28 de noviembre de 2012

Crónicas birmanas. Visitando Myanmar de la mano de Guy Delisle





La reciente visita a Myanmar de Barack Obama – la primera que realiza un presidente estadounidense al país asiático que algunos estados todavía conocen como Birmania – ha devuelto a la actualidad la atención, casi siempre escasa, que los medios occidentales prestan a una de las más empobrecidas naciones asiáticas, sometida, desde 1962 y hasta hace relativamente poco, al yugo de una opresora junta militar.

En pleno proceso de transformación, tras diluirse el pasado año el gobierno militar, Myanmar es conocido en Occidente como uno de esos países donde más se atropellan los derechos humanos y en los que peor tratamiento se dispensa a los opositores al régimen, entre los que destaca la Premio Nobel por la Paz en 1991, Aung San Suu Kyi, prisionera en su propia casa durante años y liberada, finalmente, en noviembre de 2010. Poco antes, en 2007, miles de monjes budistas, cansados de los abusos del gobierno militar, salieron pacíficamente a las calles para reclamar un cambio político y la liberación de los disidentes al régimen. La marea de hábitos de color naranja, que entonces inundó las principales ciudades del país, hizo que los medios bautizaran a esta protesta, auténtico ejemplo de resistencia pasiva, como la Revolución azafrán.

El dibujante canadiense Guy Delisle no fue testimonio de aquella revolución ni tampoco de la liberación de Aung San Suu Kyi; sin embargo, su estancia de un año en Myanmar – acompañando a su esposa, miembro de Médicos Sin Fronteras – dio como resultado la realización de Crónicas Birmanas, una magnífica obra gráfica que transporta al lector a los momentos previos al cambio de rumbo político acaecido recientemente en el fascinante país asiático.

Precediendo a Crónicas de JerusalénCrónicas birmanas fue, tras Shenzhen y Pyonyang, la tercera obra que Delisle dedicaba a sus experiencias en países remotos y, como hiciera antaño, también en esta ocasión se valió de su estilo sencillo y desprovisto de artificios para, a través de múltiples anécdotas, relatar su estancia en Rangún y su visita a otros muchos lugares de la geografía birmana.

Gracias a esos viajes, el lector de Crónicas birmanas podrá acercarse a esa Myanmar que no aparece en las guías de viaje, la Myanmar con zonas sin el menor servicio sanitario y donde la malaria es la principal causa de mortandad, razón que mueve a algunas organizaciones, como Médicos Sin Fronteras, a tratar de aliviar tan penosa situación, aunque ello, como testimonia el propio Delisle, suponga lidiar con un sistema burocrático demencial.

No obstante, y a pesar del relato de las numerosas vicisitudes a las que hacen frente diariamente los ciudadanos birmanos – chocante pobreza, cortes de electricidad continuos, derechos mermados y un largo etcétera – el dibujante canadiense consigue, gracias a su fino humor, momentos auténticamente hilarantes, como los pasajes donde se describen los estragos causados por el calor insoportable o la chapucería de una censura que controla todos los medios y tiñe con color plateado todo aquello que considera pernicioso.

Delisle, además, vuelve a articular toda su obra en torno a unas viñetas que, realizadas con sumo mimo y profusión de detalles, están protagonizadas por unos personajes sumamente expresivos, a pesar de su trazo simple; personajes que, lejos de protagonizar un relato de anécdotas deslavazado, dan un ritmo narrativo vigoroso a una obra que capta la atención del lector desde las primeras páginas.


21 de noviembre de 2012

Con el agua al cuello. Crónica de una realidad escalofriante




Verano de 2010. Grecia, al borde de la bancarrota, está sumida en la peor crisis económica y social de su larga historia. El clamor popular hace meses que ha tomado las calles y, en medio del caos y la incertidumbre, provocados por la política de austeridad impuesta desde Bruselas, se produce un asesinato que removerá, más si cabe, las aguas movedizas sobre las que ahora se asienta el país heleno.

El ex director del Banco Central de Atenas muere decapitado en su mansión de lujo. Al día siguiente la capital griega se ve inundada por numerosos carteles que incitan a los ciudadanos a no pagar las deudas contraídas con las entidades financieras. Es tan sólo el inicio de una escalada de crímenes perpetrada por una suerte de justiciero social, un asesino que elige a sus víctimas entre los altos cargos bancarios y los profesionales de las finanzas.

Esta es la interesante trama tejida por Markaris en la séptima novela protagonizada por su singular protagonista, el inspector de policía Kostas Jaritos. Sin embargo, como ya pasara con Muerte en Estambul, es el contexto histórico, social y, en este caso, económico lo que da verdadero aliento a una obra que se constituye como un vivaz retrato de la sociedad griega actual.

