30 de mayo de 2017

Tú no eres como otras madres



Afirmaba el gran Stefan Zweig que el nacimiento de sus padres en el seno de una comunidad judía se debía a un mero accidente. El gran escritor, europeísta convencido y una de las voces más poderosas en lengua germana del pasado siglo ―no sólo por su prosa cultivada, exquisita, sino por el enorme calado de sus escritos, tan necesarios, por cierto, hoy día―, siempre se consideraría, de hecho, deudor y admirador de la cultura que le había brindado su amada lengua materna. Como él, otros pensadores, artistas o escritores, ciudadanos de la vasta, vieja y plural Europa, se desvincularon de sus orígenes judíos y abrazaron como propios ―pues, efectivamente, lo fueron― la cultura y el idioma de los países en los que habían nacido y por los que llegaron a arriesgar, incluso, en algunos casos, sus propias vidas durante el estallido de la Primera Guerra Mundial. Entre esas voces destaca también la del filólogo, escritor y periodista Viktor Klemperer, cuyos diarios, publicados hace ya una década y ambientados durante la pesadilla del nazismo, desde su advenimiento hasta su estrepitoso derrumbe, deberían ser de lectura obligada para jóvenes y mayores.

Else Schrobsdorff, nacida en el seno de una familia de clase media judía, tampoco se sintió en su juventud especialmente ligada a la cultura y religión de sus ancestros y, más por aventura que por convicción, abrazó decididamente el cristianismo, lo que la llevaría a huir de un destino previsible y decidido por otros y a sumergirse de lleno en aquellos llamados felices años 20 del pasado siglo, más inconscientes que felices, a tenor de lo que habría de suceder después, la tragedia de la Segunda Guerra Mundial.

Figura anónima hasta ahora, Else fue rescatada de las brumas del olvido por la pluma de su hija, Angelika Schrobsdorff, actriz y escritora alemana fallecida el pasado año. Su relato dedicado a su progenitora, Tú no eres como otras madres, fue escrito cuando Else llevaba ya más de dos décadas enterrada y su hija había podido alejarse lo suficiente de su alocada y trágica juventud como para aproximarse a la madre que amó intensamente, pero con la disputó hasta el fin de sus días.

Convertida en todo un fenómeno editorial en Alemania, Tú no eres como otras madres también ha ido cosechando un gran éxito allá por donde se ha editado, granjeándose tanto el favor de la crítica como el del público. Sin embargo, esta singular obra, a medio camino entre biografía y novela, fue escrita hace ahora 25 años, cuando su autora contaba con más de sesenta años y la mayor parte de los protagonistas de su historia ya habían fallecido.

Tú no eres como otras madres resulta una obra excepcional por muchos motivos, empezando por el retrato de su principal protagonista, una mujer adelantada a su tiempo, fascinante y contradictoria, que asistiría impotente al derrumbamiento de su mundo. Para acercarse a ella, su hija recurrió al empleo de la primera y tercera persona y a la inclusión de numerosa correspondencia, escrita o recibida por Else a lo largo de su intensa vida. Todo ello le permitió a Schrobsdorff retratar desde una cierta distancia tanto a su madre como a ella misma, su yo adolescente, al que no escatima críticas, muchas de ellas extremadamente duras. Y aun así, a pesar de ese cierto distanciamiento voluntario ―huyendo así de un manido tono folletinesco, al que podría haber dado pie una historia tan trágica como la de su madre―, Angelika Schrobsdorff consigue un relato conmovedor, que no sólo da parte de la vida de Else y de sus seres más allegados, sino de la de cientos de seres humanos anónimos que vieron truncarse sus vidas por el odio y el fanatismo, lo que convierte a esta obra en un poderoso testimonio histórico de uno de los capítulos más atroces de la historia de la humanidad.

Sin embargo, Tú no eres como otras madres va mucho más allá del relato biográfico e histórico, pues, de hecho, es, cual un ensayo que bien pudiera haber surgido de la pluma de Stefan Zweig, una profunda reflexión sobre la propia existencia humana, con sus momentos más deslumbrantes y más sórdidos, y, sobre todo, un planteamiento sin respuesta sobre una cuestión que resulta inquietante, el papel de la cultura en toda su amplitud, capaz de sustraer al individuo de sus tendencias más viles, pero que, en realidad, no pudo salvar al que entonces era uno de los pueblos más cultos de la faz de la tierra, un país cuyos intelectuales reaccionaron tarde, o no lo hicieron, ante una barbarie que, alimentada por el más ignominioso fanatismo, nutrido y avivado, a su vez, por el nacionalismo más exacerbado, llevaría a la ruina moral al Viejo Continente.




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