El siempre precario sector de las artes escénicas lleva cosechando desde hace unos años un éxito inusitado, razón por la cual los últimos informes elaborados por las fuentes oficiales han registrado una clara tendencia al alza en el número de entradas vendidas.
Sin duda, la causa de este éxito se halla en la irrupción en España del género musical, un género con una gran tradición en los países anglosajones, donde hay obras que llevan representándose desde hace décadas en los escenarios y cuyas melodías no son del todo desconocidas por estos lares, al haber conocido muchas de ellas su preceptiva versión cinematográfica – Los Miserables, Sweeney Todd o Chicago serían notables ejemplos.
Una adaptación al castellano de la letra original de estos musicales y el trabajo de intérpretes españoles hacen que la aceptación por parte del público sea completa. Sin embargo, Blancanieves Boulevard no es ninguna adaptación sino una obra netamente española, a pesar de que la ambientación y los nombres de los protagonistas induzcan a creer lo contrario.
Su producción y diseño han corrido a cargo de Jana Producciones, cuyo equipo se ha inspirado en un cuento que está ahora siendo objeto de un gran revival – Hollywood ya se prepara para el lanzamiento de una megaproducción con grandes estrellas a su servicio – y que en el presente musical conserva su hilo argumental prácticamente intacto pero en un marco temporal muy concreto, los años 20; aquellos felices años que el séptimo arte ha inmortalizado envolviéndolos de glamour.
No obstante, Blancanieves Boulevard no se circunscribe por completo en ese marco temporal en lo que a música se refiere, por lo que sus letras no sólo se cantan a ritmo de jazz sino también de rock o hip hop, ritmos que, en algún momento, sumen a la función en un ambiente discotequero de difícil encaje con la época que se pretende retratar, siendo éste quizás el único punto negativo del espectáculo.
Un espectáculo, por otra parte, muy brillante y con una adaptación de personajes sumamente original - Blancanieves y su madrasta – aquí su tía – no son mujeres sin oficio conocido sino que, por el contrario, son cantantes dotadas y ávidas de fama, mientras que los siete enanitos han optado por la carrera musical en un antro a las afueras de la ciudad. Estos personajes, además, tienen a su servicio a unos intérpretes de voces prodigiosas, a unos bailarines virtuosos y a unos actores muy dotados que no son demasiado proclives a la sobreactuación de la que a veces pecan los intérpretes teatrales.
La puesta en escena, por otra parte, resulta magnífica con sus numerosos escenarios y variados efectos especiales de luz y sonido, destacando especialmente la recreación de una escena netamente cinematográfica donde los personajes simulan un rebobinado.
Es obvio que la solución a la precariedad de las artes escénicas no ha de radicar por completo en el filón de los musicales, pero si éstos son de producción y diseño netamente autóctono, tanto mejor.
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