Un retrato que recuerda de forma alarmante realidades muy cercanas y conocidas, como la merma en derechos sociales largamente conseguidos y afianzados, los recortes salariales de los funcionarios, los suicidios provocados por endeudamientos y bancarrotas, la pérdida de la vivienda, la indignación ante los recortes – que se constata a través de numerosas protestas en la calle- o la difícil situación de unos jóvenes sin futuro, jóvenes como Fanis - médico en activo que ve reducirse su sueldo a la condición de irrisorio- y su esposa Katarina - una doctorada en busca de empleo y con pocas perspectivas de encontrar uno acorde con su titulación académica.

Por otra parte, y si bien es cierto que Markaris inicia su obra con una demoledora cita de Bertolt Brecht -¿Qué es el atraco a un banco comparado con la creación de un banco?-, lo cierto es que, en su explicación sobre los motivos que han llevado a Grecia a la situación en la que se encuentra actualmente, el escritor y guionista griego huye de posicionamientos maniqueos y, en consecuencia y afortunadamente, de manidísimos clichés.

Bien pudiera ser que para el lector voraz de novela negra – especialmente la procedente de los fríos países del norte de Europa – Con el agua al cuello resulte una obra poco interesante - de hecho, para el lector aficionado al género negro no resulta demasiado complicado dilucidar, prácticamente desde el inicio del libro, la identidad del ejecutor de tan violentos crímenes ; sin embargo, sería una pena dejar pasar la oportunidad de leer una novela que nos acerca a una realidad tan cercana y que está narrada en un estilo no magistral, pero sí exento de pedanterías y, por supuesto, de dogmatismos, lo que siempre se agradece en aquellos relatos que el tiempo muy probablemente acaba convirtiendo en fuentes de aproximación histórica.

Finalmente, destacar que si bien Con el agua al cuello no deja de ser una historia de misterio enmarcada en un contexto social y económico escalofriante, su lectura induce a más de una reflexión, especialmente sobre el sinsentido histórico que supondría excluir de la Unión Europea al país que es cuna de nuestra civilización.


14 de noviembre de 2012

Dorothea Lange. Testimonio gráfico de toda una época



Migrant Mother, 1936 by Dorothea Lange

Como ya hiciera John Steinbeck mediante su prodigiosa pluma, Dorothea Lange utilizó la fotografía como medio para documentar los estragos causados por la llamada Gran Depresión, convirtiéndose, como el genial escritor, en una excepcional cronista de ese período histórico.

Considerada como una de las mejores documentalistas gráficas de su país, Lange nacía en Hoboken (Nueva Jersey) un 25 de mayo de 1895. Unas secuelas permanentes en su pierna derecha – consecuencia de una poliomielitis contraída a los seis años – y el ulterior abandono de su padre – de cuyo apellido, Nutzhorn, prescindió para siempre –incidieron, sin duda, en la forma de ser de una mujer adelantada a su tiempo, que, desoyendo a quienes le recomendaban una carrera como maestra, optó por inscribirse en 1917 en la escuela fotográfica Clarence White.

Tan sólo dos años después, en 1919, Dorothea Lange abriría en San Francisco el que habría de convertirse en un rentable estudio fotográfico y se casaría con el pintor Maynard Dixon. Sin embargo, con la irrupción de una de las peores crisis económicas que ha sufrido Estados Unidos, Lange optó por dejar su estudio y retratar los muchos rostros, de desempleados y vagabundos, que empezaron a llenar las calles de su ciudad.

Su labor atrajo la atención de la Farm Security Administration, una institución federal que, enmarcada en la política del New Deal, tenía como máximo cometido implementar modelos de campamentos agrícolas que obraran como refugio para los numerosísimos desempleados que llegaban a California huyendo de la miseria.

Migrant Worker, 1936 by Dorothea Lange

Lange estuvo trabajando con la FSA durante cinco años y, en ese período, conoció a quien se convertiría en su segundo marido, Paul Schuster Taylor – profesor de Economía en la Universidad de California -, con quien publicaría A American Exodus. A Record of Human Erosion, un trabajo que documentaba el éxodo a California de miles de americanos – y también mexicanos-  en busca de mejores oportunidades.

A pesar de sufrir el llamado síndrome de la post poliomielitis, Dorothea Lange prácticamente nunca estuvo inactiva y, además de viajar incansablemente, a su savoir faire también se deben algunas de las mejores instantáneas de un episodio muy poco edificante de la historia norteamericana, el confinamiento en campos de concentración, durante la Segunda Guerra Mundial, de cientos de ciudadanos estadounidenses de origen japonés, considerados entonces como una suerte de quinta columna.

