28 de mayo de 2013

Visitando el museo desde el sofá de casa



Parecía imposible hace unos años que un museo pudiera tener un perfil –o más de uno- en las redes sociales. En el último lustro, sin embargo, la actitud un tanto elitista, altiva incluso, que algunos responsables museísticos tenían con respecto a un público anónimo, parece haber quedado arrinconada y ya son muchos los centros expositivos que interactúan con unos usuarios que no sólo tienen nombre, apellidos y rostro, sino capacidad de opinar e intercambiar ideas. Hablamos, claro está, de los prosumidores, un rol que, inmigrantes o nativos digitales, desempeñamos en mayor o menor medida.

La voluntad de los museos por estar presentes en la Web 2.0 está, además, intrínsecamente ligada al deseo de aprovechar las infinitas posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías – desde el desarrollo de apps exclusivas y programas de realidad aumentada hasta las novísimas impresoras 3D, pasando por las más modernas pantallas LED.

De la combinación de esa apuesta fuerte por estar al día en cuanto aplicaciones tecnológicas y la voluntad de valorar las opiniones de los usuarios, vía redes sociales, surgió hace un tiempo la idea del museo virtual, un espacio interactivo donde aquellos usuarios que no pudieran desplazarse –ya fuera por distancia, falta de tiempo y/o dinero- pudieran disfrutar de parte de la colección albergada en el espacio físico del centro expositivo.

Así, y más allá del universo SecondLife –en el que ya han hecho incursión algunos museos-, muchas líneas museísticas abogan por acercar el centro expositivo, vía internet, al usuario. No obstante, y como nos hallamos aún en plena efervescencia tecnológica, no existe un modelo único en el diseño de visitas museísticas virtuales, por lo que citaremos tres ejemplos diferentes pero con un mismo objetivo, hacer posible que el usuario acceda -cómodamente sentado en el sofá de su casa- al fondo y colecciones de su/s museo/s favorito/s.

El primer ejemplo sería el de el Museo del Prado, que cuenta con una visita online que permite a los usuarios de su web navegar por parte de sus obras, de las que facilita profusa información, además de su ubicación exacta en sala para que, de decidirse a acceder al museo, el futuro visitante sepa exactamente dónde ir para admirar su pieza preferida. Sin embargo, y aunque los enlaces facilitados por el museo madrileño son sumamente instructivos y atractivos, se echa en falta que no se haya apostado por un diseño mucho más inmersivo que permita al usuario sentirse, verdaderamente, como un visitante real.



Mucho más virtual, aunque con un fondo notablemente más pobre, resulta el recorrido online diseñado por el Hertford Museum -un museo británico especializado en historia local-, que permite al usuario, mediante el uso de la realidad aumentada, no sólo conocer en detalle todas las salas del espacio expositivo, sino poder acceder, con un click de ratón, a la información relativa de parte de los objetos que allí se exhiben.


Finalmente, cabría destacar un museo netamente virtual, el Leonardo Da Vinci, obra de E-Simple, un estudio italiano que, volcado en la innovación tecnológica y la experimentación en 3D, exhibe este experimento como su mejor carta de presentación; un experimento que si bien puede resultar un tanto pobre en contenido, permite vislumbrar posibilidades infinitas.

Es muy probable que los centros expositivos del futuro reúnan las mejores virtudes de estos tres modelos de museos en línea, aunque con una mayor perfección técnica y con una, también, mayor apuesta por la realidad aumentada. Si todo ello desvirtúa el papel del museo en cuanto a espacio físico en el que cultura y educación se dan la mano, es algo que, por ahora, resulta impredecible, aunque da pie a un muy estimulante debate.


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