No son pocas las dificultades a las que se enfrenta un gestor cultural cuando concibe y ejecuta un nuevo proyecto, especialmente en un período de crisis tan brutal como el que ahora atraviesa España. No obstante, el éxito continuado de un festival como el de Cans, volcado en el Séptimo Arte, demuestra que sólo buenas dosis de ingenio y de creatividad pueden combatir la penuria económica que marcan los nuevos tiempos.
Hace casi una década, la parecida pronunciación de los nombres de dos localidades sumamente dispares, Cannes (sita en la Costa Azul francesa) y Cans (perteneciente al término gallego de O Porriño) dio pie a que la Asociación Cultural Arela – los organizadores del ya consolidado Festival de Cans– concibiera la creación de un certamen cinematográfico por completo alejado del muy veterano Festival de Cannes.
De hecho, lejos de querer imitar el gran formato impregnado de esa qualité tan francesa de la que hace ostentación el festival galo, la Asociación Cultural Arela apostó desde el principio por un festival alternativo que diera cabida a la proyección de cortometrajes filmados por creadores gallegos.
Sin embargo, el importante eco suscitado ya desde su primera edición y el gran apoyo recibido por parte del mundo del cine español han hecho que este certamen también haya posado su mirada en otros cineastas y, desde su cuarta edición, cuente con una sección dedicada a los videoclips, lo que se ha visto acompañado por una programación de largometrajes y documentales y de numerosas actividades paralelas, gratuitas en su mayoría y en las que se ven implicados los propios y entusiastas vecinos de la pequeña localidad gallega.
El aumento del número de secciones del festival no ha restado ni un ápice a su agroglamur, término éste acuñado por sus organizadores con la firme voluntad de reivindicar su carácter netamente rural y participativo y con el fin de marcar distancias con el certamen francés en cuyo nombre hallaron su inspiración. Así, y alejados del esplendor, que no de los numerosos flashes de las cámaras – pues Cans tiene cada vez más una mayor cobertura mediática – ni de su propia alfombra roja – la Can Boulevard, por donde transitan orgullosos los tractores que transportan a los profesionales del Séptimo Arte - los organizadores de tan atípico festival siguen fieles a la idea de proyectar todos los films – a concurso o no – en espacios tan aparentemente poco adecuados como bodegas, establos…, ofreciendo así a los vecinos de Cans la oportunidad de visionar obras a las que difícilmente tienen acceso.
El Festival de Cans, por otra parte, cuenta con su propio periódico oficial, el Canzine, y no ha olvidado que sus orígenes están fuertemente impregnados por la voluntad de apoyar a los cineastas de su entorno más inmediato, por lo que ha creado la sección Fill@s de Cans, que acoge una selección de films rodados por creadores vinculados al festival.
No cabe duda alguna de que la apuesta por la calidad ha hecho de este singular festival un auténtico referente cultural; un referente que el próximo año alcanzará su décima edición, una cifra nada desdeñable para un país como éste, tan poco consumidor de cine patrio, y que hace que el Festival de Cans, más que un logro, haya alcanzado una auténtica proeza. Que siga así por muchos, muchos años.
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