La reciente visita a Myanmar de Barack Obama – la primera que realiza un presidente estadounidense al país asiático que algunos estados todavía conocen como Birmania – ha devuelto a la actualidad la atención, casi siempre escasa, que los medios occidentales prestan a una de las más empobrecidas naciones asiáticas, sometida, desde 1962 y hasta hace relativamente poco, al yugo de una opresora junta militar.
En pleno proceso de transformación, tras diluirse el pasado año el gobierno militar, Myanmar es conocido en Occidente como uno de esos países donde más se atropellan los derechos humanos y en los que peor tratamiento se dispensa a los opositores al régimen, entre los que destaca la Premio Nobel por la Paz en 1991, Aung San Suu Kyi, prisionera en su propia casa durante años y liberada, finalmente, en noviembre de 2010. Poco antes, en 2007, miles de monjes budistas, cansados de los abusos del gobierno militar, salieron pacíficamente a las calles para reclamar un cambio político y la liberación de los disidentes al régimen. La marea de hábitos de color naranja, que entonces inundó las principales ciudades del país, hizo que los medios bautizaran a esta protesta, auténtico ejemplo de resistencia pasiva, como la Revolución azafrán.
El dibujante canadiense Guy Delisle no fue testimonio de aquella revolución ni tampoco de la liberación de Aung San Suu Kyi; sin embargo, su estancia de un año en Myanmar – acompañando a su esposa, miembro de Médicos Sin Fronteras – dio como resultado la realización de Crónicas Birmanas, una magnífica obra gráfica que transporta al lector a los momentos previos al cambio de rumbo político acaecido recientemente en el fascinante país asiático.
Precediendo a Crónicas de Jerusalén, Crónicas birmanas fue, tras Shenzhen y Pyonyang, la tercera obra que Delisle dedicaba a sus experiencias en países remotos y, como hiciera antaño, también en esta ocasión se valió de su estilo sencillo y desprovisto de artificios para, a través de múltiples anécdotas, relatar su estancia en Rangún y su visita a otros muchos lugares de la geografía birmana.
Gracias a esos viajes, el lector de Crónicas birmanas podrá acercarse a esa Myanmar que no aparece en las guías de viaje, la Myanmar con zonas sin el menor servicio sanitario y donde la malaria es la principal causa de mortandad, razón que mueve a algunas organizaciones, como Médicos Sin Fronteras, a tratar de aliviar tan penosa situación, aunque ello, como testimonia el propio Delisle, suponga lidiar con un sistema burocrático demencial.
No obstante, y a pesar del relato de las numerosas vicisitudes a las que hacen frente diariamente los ciudadanos birmanos – chocante pobreza, cortes de electricidad continuos, derechos mermados y un largo etcétera – el dibujante canadiense consigue, gracias a su fino humor, momentos auténticamente hilarantes, como los pasajes donde se describen los estragos causados por el calor insoportable o la chapucería de una censura que controla todos los medios y tiñe con color plateado todo aquello que considera pernicioso.
Delisle, además, vuelve a articular toda su obra en torno a unas viñetas que, realizadas con sumo mimo y profusión de detalles, están protagonizadas por unos personajes sumamente expresivos, a pesar de su trazo simple; personajes que, lejos de protagonizar un relato de anécdotas deslavazado, dan un ritmo narrativo vigoroso a una obra que capta la atención del lector desde las primeras páginas.
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