Es absolutamente recomendable asistir a la proyección de La piel que habito sin haber leído nada
o casi nada sobre su argumento.
En su 18º film, Pedro Almodóvar se adentra en un ritmo narrativo y estético
que lo aproxima a un director tan ajeno a él como Alfred Hithcock (con guiños
tan obvios como la banda sonora o la decoloradísima melena de Marisa Paredes),
pero sin dejar atrás los elementos que le son más propios, como el exceso en un
guión que, en muchos momentos, roza el tono más folletinesco, el largo monólogo
de Marisa Paredes o las escenas más puramente almodovarianas, imbuidas siempre
de ese espíritu tan valleinclanesco que ha caracterizado siempre el cine de
este autor.
El director manchego, en la presentación de su film en España, recomienda
un visionado doble para poder comprender en su totalidad una historia que roza
el absurdo pero que consigue mantener clavado en la butaca al espectador más
reacio al cine del autor.
Por otra parte, este film viene a confirmar que Almodóvar es un director de actores y La piel que habito se constituye como la mejor muestra del buen saber hacer de un maduro Antonio Banderas, quien parece haber dejado atrás la sobreactuación.
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