Hace un año, a través de Cuadernos rusos, una singular novela gráfica que trasladaba al lector al infierno checheno del pasado siglo y parte del presente, descubríamos al historietista e ilustrador Igort.
De ascendencia rusa y nacionalidad italiana, Igort ha pasado gran parte de los últimos años documentándose sobre el pasado y presente de algunos de los territorios que, en su día, formaron parte de la extinta Unión Soviética. Cuadernos ucranianos, obra que precede a Cuadernos rusos, es fruto de esa labor de investigación y ofrece al lector un interesante recorrido por un país que, si bien relativamente cercano geográficamente por estas latitudes, era, hasta la crisis acaecida hace unos años –que abocó a sus habitantes a un guerra civil hoy ya olvidada-, una nación prácticamente desconocida para sus vecinos de la Europa más occidental.
Independiente desde 1991, Ucrania, en su condición de república socialista, formó parte durante casi siete décadas de la antigua Unión Soviética, bajo cuyo yugo hubo de afrontar los peores episodios de su historia, la ocupación nazi, el olvidado desastre de Chernóbil y, sobre todo, las terribles hambrunas que, provocadas por deseo expreso de Josef Stalin, dieron lugar a uno de los peores genocidios de la historia.
En pos del reconocimiento de esa catástrofe, Igort ha centrado buena parte de su narración en aquellos hechos, recogiendo diversos testimonios reales durante su larga estancia en la antigua república soviética e incluyendo fragmentos de documentos oficiales y explicaciones varias, lo que, unido a la fuerza visual de sus vívidas viñetas, confiere a su obra un tono documental y periodístico.
Entre los relatos que Igort incluye en Cuadernos ucranianos destaca el desgarrador testimonio de Serafina Andréyena, una octogenaria que fallecería poco después de su encuentro con el dibujante italiano y que vivió en primera persona el más terrible episodio histórico de Ucrania, Holodomor, la peor de la varias hambrunas padecidas por sus habitantes durante el pasado siglo, consecuencia del proceso de colectivización dictado desde Moscú y que en un cortísimo período de tiempo, 1932 y 1933, se cobró la vida de más de cinco millones de seres humanos, condenando a los supervivientes a espantosos sufrimientos, al canibalismo y a toda suerte de bajezas humanas.
Víctimas del Holodomor en la ciudad de Járkov. Fuente: Wikipedia |
Igort, sin embargo, no sólo se detiene en el horror de aquel genocidio, sino que centra su atención en otros momentos especialmente dolorosos para el pueblo ucraniano, como la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial, la extrema pobreza padecida por su población durante buena parte del siglo pasado, las durísimas condiciones laborales impuestas en la presente centuria, el abandono de las tierras de cultivo que en su día hicieron que Ucrania fuera bautizada como el granero de Europa o la falta de expectativas de una juventud prematuramente desengañada.
Rigurosamente documentada, con información precisa y no abrumadora en profusión de datos, Cuadernos ucranianos resulta ser, en definitiva, una obra excepcional tanto desde el punto de vista histórico como artístico. De hecho, sus cuidadas viñetas, de tonos apagados, cuando no en blanco y negro, sus grandes dibujos, que pueden ocupar toda una página, su excelente sentido de la composición y algunas de sus escenas netamente picassianas –es imposible no evocar el Guernica en más de un pasaje de la obra-, muestran, una vez más, el excelso savoir faire de Igort como dibujante y narrador, amén de constatar nuevamente su compromiso para con las víctimas de aquellos regímenes cuyo color político parece haber propiciado el olvido, por buena parte de la opinión pública occidental, de las atrocidades cometidas en un pasado todavía demasiado reciente.
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