Tras descubrir el magnífico trabajo de Guy Delisle gracias a su última obra publicada, Crónicas de Jerusalén, muy poderosas razones inducían a sumergirse en la lectura de sus anteriores trabajos, especialmente Pyongyang, una novela gráfica que recoge las peripecias del historietista canadiense durante su estancia en el que es considerado como el país más hermético del mundo.
Sin embargo, y aún a pesar de su autoimpuesta autarquía, Corea del Norte – cuyo escudo con la hoz, el martillo y la pluma es un reflejo de una base ideológica fruto de la combinación de los postulados comunistas y el pensamiento Juche – atrae desde hace un tiempo la atención de los medios occidentales, especialmente por su actitud beligerante – que ha causado no poca alarma en la vecina Corea del Sur y el cercano Japón – y por la muerte, hace casi un año, de Kim Jong-il, el sumo mandatario de una república cuyo gobierno heredó de su padre, Kim Il-sung, creador de una dinastía que va ya por su tercera generación y a quien se le rinde un tratamiento prácticamente divino.
Kim Jong-un, heredero en el cargo de Kim Jong-il, parece estar conduciendo al régimen a una cierta apertura, aunque poco se haya incidido, por ahora, en socavar el hermetismo de un país donde continua siendo imposible conectarse a internet. Por ello, Pyongyang, escrita unos años antes del fallecimiento de Kim Jong-il, bien puede considerarse como una valiosa fuente de aproximación a un régimen cuyo poder de censura y de manipulación propagandística parecen no conocer límites.
Pyongyang es, de hecho, un relato inquietante sobre un país asolado por la miseria – un tercio de su población sobrevive gracias a la ayuda alimentaria que, una vez recibida, el régimen raciona a su gusto – y la falta de medios, lo que impone un precario suministro eléctrico y la práctica ausencia de cafés y lugares de asueto, amén de una semana laboral de seis días y un voluntariado forzoso.
Para realizar tan vívido retrato de la sociedad norcoreana, Delisle se vale, como siempre, de su portentosa capacidad de observación y de los datos que en su momento recabó – aún a pesar de la compañía forzosa, un guía y un traductor, que el régimen asiático impone a todos los visitantes que se aventuran por el país. No obstante, el artista canadiense no se limita a dar un parte pormenorizado de todo lo que ve y acontece durante su estancia laboral en Corea del Norte, sino que, valiéndose de un fino sentido del humor, regala al lector pasajes absolutamente desternillantes que muestran hasta dónde es capaz de llegar un engrasado aparato propagandístico y la ingenuidad de los acólitos al régimen, lo que induce a la reflexión sobre no pocos puntos interesantes , como el derroche de gastos para la erección de ciclópeas e inútiles edificaciones - a la mayor gloria de Kim Il-sung y sus sucesores - o a comparación del régimen con la famosa obra de George Orwell, 1984, que, por cierto, Delisle se lleva a Corea.
Más que acertado resulta, por otra parte, el enfoque del historietista canadiense, que desecha asumir el papel del narrador omnipotente, que todo lo sabe y todo lo ve, y apuesta, por el contrario, por narrar su historia desde su punto de vista, el de un visitante occidental en un país donde los extranjeros son una rara avis.
Finalmente, cabría destacar la magnífica composición de unas viñetas que, en su rica escala de grises, son sumamente profusas en detalles, aunque los personajes que las habitan, como es habitual en el estilo de Delisle, sean de trazo simple y, aparentemente, muy sencillo.
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