5 de junio de 2012

Universo Lacombe


Autor: Benjamin Lacombe
Obra: Blancanieves

Son muchos los adjetivos que acuden a la mente cuando se observa por primera vez la obra de Benjamin Lacombe, el ilustrador francés que publicara su primera tira cómica con sólo 19 años y es hoy un auténtico icono cultural en su país de origen.

La fama de este alumno aventajado de la prestigiosa ENSAD – la Escuela Nacional Superior de Artes Decorativas de París – trascendió fronteras hace unos años cuando su trabajo de fin de carrera, Cérise Griotte, le reportó reconocimiento internacional y atrajo la atención de la influyente revista Time, que lo calificó como uno de los mejores libros para niños editados en 2007 en Estados Unidos.

Desde entonces la carrera de Lacombe ha sido meteórica. La edición de sus libros corre a cargo de las más selectas editoriales y su obra se expone no sólo en bibliotecas, sino en prestigiosas galerías de arte de capitales tan importantes como Nueva York, París, Roma o Tokio, amén de haber creado, pese a su juventud, toda una escuela que se ha convertido en fuente de inspiración de diversos artistas.

No es por ello extraño que la obra de este creador - ese particular universo fantasioso, gótico, sombrío, oscuro, elegante y hasta con un toque que bordea peligrosamente la más acaramelada cursilería – sea también conocida por estos lares y sus libros llenen los estantes de no pocas librerías y grandes superficies comerciales.

De hecho, ese personal mundo de Lacombe no sólo ha conseguido encandilar a los lectores más jóvenes, sino que está alcanzando, con sus obras adaptadas de clásicos de la literatura universal y títulos propios – la mayoría escritos por Sébastien Perez-, la nada fácil proeza de captar la atención de un público mucho más adulto y en principio poco inclinado hacia la novela gráfica.

Los máximos artífices de este éxito son, sin duda, los característicos personajes de Lacombe, esas figuras de grandes ojos de melancólica mirada que retrotraen al lector, en cierta manera, a la novela romántica del siglo XIX y en cuyos rasgos netamente burtonianos se aprecia también la influencia de otros cineastas como Tod Browning o Fritz Lang e incluso de diversos estilos pictóricos - la pintura flamenca o la prerrafaelita.

Por otra parte, y aunque el estilo de Lacombe reposa en la técnica más clásica y variada- desde el gouache hasta el grafiti pasando por el óleo – sus obras disponen de cuidadas versiones digitales concebidas para ser leídas de una forma diferente y mucho más interactiva. Ejemplo de ello sería El Herbario de las Hadas, cuya utilización vía iPad se muestra en la propia página de Lacombe, una exquisita web que tiene como música de acompañamiento una partitura que recuerda poderosamente al Danny Elfmann más burtoniano.


Finalmente, cabría destacar que esas interesantes versiones digitales no pueden hacer olvidar las cuidadísimas ediciones en papel, auténticas piezas de arte en sí mismas que cuestionan a las más categóricas voces que auguran un próximo final del libro en su formato más tradicional; un formato que muchos lectores – entre los que se incluye quien suscribe estas líneas – se resisten a abandonar.


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