Detenida por la gendarmería francesa un 13 de julio de 1942, la escritora ucraniana Irène Némirovsky fallecería apenas un mes después, el 17 de agosto de aquel mismo año, en el temido campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. Su único delito para ser condenada a tan trágico destino no fue otro que el ser judía, aunque Némirovsky se había convertido al catolicismo pocos años antes, quizá temiendo que la misma sinrazón que expulsara a su familia de Ucrania podría extender sus tentáculos a su país de acogida, Francia.
El asesinato, también en el mismo campo del horror, de su esposo, Michel Epstein –quien, en su desesperación por salvarla no dudaría en señalar a las autoridades algunos pasajes anticomunistas y antisemitas de la obra de Némirovsky- condenó a las hijas del matrimonio a una huida constante, de refugio en refugio, y aderezada con mil y una vivencias amargas, entre las que destaca el rechazo de la abuela materna, cuya complicada relación con la escritora ucraniana dejaría una fuerte impronta en su obra literaria.
Durante todo aquel largo viaje, Denise y Elisabeth Epstein cargaron las pocas pertenencias que quedaron de sus progenitores, entre ellas una maleta en cuyo interior se hallaba un manuscrito escrito por Némirovsky que no sería publicado hasta muchos años después, en 2004, convirtiéndose, de inmediato, en un éxito de ventas y en objeto de las más elogiosas reseñas por parte de la crítica especializada.
En aquel éxito contribuyó no solamente el excelso buen hacer de Némirovsky como narradora –su exquisita pluma se ha llegado a considerar, de hecho, a la misma altura que los grandes clásicos de la literatura rusa-, sino a su indiscutible valor histórico, al relatar con todo lujo de detalles la ocupación francesa en el momento en el que aquélla se estaba llevando a cabo.
Por todo ello, su tardía adaptación cinematográfica, de corte netamente clásico, como anticipa su tráiler de presentación, y con un reparto, en casi su totalidad, anglosajón, bien podría hacer recelar a más de un seguidor de la malograda escritora ucraniana.
Coproducida entre Reino Unido, Francia y Bélgica y dirigida por Saul Dibb, Suite francesa cuenta, de hecho, con ese sello inconfundible de las cuidadas series británicas, a saber, excelente ambientación, rigor histórico y un reparto de actores absolutamente acertados encarnando sus respectivos papeles.
Sin embargo, Suite francesa, aun contando con esa facturación puramente academicista, contiene otros ingredientes que justifican su visionado en las salas de cine. Entre aquéllos cabría destacar su excelente fotografía y banda sonora, la acertada decisión de Dibb por huir del dramatismo desaforado y optar por una intensa sobriedad narrativa –un ejercicio en absoluto fácil dado los hechos descritos-, la presencia de dos actrices titánicas –Michelle Williams y Kristin Scott Thomas-, y el fabuloso encaje entre los dramas personales y el momento histórico, haciéndose hincapié, además y sin el más mínimo viso partidista o aleccionador, de un hecho incontestable, la guerra no sólo saca lo peor y lo mejor del ser humano, sino, como ya apuntara el gran Erich Maria Remarque en su inmortal Sin novedad en el frente, divide a sus oponentes más por el lugar geográfico en el que el destino los ha situado que por ideologías enfrentadas.
A Suite francesa tan sólo podría reprochársele, de hecho, que en algunos momentos de su metraje se bordee el más puro cliché –las escenas de las bacanales del ejército vencedor o la caracterización un tanto maniquea de algún personaje secundario-, su previsibilidad narrativa y su ya aludido marcado clasicismo cinematográfico, si bien algunas escenas, como la llegada de los alemanes mientras los parroquianos se hallan en misa, resultan exquisitos bocados cinéfilos.
Film, en definitiva, de más que recomendable visionado, Suite francesa cuenta, además, con un excelente broche final, que, por supuesto, no revelaremos.
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