Mañana, 7 de febrero, se cumplen doscientos años del nacimiento de Charles Dickens, uno de los escritores más aclamados de la literatura universal y, posiblemente, el autor más representativo de la novela victoriana.
Profeta en su tierra, nadie reconoce más la figura y obra de Dickens que los propios británicos, por lo que no es de extrañar que el Reino Unido, con motivo de la celebración de esta efeméride tan importante, se convierta estos días en un escenario privilegiado de la programación de múltiples actividades y eventos, concebidos con todo el boato y la pompa de los que suelen hacer gala los anglosajones.
Contrariamente a lo que suele acontecer con otros novelistas consagrados por la Historia – especialmente por estos lares-, Dickens fue en vida un escritor de enorme fama que ya con su primera obra (Los papeles póstumos del Club Pickwick) pudo saborear las mieles de un éxito que habría de acompañarle hasta el fin de sus días.
Ese reconocimiento se debe no solamente a su prodigiosa pluma, sino a la expectación que comportaba el hecho de que sus historias fuesen editadas por entregas, una práctica común en la época que también siguieron otros autores como Henry James y que a Dickens le permitió llegar con éxito a los lectores del otro lado del Atlántico (aún a pesar de que sus duras críticas hacia un tema como la esclavitud, entonces tan espinoso, no sentaron nada bien a la opinión pública estadounidense). De hecho, el autor de Oliver Twist alcanzó tal cota de popularidad en Estados Unidos que sus obras se vieron sujetas a numerosas ediciones piratas, razón por la cual Dickens se convirtió en una de las primeras voces en reclamar una legislación que protegiera los derechos de autor.
Lógicamente, esa inmensa celebridad le reportó al escritor inglés no pocos dividendos, lo que se tradujo en una holgada situación económica; una prosperidad que lo sustrajo de una vida marcada por la miseria y una infancia truncada, cuyo recuerdo, no obstante, permaneció indeleble en su memoria, convirtiéndose en una fuente de inspiración constante para su producción literaria.
De hecho, Dickens, que pasó parte de su infancia malviviendo en uno de los suburbios más paupérrimos de Londres (la hoy turística zona de Camden Town), creció rodeado de estrecheces económicas; sin embargo, fue el encarcelamiento de su padre por el impago de numerosas deudas lo que marcó definitivamente la vida del futuro escritor, ya que, mientras – acuciada por la más extrema pobreza – su familia se vio forzada a vivir en la celda donde la justicia había confinado a su progenitor (una práctica habitual contemplada por la legislación de la época), el joven Charles, con tan sólo doce años, tuvo que hacerse cargo de su sustento y el de los suyos trabajando más de diez horas seguidas en una fábrica de betún para zapatos.
Muy posiblemente, de no haber mediado una ayuda providencial (la herencia dejada por la abuela paterna), el talento de Dickens se habría malogrado con la vida de esclavitud impuesta por la factoría de betunes, a la que, no obstante, regresó a través de sus obras para convertirse en uno de los críticos más feroces de las injusticias sociales.
Buen e interesante artículo sobre Dickens.
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