Exiliado en Londres desde hace años, el escritor chino Ma Jian lleva casi tres décadas haciendo uso de su acerada pluma para denunciar los excesos, pasados y presentes, del régimen comunista que, con mano férrea, gobierna su país desde que Mao Zedong proclamara, el 1 de octubre de 1949, la creación de la República Popular China.
Las duras críticas que Jian ha ido vertiendo en las páginas de todas sus obras han comportado que, inevitablemente, su trabajo no pueda leerse en su país y El camino oscuro, su última novela publicada, no se ha convertido, ni mucho menos, en la excepción que confirme la regla, especialmente porque, a lo largo de sus más de cuatrocientas páginas, el autor chino aborda con una dureza casi insoportable la aplicación de la controvertida política del hijo único, una ley aplicada a finales de la década de los setenta del pasado siglo y hoy aún vigente, si bien ligeramente suavizada hace un año escaso.
Enmarcada en un pasado reciente, aunque impreciso, El camino oscuro narra la historia de Meili, una joven campesina que, víctima de aquella política, se verá obligada a huir y a emprender, en avanzado estado de gestación y sin más compañía que la de su esposo e hija, un largo y peligroso viaje que la llevará a adentrarse en los lugares más inhóspitos y sórdidos y a enfrentar situaciones extremas de dolor, violencia, miedo, frustración, desengaño e impotencia.
Dado que las vías fluviales son la única posibilidad de escape para los infractores de la política del hijo único, Meili y su familia seguirán el curso del río Yangtsé, un escenario que servirá a Jian para abordar algunos de los problemas que acucian a la sociedad china, como la extrema contaminación –son muchas las zonas del principal río chino que rebosan de desechos químicos e industriales, muchos de ellos traídos desde Occidente-, o las consecuencias más inmediatas de aquella ley, que ha comportado que también en ese río –y en otros muchos que surcan el país- puedan hallarse los restos de fetos y bebés recién nacidos, víctimas de los abortos y asesinatos masivos perpetrados por los agentes de la planificación familiar o, incluso, por sus propios padres, temerosos a las multas impuestas por el gobierno ante la llegada de un segundo hijo o, simplemente, insatisfechos por el nacimiento de una hija que, a diferencia de un varón, nunca podrá perpetuar, según la tradición china, el linaje de su progenitor.
Imbricando esa tradición a su trama principal, Jian también denuncia las duras condiciones a las que deben hacer frente las mujeres en su país, especialmente las campesinas, sometidas no sólo por el estado, sino por esposos esclavos de un sistema patriarcal que condena a miles de niñas a la muerte, cuando no a una vida sin derechos al no poder ser inscritas en registro alguno, hecho éste que se ve agravado por la política de nula movilidad territorial, que ha convertido en ilegales, en su propio país, a miles de personas.
Más allá de su durísima crítica, El camino oscuro resulta una obra de imprescindible lectura por la increíble capacidad de Jian para sorprender al lector de manera constante y sin hacer uso de recursos efectistas, por su prosa austera, precisa y sin artificios, su extraordinaria construcción de personajes y, finalmente, por la presencia de dos recursos literarios que sorprenden, como, muy hacia el final de la narración, el uso de una suerte de realismo mágico –que si bien no enmascara la dureza de la historia, sí la tiñe con una suave pátina de fantasía- o la inclusión en todos los capítulos de un encabezamiento con, cual manual, una serie de palabras claves que, lejos de aleccionar, impelen al lector a más de una sosegada reflexión.
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