A pesar de haber transcurrido más de una década desde que su esposo la abandonara, de improviso y sin mediar ningún tipo de explicación, Kei sigue sumida en el dolor de la pérdida y sin haber podido desprenderse del recuerdo del padre de su única hija. El hallazgo fortuito de un diario, que aquél guardaba con un cierto celo, cambiará por completo su vida, conduciéndola a Manazuru, una pequeña localidad costera no demasiado distante de su lugar de residencia, Tokio.
Una vez allí, Kei sentirá más cerca que nunca la presencia de unos seres de cuya existencia siempre ha dudado, por lo que le resultará sumamente difícil distinguir si sus recuerdos son reales o, por el contrario, están fuertemente impregnados por su propia imaginación o, incluso, locura.
Semejante planteamiento argumental bien pudiera despertar los recelos de más de un lector. De hecho, la última obra de Hiromi Kawakami parece reunir, a simple vista, elementos de la más tradicional novela policíaca y de la narrativa de terror facturada en el siglo XX. Manazuru. Una historia de amor se constituye, no obstante, como un emotivo, casi poético, viaje interior que, muy sabiamente sazonado con los elementos justos de misterio y fantasía, atrapa al lector desde la primera hasta la última de sus páginas.
En ese logro también pesa sobremanera el uso de una prosa depurada que, desprovista por completo de ampulosidades, se articula con un ritmo relajado, sostenido y absolutamente envolvente, lo que convierte esta obra en una exquisitez apta para ser degustada por los paladares más exigentes.
A todo ello habría que añadir la maestría de la autora nipona a la hora de describir, a través de múltiples detalles y matices, vívidos escenarios y unos personajes sumamente complejos y hermanados por su profunda soledad, a pesar de que algunos de ellos no sean más que una presencia sólo visible para la principal protagonista de la historia.
El retrato de esos últimos personajes, los espíritus, resulta, además, especialmente interesante, pues poco tienen que ver, sin embargo, con aquellos fantasmas popularizados por la literatura decimonónica que el Séptimo Arte, especialmente en las últimas décadas, ha rescatado y redimensionado, con mayor o menor fortuna, en filmes concebidos casi en exclusiva para causar terror entre los espectadores, amén de hacer caja.
Por otra parte, y a pesar de su remota semblanza con el que quizá sea el mayor distintivo del realismo mágico –el costumbrismo que rodea las relaciones entre vivos y muertos-, la creación de ese universo paralelo en la presente obra parece responder al exclusivo deseo de envolver la trama en un halo onírico y mágico y difuminar así los límites entre realidad y ficción, impeliendo al lector a más de una sosegada reflexión, cuando no a una atenta y gozosa relectura.
Cabría señalar finalmente que, al contrario de otras novelas llegadas desde el país del Sol Naciente, Manazuru. Una historia de amor no resulta en absoluto hermética ni tampoco deja ese poso de extrañeza provocado por las obras de otros autores nipones ya consagrados –nos remitimos, por ejemplo, a la trilogía de 1Q84 firmada por Murakami-, sino que, al versar sobre temas tan atemporales como universales –la soledad, la imposibilidad de sobreponerse a la pérdida de un ser querido o el sentimiento de culpa-, trasciende fronteras y cuenta con los requisitos suficientes como para soportar bien el paso del tiempo.
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