Incontables son las novelas y films que, desde que finalizara la Segunda Guerra Mundial, han tratado de plasmar en palabras e imágenes la barbarie del nazismo. La vencida Alemania de la postguerra, con todo su sufrimiento humano y sus heridas abiertas, no ha despertado, sin embargo, el mismo interés.
Tan ominoso olvido parece hallarse en vías de ser subsanado con el estreno y publicación reciente de un buen número de films y libros ambientados en aquella Alemania destruida, sumida en los escombros, divididas sus principales ciudades por secciones establecidas por los ejércitos aliados y con una población hundida en la más absoluta ruina económica y moral.
Uno de los últimos cineastas en sumarse a esa suerte de corriente revisionista ha sido el director alemán Christian Petzold –muy aplaudido, por cierto, por su interior film, Barbara, ambientado en la extinta RDA- quien, para su último trabajo, Phoenix, ha partido de una novela de Hubert Monteilhet, Regreso a las cenizas, una obra que recrea la dividida y aparentemente desmemoriada Berlín de los años inmediatamente posteriores a la contienda bélica.
Film de factura clásica e impecable, Phoenix narra la historia de Nelly, una cantante judía que, tras haber sobrevivido al horror del campo de concentración de Auschwitz, deberá someterse a una dolorosa operación para recomponer su destrozado rostro e intentar, cual ave fénix, resurgir de sus cenizas, aunque en el proceso deba lidiar con la terrible sospecha de que su marido, un pianista que ahora trabaja en un decadente antro llamado Phoenix, fue la persona que la delató y la condujo al infierno de la tortura nazi.
Entre los muchos aciertos que hacen de Phoenix un film de más que recomendable visionado destaca, sin duda, su contenido e intenso dramatismo y su ritmo pausado y sostenido a lo largo de todo el metraje. A ello habría que añadir que, con un planteamiento y un desarrollo manifiestamente ambiguo en algunos puntos, el último film de Petzold invita a no pocas reflexiones y se presta a más de una lectura, siendo especialmente interesante la que pueda derivarse del hecho de que la relación del matrimonio protagonista, compuesto por una judía y un cristiano, alemanes ambos, pueda ser extrapolable a la situación vivida durante la pesadilla del nazismo, que acabaría enfrentando a ciudadanos que, hasta entonces, habían convivido pacíficamente, a pesar del arraigado antisemitismo del que han dado muestra, en mayor o menor medida, la casi totalidad de las naciones europeas.
Phoenix cuenta, además, con una muy lograda ambientación histórica, secundada por una notable fotografía y una interesante banda sonora, y un gran reparto, en el que brilla una absolutamente soberbia Nina Hoss con su interpretación de un personaje con claros ecos cinéfilos –Vértigo y My Fair Lady son dos de los clásicos de los que bebe Phoenix, aunque su desarrollo argumental poco tenga que ver con aquellos largometrajes.
A pesar de todo lo que antecede, Phoenix queda un tanto opacada por la inverosimilitud que envuelve su punto de partida argumental. Un planteamiento que, por sus características y posterior desarrollo, hubiera sido mucho más interesante de haberse adaptado al teatro, especialmente porque el formato cinematográfico, con sus primeros planos y la presencia del inevitable narrador omnisciente –cuente el largometraje con voz en off o no-, resta credibilidad a una historia articulada en torno a un hecho poco creíble, pero que sirve para desarrollar un argumento de un enorme calado psicológico, social e histórico y en el que no se requiere la presencia de muchos protagonistas ni tampoco de numerosas localizaciones. En cualquier caso, Phoenix, con sus incuestionables aciertos, resulta un film que difícilmente desagradará a los amantes de la historia europea reciente.
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