Daibitsu-den en el templo Todai-ji |
La ciudad de Nara, considerada la cuna de la civilización nipona, es en la actualidad una de las urbes más importantes de la región de Kansai – junto con Kioto, Osaka y Kobe – y uno de los destinos turísticos más importantes de Japón.
De hecho, las hordas de turistas con cámara en ristre invaden cada año las milenarias calles de esta pequeña ciudad que llegó a ser la primera capital del país, un papel que detentó durante 75 años, tiempo suficiente para que se convirtiera en el escenario donde se erigieron los templos budistas más antiguos del país del sol naciente.
El rico patrimonio artístico de Nara, además, ha hecho posible que sea considerada como la segunda ciudad depositaria – tras Kioto – del riquísimo legado cultural japonés (no en vano cuenta con ocho monumentos y lugares estimados como patrimonio mundial por la Unesco).
El parque de Nara-Koen, con sus más de 1200 ciervos repartidos por su enorme superficie, sin duda es uno de los mayores atractivos de la ciudad. Este tipo de cérvidos – que antes del advenimiento del budismo en Japón gozaron de un estatus sagrado - , no sólo corretean a sus anchas por un entorno absolutamente bucólico, salpicado por riachuelos, prados o lagos, sino que pueden hallarse fuera del parque, en sus inmediaciones, esperando ansiosos a que alguien les ofrezca comida. Esa comida suele ser Shika Sembei, o galletas para ciervos, que pueden comprarse a los vendedores ambulantes repartidos a lo largo y ancho del parque y que son devoradas con auténtica fruición por estos animales (se aconseja no llevar nada a mano, pues no es infrecuente observar cómo los ciervos – que no muestran temor alguno ante la presencia masiva de seres humanos en su hábitat natural – se comen los mapas o folletos de los turistas poco avisados).
Sin embargo, el encanto de este hermosísimo parque no radica por completo en su fauna, sino en sus casas de té fabricadas con madera (que ofrecen el siempre delicioso té matcha, servido como bebida - caliente o fría - o utilizado como ingrediente principal de pastelillos dulces o salados); y, sobre todo, en el templo Todai-Ji, albergado por el edificio de madera más grande del mundo (aunque su tamaño actual sea tres veces inferior al original) y en cuyo interior, tras franquear una enorme puerta de 25 metros de altura, se halla un magnificente buda de bronce, el Daibutsu-den que, con sus 14,90 metros de alto y su peso de más de 500 toneladas, impresionó tanto a las autoras de este blog que su imagen fue escogida como encabezamiento de aquél y de la página de Twitter vinculada al mismo.
Nara también ofrece al visitante la posibilidad de retrotraerse en el tiempo recorriendo las viejas calles de la zona de Naramachi; de admirar el templo de Horyji y su preciosa pagoda – patrimonio de la humanidad desde 1993; de delectarse con las más de 1800 lámparas que adornan el camino que conduce al santuario Kasuga Taisha; o de meditar en uno de los numerosos bancos que rodean el lago Sarisawa Ike – en el centro de la ciudad – mientras se contempla a los numerosos artistas, dibujantes y pintores, que se congregan a diario para dar rienda suelta a su creatividad.
Con su belleza natural y arquitectónica, Nara no sólo deja un recuerdo indeleble en la memoria de quien la visita, sino que es un lugar más que propicio para experimentar el llamado mal de Stendhal.
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