Hombre de luces y sombras, Mustafa Kemal Atatürk, el artífice de la moderna Turquía, sigue siendo, a pesar de su fallecimiento hace más de setenta años, la figura más reverenciada de su país. De hecho, no hay ciudad turca donde no se haya erigido, al menos, una estatua en su honor, ni organismo o dependencia oficial en cuyas paredes no penda un retrato de este prócer de la patria.
Sin embargo, el mayor monumento dedicado a la obra y gloria del primer presidente de la República de Turquía es su mausoleo, concebido tan sólo cuatro años después de su muerte y finalizado en 1953, tras haber partido del diseño original de los arquitectos Emin Onat y Orhan Arda.
El emplazamiento escogido para erigir este enorme conjunto arquitectónico fue la colina de Maltepe, lugar visible desde todos los puntos de la ciudad de Ankara y al que los visitantes acceden tras recorrer la bella Alameda de los Leones, una avenida de 200 metros flanqueada por estatuas, que da acceso a una gran plaza, desde la cual se ofrecen unas magníficas vistas de la ciudad y donde no sólo se alza orgulloso este monumento funerario – considerado una obra maestra de la arquitectura turca de los años 40 y 50 del pasado siglo – , sino también varios edificios adyacentes, convertidos en auténticos museos de visita ineludible si se desea conocer un poco más sobre la obra del general que osó remover los cimientos de su país.
De hecho, el interior de esos edificios ofrece al visitante la oportunidad de contemplar la colección de vehículos de época y la gran biblioteca de Kemal Atatürk, al que no pocos historiadores consideran el mayor reformador de la historia, tras acometer las ambiciosas reformas que, en un corto período de tiempo, transformaron por completo a Turquía.
Entre esas reformas, de las que se da parte gracias a la numerosa documentación y material gráfico dispuestos de manera expositiva, destacan el cierre de escuelas donde se impartía teología islámica, la sustitución de la sharia – la ley islámica- por unos códigos civil, penal y mercantil fuertemente influenciados por los de algunos países europeos (Suiza, Alemania e Italia), la creación de escuelas y facultades dedicadas a las Bellas Artes (que pusieron en cuestionamiento la obligatoriedad de no representar la figura humana), la adopción de vestimenta occidental, masculina y femenina, en detrimento de la tradicional del país, el cambio de calendario y del alfabeto (lo que obligó el regreso a las aulas de miles de ciudadanos), la prohibición de la poligamia y el divorcio por repudio o las medidas encaminadas a alentar la integración de la mujer en el mercado laboral y su participación en la vida política.
Imponente, solemne y sobrio, el mausoleo del General Atatürk no sólo es una visita más que recomendable por su belleza arquitectónica, sino por ofrecer abundante material histórico de una de las etapas más apasionantes de un país cuya europeidad se ha puesto – y se sigue poniendo – en cuestionamiento por los países más próximos de su entorno; y es que, posiblemente, la Turquía surgida tras el desmoronamiento del antiguo Imperio Otomano aún diste del ideal perseguido por Mustafa Kemal Atatürk, quien, a pesar de la oposición de no pocos detractores, optó por la occidentalización y laicalización como única vía para lograr la modernización de su país.
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