Aunque son muchos los directores que se han curtido en el campo del videoclip antes de encararse con el rodaje de su primer largometraje, pocos son los que consiguen granjearse los parabienes de crítica y público con su ópera prima. El británico Steve McQueen – sin parentesco alguno con el malogrado actor norteamericano – pertenece a ese reducido y selecto grupo desde que debutara con Hunger, un film que dejó un más que grato recuerdo entre los espectadores que lo visionaron y que fue protagonizado por Michael Fassbender, quien parece haberse convertido en su actor fetiche.
Dada la expectación creada por su primera obra y el tema escogido para la segunda – la adicción sexual -, McQueen bien pudiera haber cedido al siempre fácil recurso de la provocación desprovista de contenido; sin embargo, el director y guionista británico ha huido por completo de efectismos y Shame ha resultado ser un film elegante, lento – sin que el aburrimiento haga amago de presencia – y sobrio, aun a pesar de lo cruento y sórdido que resulta gran parte de su metraje.
En este brillante resultado pesa sobremanera la doble faceta de McQueen como guionista y director, ya que no sólo ha escrito una de las historias más envolventes de los últimos tiempos, sino que, apoyado por una banda sonora acorde con el tono del guión y por una excelente fotografía, logra mantener un ritmo narrativo que no flaquea en ningún momento y que incluye pocos movimientos de cámara y sí muchos largos planos secuencia.
Con Shame, además, McQueen deviene un auténtico entomólogo presto a diseccionar a su presa, un exitoso ejecutivo en pleno descenso a los infiernos, a quien no juzga, aunque sí desnuda por completo – tanto físicamente como en sentido figurado – para mostrar al espectador ese tortuoso viaje, sin aparente retorno, al averno.
Muy posiblemente, Shame habría sido una película bien distinta de no haber contando con la enorme valía interpretativa de un actor como Michael Fassbender, quien ha encadenado en muy poco tiempo interpretaciones más que notables (Un método peligroso, Jane Eyre) y que en el presente film logra encarnar con pavoroso realismo el carácter autodestructivo de su personaje, sin hacer ninguna concesión al histrionismo y partiendo siempre de la fuerza de su mirada – capaz de mostrar los más variados estados de ánimo -, lo que le ha reportado ser premiado por el Festival de Venecia en su pasada edición.
Mención aparte merece Carey Mulligan, quien se enfrenta a un complicado papel y, a la vez, dar réplica al actor alemán, empresas de las que sale airosa. Además, y sin llegar a calificarlo como química, existe entre Fassbender y Mulligan una cierta complicidad que hace creíble su complicada relación fraterna, tras la que se amaga el fantasma del incesto.
Shame es, en definitiva, una de las crónicas más duras que se han filmado jamás sobre el carácter intrínsecamente autodestructivo de toda adicción llevada a su límite. Sin embargo, y a pesar de lo turbador de sus imágenes y el desasosiego y/o desazón que éstas puedan crear en el espectador, Shame es ante todo un filme que invita a la reflexión y al que no le sobra ni le falta ni un fotograma. Ahora tan sólo queda esperar que la tercera colaboración de McQueen con Fassbender – cuyo estreno se prevé para el año que viene- esté a la altura de lo presente.
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