Fuente: Palau Robert |
Poco podía imaginar el matrimonio checo alemán – Hans y Marketta Schilling – que el restaurante que inauguraron en el año 1962 con el nombre de El Bulli – en honor a los muchos perros bulldogs franceses que acompañarían a Marketta durante su estancia en España – y enclavado en la cala Montjoi – un precioso paraje a siete kilómetros escasos de la localidad gerundense de Roses - habría de convertirse, pasado el tiempo, en uno de los mejores restaurantes del mundo, merecedor de tres de las codiciadas estrellas de la Guía Michelin y capitaneado desde el año 1984 por el más afamado de los cocineros españoles, Ferran Adrià.
Cincuenta años después de su apertura, elBulli se prepara para convertirse en elBulli Foundation, una entidad que abrirá sus puertas en 2014 y cuya principal misión será la de de convertirse en un espacio dedicado a la investigación culinaria y en el archivo que recoja todos los datos de la larga trayectoria del famoso restaurante.
Compartiendo ese afán por recuperar la historia de elBulli, desde su apertura a inicio de los años sesenta del pasado siglo hasta su reciente y definitivo cierre, el emblemático Palau Robert de Barcelona inauguraba hace unas semanas una interesante exposición que responde al sugerente título de Ferran Adrià y elBulli: Riesgo, libertad y creatividad.
Un título en consonancia, sin duda, con el afán de excelencia que ha movido a sus comisarios a habilitar varios espacios para recorrer no sólo la historia de El Bulli, sino bucear en la evolución de la llamada Nouvelle Cuisine y repasar las biografías de Ferran Adrià, su hermano Albert y su socio desde hace décadas, Juli Soler. De hecho, buena muestra de esa voluntad se puede apreciar desde el inicio del recorrido expositivo – con una acertada proyección sobre una pared de color negro que transporta al visitante a la bella cala Montjoi – y a lo largo de todas los espacios habilitados para albergar profusa información – fotografías, documentos de identidad, documentos del Registro de la Propiedad, del Mercantil, libretas con anotaciones -, los numerosos vídeos e imágenes que muestran la preparación de los platos que hicieron de elBulli un lugar emblemático, la proyección en tres pantallas que dan fe del ajetreo de los fogones por donde pasaron algunos de los más famosos cocineros del mundo, o un espacio absolutamente sorprendente donde se exponen los artilugios de cocina, más propios de un alquimista que de un cocinero – como un deshidratador, un bol para nitrógeno líquido y un largo etcétera- que hacían posible la preparación de unos platos sin igual.
Sin embargo, es precisamente la profusión de datos la que lastra, en parte, el buen hacer de los organizadores de la presente exposición, máxime porque buena parte de las fotografías expuestas carecen de la información necesaria para reconocer a sus protagonistas, amén de que algunos vídeos, los más próximos a la proyección que da la bienvenida al visitante, no se escuchan demasiado bien.
A esos inconvenientes habría que añadir el empeño de los organizadores por reivindicar, casi de forma exacerbada, el importante papel de la creatividad en el proceso culinario, lo que se traduce en un espacio donde impera un popurrí de elementos – como una butaca de cine junto unos auriculares por los que se puede escuchar una pieza de Bruno Montovani – que se antojan sumamente accesorios. ¿De veras era tan necesario sublimar el arte culinario comparándolo con las más reconocidas disciplinas artísticas?, ¿No hubiera sido ésta una exposición mucho más atractiva de no haber mediado tanta intencionalidad en el mensaje de sus organizadores?. Juzguen ustedes mismos.
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