Autor: Un Mundo Cultural |
Su génesis cabe hallarla en el siglo X y en un antiguo emplazamiento de época romana situado en los límites de la ciudad. Su transformación en el monumental conjunto arquitectónico que hoy conocemos se produjo de una manera paulatina y espaciada en el tiempo, como muestra su perfecta mezcla de estilos, testimonios, por otra parte, del azaroso devenir histórico de la ciudad y de su extraordinaria riqueza cultural y artística.
El Real Alcázar resulta, por tanto, una visita obligada para todos los amantes de la cultura, el arte y, especialmente, la historia, pues su construcción se vincula a un espacio y a un período histórico tan interesante como el Califato de Córdoba, un estado musulmán andalusí de breve pero intensa trayectoria cuyo precursor, el Califa Abderramán III, fue quien, allá por 913-914, ordenó la erección de un nuevo recinto amurallado para ser utilizado por su gobierno en la ciudad de Sevilla.
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A aquella primigenia construcción se irían añadiendo, con el paso de los años, diversos palacios y edificaciones –como la Casa de la Contratación, erigida durante el período almohade-, lo que acabaría convirtiendo al conjunto arquitectónico en el centro de la vida oficial y cultural de la ciudad.
Sin borrar su pasado islámico, la conquista cristiana habría de conferir a la obra del desaparecido califa un nuevo aspecto que evolucionaría con el paso de los años hasta convertir al Real Alcázar en un espacio tan bello como único, al imperar un logrado e inusual sincretismo de estilos.
Entre los monumentos erigidos tras la Reconquista destacan dos palacios, el Palacio Gótico, construido a instancias del rey Alfonso X el Sabio, y el Palacio de Pedro I, edificado durante el mandato de aquel monarca –apelado como Cruel por sus muchos detractores- y cuyas estancias, decoradas con numerosos azulejos, resultan de una belleza absolutamente abrumadora.
A esos dos emblemáticos edificios habrían de añadirse los elementos renacentistas incorporados durante el siglo XV, los espectaculares artesonados de estética todavía mudéjar construidos en el siglo XVI, la importante presencia de ingredientes barrocos en el XVIII o la posterior introducción de tapices, pinturas, muebles o lámparas de cristal facturados durante el siglo XIX.
Mención aparte merecen los jardines, fuentes, estanques o parterres que circundan las edificaciones que forman parte del conjunto arquitectónico y que sumergen al visitante en un ambiente irreal, de ensueño, transportándolo a una suerte de paraíso terrenal que, dado el aspecto externo del complejo, puede resultar toda una sorpresa, pues el Alcázar Real, como La Alhambra y otras muchas edificaciones fortificadas, resulta tan austero por fuera como suntuoso por dentro.
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Por todo lo que antecede, no resulta en absoluto extraño que más de un cineasta haya intentado –y siga intentando- captar ese ambiente mágico que invita a perderse una y otra vez y que, difícilmente, puede ser disfrutado sin la mediación de buena parte de los cinco sentidos.
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