29 de octubre de 2013

El quinto poder. Un biopic de luces y sombras



Hace casi cuatro años, en febrero de 2010, tenía lugar la mayor filtración de información confidencial de la historia. WikiLeaks, la organización sin ánimo de lucro fundada y gestionada por el controvertido Julian Assange, aireó entonces más de 250.000 cables diplomáticos del Departamento de Estado estadounidense con sus embajadas.

Escaso es el tiempo, por tanto, que ha esperado la maquinaria de Hollywood para abordar –y explotar- el episodio de Cablegate, lo que hace que El quinto poder se antoje como un film sumamente oportunista y exento por completo del necesario distanciamiento histórico.


No obstante, a pesar de ello y del hecho de que Bill Condon es uno de los cineastas más irregulares que imaginarse pueda –autor tanto de varias entregas de la saga Crepúsculo como de una joya cinéfila casi olvidada, Dioses y monstruos-, El quinto poder resulta ser un biopic con vocación de thriller político que, si bien no exento de sombras, cuenta con más de un acierto que, por sí solo, ya justifica su visionado.

Entre las sombras, el punto más negativo del film de Condon radica en el propio planteamiento de una historia gestada a partir de dos libros sumamente críticos con la figura de Assange, WikiLeaks y Assange, firmado por David Leigh y Lukas Harding, periodistas de The Guardian –uno de los pocos rotativos a los que WikiLeaks filtró directamente la información- y Dentro de WikiLeaks de Daniel Domscheit-Berg, colaborador y portavoz de la organización hasta que Assange lo considerara persona non grata.

El quinto poder se desarrolla así a partir de las vivencias del propio Domscheit-Berg, por lo que pocos serán los espectadores que no se identifiquen con él y que, por ende, no puedan dejar de sentir antipatía hacia un Assange descrito como un ser antisocial, ególatra y, encima, poco dado al acatamiento de las más elementales normas de higiene personal.

Negativo también resulta que Condon no explote más ese gran dilema que se deriva del hecho de revelar información confidencial -cuál debe ser el límite y hasta qué punto puede protegerse la identidad de los informadores-, máxime porque fue el causante de la ruptura de Assange y Domscheit y porque, además, unido a la reflexión sobre el papel de internet como un quinto poder –algo que Condon plantea acertadamente, pero muy a final del metraje y sin la enjundia necesaria- podría haber hecho posible que El quinto poder deviniera todo un referente sobre el tema, uno de esos films que se imprimen en la memoria colectiva.

Mención aparte merecen la inclusión de unos flashbacks absolutamente descontextualizados y el hecho de que Condon, a pesar del uso de material audiovisual original subtitulado, haya optado por rodar íntegramente inglés, lo que resulta ridículo en las escenas ambientadas en Alemania y Suiza -con jefes dirigiéndose a sus empleados con marcado acento alemán.

A pesar de lo que antecede, El quinto poder cuenta con unas muy buenas localizaciones, un ritmo rápido y casi siempre sostenido que capta la propia rapidez con la que se produjeron los hechos descritos, unos títulos de crédito iniciales absolutamente originales y que muestran la evolución en el tratamiento de la información, algunas escenas metafóricas absolutamente bordadas y, sobre todo, Benedict Cumberbatch. El actor británico está absolutamente magnífico en todos y cada uno de los planos que protagoniza, desluciendo –seguramente, muy a su pesar- el trabajo del resto de actores que, si bien correctos, no alcanzan su increíble altura interpretativa, un savoir faire que le conduce a recrear de manera casi inquietante a ese Assange que, descrito por Domscheit, guarda más de un parecido con Sherlock, pero que Cumberbatch, valiéndose de un acento y un lenguaje corporal muy diferentes, consigue distanciar por completo.


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