilatación en el tiempo de las exposiciones temporales y ha congelado la adquisición de nuevo fondo, además de reducir la programación de actividades paralelas y paralizar, en muchos casos, la edición de publicaciones propias.
Quienes parecen salir airosos – por ahora – de esta situación son los grandes museos, especialmente los que componen el llamado Triángulo de Oro de Madrid. El Thyssen Bornemisza, el Museo de El Prado y el Reina Sofía se benefician, al igual que los museos norteamericanos, de los ingresos generados por el precio de sus entradas y actividades y cuentan con el suficiente prestigio como para atraer la atención de los grandes patrocinadores y mecenas.
Sin embargo, el resto de espacios museísticos – creados en su mayoría hace dos décadas – dependen por completo de las subvenciones y de los presupuestos estatales, por lo que los profesionales del sector contemplan la ansiada ley de mecenazgo, no sin un cierto recelo, como una vía adicional de financiación.
Esos reparos se deben en buena medida al hecho de que las fuentes privadas pueden mostrarse sumamente huidizas por los males derivados de la recesión económica (sería el caso de Estados Unidos, donde los museos han visto precarizarse sus fuentes de financiación como consecuencia de las pérdidas económicas de sus benefactores privados) o, simplemente, por un insuficiente interés por parte de mecenas y patrocinadores, como demostraría la complicada situación que atraviesa el afamado Liceu, que en los últimos años ha asistido al desplome de las aportaciones realizadas por entes privados.
No obstante y más allá de la cuestión meramente económica, hay que añadir que los profesionales del sector consideran obsoleto el sistema de acumulación de obras debido a lo prohibitivo de su mantenimiento y la, en comparación, poca rentabilidad que genera, pero que responde a la mentalidad imperante en Europa en cuanto a que los museos han de devenir auténticos custodios del arte y de la cultura. Por ello, autores como Teixeira Coelho han polemizado sobre la necesidad de que los espacios museísticos alberguen copias en detrimento de las obras originales; una obras que no siempre están totalmente a disposición del público, puesto que muchas de ellas pueden permanecer confinadas durante años en los depósitos museísticos.
Por todo ello, muchas voces dentro del sector propugnan la necesidad de fomentar la colaboración y el intercambio de los bienes de diferentes museos y, desde el punto de vista financiero, inciden en fomentar una mayor implicación de la sociedad civil para conseguir la tan ansiada autonomía económica. Así, la apuesta del Reina Sofía pasa por propiciar la creación de un archivo común, además de poner el acento en los trabajos con colectivos y movimientos sociales, lo que ciertamente no parece un mal punto de partida para conseguir una sostenibilidad basada en tres pilares básicos y absolutamente complementarios: la ayuda estatal, el apoyo privado y la implicación de la sociedad civil.
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