Evacuees of Japan Awaiting Turn for Baggage Inspection
 upon Arrival at Assembly Center During WW
II by Dorothea Lange

Poco antes de su fallecimiento en 1965, como consecuencia de un cáncer, Dorothea Lange había podido ver expuesta su obra en el MOMA, aunque su reconocimiento definitivo se ha consolidado con el paso del tiempo, especialmente a partir de una exposición que, llevada a cabo por el Whitney Museum en 1970, incluyó algunas de las más impactantes imágenes de aquellos campos de concentración norteamericanos.

Precursora de todo un estilo de crónica fotográfica, resulta innegable que Dorothea Lange fue una artista – aunque ella jamás se considerara como tal – de una sensibilidad especial e impregnada por una profunda conciencia social, como dan fe esas instantáneas, desprovistas de sensiblerías y artificios, que muestran los rostros del dolor ocasionado por las penurias económicas y las injusticias sociales. Penurias a las que hubo de hacer frente la protagonista de su obra más conocida - Migrant mother- , cuyo retrato confirmaría lo que Lange solía decir con respecto su principal herramienta de trabajo, la cámara es un instrumento que enseña a la gente cómo ver sin la cámara.


7 de noviembre de 2012

Birka. Tras las huellas vikingas



Fuente: Wikipedia; Autor: Holger.Ellgaard

Prodigio de la naturaleza, el extenso lago Mälaren – el tercero, en amplitud, de Suecia – alberga, en sus casi 1200 kilómetros cuadrados, numerosas e idílicas islas que, por su proximidad con Estocolmo, atraen cada año, especialmente en el período estival, a numerosos visitantes, tanto nacionales como extranjeros.

Entre todas esas islas - que en los momentos más álgidos del estío doblan, e incluso triplican, su población - se halla Björko, lugar donde, en el siglo VIII, se fundó la que se considera como la ciudad más antigua de Suecia, Birka.

Importante centro de producción artesanal, Birka fue también un poderoso enclave comercial al que llegaron productos de lugares entonces tan lejanos y exóticos como China. Tan intensa actividad comercial vino acompañada, inevitablemente, de un aumento de su población, llegando a alcanzar los 1500 habitantes.

Fuente:  Greatarchaeology

Sin embargo, y tras dos siglos de intensa actividad, el esplendor de Birka empezó a declinar y otra localidad, Sigtuna, se hizo con el control comercial y de producción artesanal de la región. Hoy, once siglos más tarde, Birka se ha convertido en el mayor centro arqueológico de época vikinga, lo que la hizo merecedora, en 1993, de ser incluida en la lista de lugares que conforman el Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.

Mucho antes, en 1931, ya se habían iniciado los trabajos de conservación del antiguo enclave comercial, lo que, sin duda, a lo largo de los años, ha atraído a numerosos estudiosos de ese período histórico e, igualmente, a muchos de los turistas que viajan a Estocolmo, pues de la capital sueca parte cada día, durante los meses de verano, un barco con destino a Björko, una isla que, además de albergar a Birka, es un auténtico ejemplo del ensoñador paisaje sueco y del empeño de los habitantes de aquel país escandinavo por preservar su entorno natural – manteniéndolo impoluto – y por recuperar, salvaguardar y reivindicar su pasado histórico.

De hecho, Birka ofrece al visitante la posibilidad de trasladarse a una época remota gracias a la cuidadísima reconstrucción de un poblado vikingo y a la presencia de un original museo donde se exponen parte de las piezas halladas en las excavaciones que tienen lugar en la isla - y recuperadas, en buena parte, de las aguas del Mälaren -, numerosas reproducciones de objetos cotidianos de época vikinga y una interesante maqueta de Birka en el momento de su máximo esplendor.

Además, en Birka aún pueden apreciarse los vestigios de las gruesas murallas que se erigieron como fuerte defensivo, las más modernas röd stuga – diseminadas por toda la isla y algunas de ellas habitadas permanentemente – y, sobre todo, las magníficas vistas que se ofrecen desde la colina donde se erigiera la cruz en honor a Ansgar, el monje benedictino de origen alemán que hizo posible que Birka fuera la primera congregación cristiana del país.

Si bien es cierto que ni el precio de la entrada al museo de Birka ni el del pasaje del barco que lleva a la isla de Björko  – guía ataviado de vikingo incluido – resultan todo lo asequibles que uno quisiera, vale la pena pasar un día en la isla y disfrutar de todos sus atractivos, además de deleitarse, tanto en el trayecto de ida como de vuelta en barco, de las preciosas vistas ofrecidas por el lago Mälaren.


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