Fue máxima la expectación que se creó entre los asistentes a la última edición de Ficomic cuando se anunció la asistencia del norteamericano Craig Thompson, uno de los máximos exponentes de la novela gráfica reciente desde que su anterior obra, Blankets, fuera notablemente alabada, de forma casi unánime, por crítica y público.
No obstante y a pesar del éxito de aquella obra – publicada en 2003 – y de la edición de un trabajo considerado menor por el propio Thompson – Cuaderno de viaje, publicado en 2004 -, siete son los años que han tenido que esperar los ya muy numerosos seguidores de la obra del autor norteamericano para degustar su más reciente trabajo, Habibi.
La razón de tan prolongada espera halla su respuesta en la voluntad de Thompson por preparar una obra para la que ha necesitado no poca documentación y entregarse a una cuidadosísima elaboración, ciertamente artesanal, como dan testimonio las casi 700 páginas que han encandilado por igual a público y crítica, haciendo de Thompson uno de los nombres más destacados del Noveno Arte y un autor, sin duda, a seguir.
Tal éxito es fácilmente comprensible, puesto que la preciosa y absorbente historia de Habibi no sólo está magníficamente construida, sino que ofrece numerosos atractivos; y entre ellos cabe citar la trama principal – una inusual y bella historia, narrada con constantes y logrados flashbacks y protagonizada por dos niños, dos supervivientes que escapan de la esclavitud infantil y se refugian en un barco abandonado en medio del desierto-, y sus numerosas subtramas, servidas con una exquisita carga emotiva pero sin un ápice del influjo folletinesco del que hacen gala algunos relatos que versan sobre las peripecias de personajes olvidados y desvalidos.
Habibi, además, está impregnada de un fuerte contenido simbólico gracias a esas historias que discurren paralelas a la historia principal y que devienen, con sus cuidadas viñetas repletas de arabescos y de la siempre bella caligrafía árabe, una cuidada y respetuosa aproximación a los textos coránicos.
Inevitablemente y sin que ello vaya en su menoscabo, Habibi no puede evitar ser deudora de una obra tan universal como Las mil y una noches – en su faceta de narradora, uno de sus principales personajes, Dodola, recuerda poderosamente a Scheherezade -, toda vez que sus desgraciados protagonistas rezuman claras reminiscencias dickesianas.
No obstante, y si bien Thompson consigue crear una perfecta simbiosis entre texto e imágenes, hay que hacer hincapié en el virtuosismo como dibujante del autor norteamericano, que ha conseguido que todas y cada una de sus viñetas sean pequeñas piezas de arte, enmarcadas en un espacio temporal por momentos indeterminado y protagonizadas por personajes que, en blanco y negro y elaborados con un realismo extremo, se mueven por lugares retratados con suma profusión de detalles.
En suma, Habibi es una obra que se puede leer de un tirón pero que impele al lector que se sumerge en sus páginas a demorarse, a deleitarse con su magnífica composición de imágenes y la narración de sus historias, que, bellas, oníricas, simbólicas, rezuman pura poesía e incitan a pensar que nos hallamos ante aquellas obras, joyas en su género, que el tiempo no hará más revalorizar.
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