Precedido por uno de los tráileres más originales facturados en años, el reciente estreno de El Gran Hotel Budapest había generado no poca expectación por estos lares, especialmente entre aquellos cinéfilos que, desde hace años, siguen con celo la carrera de un director tan poco convencional como el estadounidense Wes Anderson.
Lejos de defraudar a los que tan largamente han esperado poder visionarla, El Gran Hotel Budapest se ha revelado como una obra cinematográfica excepcional en la que los desaciertos, de haberlos, se diluyen por completo ante el abrumador peso de unos ingredientes excelsos, sabiamente combinados y en sus justas dosis.
Ambientado en Ruritania –estado ficticio surgido de la mente del escritor y dramaturgo británico Anthony Hope y posteriormente empleado por creadores varios-, el último film de Anderson relata la historia de un dedicado conserje de hotel al que una herencia –un cuadro de incalculable valor- le llevará a prisión tras haber sido acusado del asesinato de su benefactora.
A pesar de que semejante argumento bien pudiera suscitar más de un recelo entre los cinéfilos que no conozcan el trabajo de Anderson, la impactante fuerza visual del film, constatable desde el mismo inicio del metraje, despeja cualquier duda para, a continuación, sumergir al espectador en una historia envolvente, articulada con un ritmo trepidante y sostenido y sazonada con algunos elementos de la era del cine silente, como la caricaturesca caracterización de los personajes y, especialmente, un tono hiperbólico y guiñolesco que, aun distorsionando hechos históricos y recurriendo a escenarios ficticios, remite, en un desarrollo temporal que alcanza varias décadas, al plurilingüe y multicultural Imperio Austrohúngaro, al convulso período de entreguerras o al advenimiento nazi.
Esa excelente puesta en escena se ve secundada, además, por una magnífica fotografía y un notable uso de los colores, luminosos pasteles para la década de los treinta, apagados y con un toque sepia en los años sesenta, y blanco y negro, en un momento breve y crucial en el desarrollo de la historia, para anticipar el horror al que se vería abocado nuevamente el continente europeo tras una época de paz de poco más de dos décadas.
A todo ello habría que añadir un reparto absolutamente estelar -en el que, por la enjundia de sus personajes, destacan especialmente Ralph Fiennes y Tony Revolori- y un importantísimo peso de la banda sonora, sublime en algunos momentos clave, como en la escena del convento –cuando las notas musicales se funden con los cánticos del coro- o la de la huída de la prisión –en la que el sonido de los martillos queda por completo integrado en la música.
No obstante, y a pesar de todo lo que antecede, es en la propia esencia del film donde se halla su mayor atractivo. No en vano, El Gran Hotel Budapest se basa, muy libremente, en algunos textos del gran Stefan Zweig, autor de El Mundo de Ayer. Memorias de un europeo, obra clave y fundamental para entender el período de entreguerras europeo y cuyo espíritu sabe captar a la perfección el tejano Wes Anderson, especialmente en la conversación que pone punto final al film y que alude a esa nostalgia por una Europa que dejó de existir en 1919, año en el que se produjo el desmembramiento del estado que para el autor vienés mejor simbolizaba el espíritu europeo, el Imperio Austrohúngaro.
El Gran Hotel Budapest es, en definitiva, un film imprescindible para cinéfilos y amantes de la historia y que, como toda obra cinematográfica, hay que visionar hasta el final, especialmente porque el pase de los títulos de crédito depara una pequeña sorpresa.
Tuve la oportunidad de ver la película de Wes Anderson hace pocas semanas. Coincido plenamente con vuestra valoración, pero me gustaría añadir que no es una película de este autor al uso, da la sensación de que Anderson, apoyándose en Zweig ha centrado mucho más el argumento, dando lugar a una sátira deliciosa.
ResponderEliminarMuchas gracias por la crítica. Un saludo y que tengáis una buena tarde.
Manuel, muchísimas gracias por tu comentario. A nosotras, lo que más nos ha sorprendido del film es el conocimiento que Anderson -tejano de nacimiento- tiene de ese periodo histórico y lo bien que capta el mundo descrito por Zweig, lo que convierte este trabajo en algo único, incluso en la filmografía de un cineasta tan particular y al que, sin duda, hay que seguir de cerca.
EliminarDe nuevo, mil gracias por tu aportación :-)