31 de enero de 2017

Frantz




En 1929 el escritor alemán Erich Maria Remarque publicaba la que, sin duda, sería su más famosa obra, Sin novedad en el frente, una novela que, por su calidad literaria y, especialmente, su contenido antibelicista y, como su autor apuntara, apolítico, debería ser lectura obligatoria para los estudiantes que recién estrenan la pubertad, momento cuando tan fácil es dejarse influenciar por la sonoridad de discursos grandilocuentes en su puesta en escena, vacuos en contenido e, incluso, en la mayoría de las ocasiones, peligrosos en su mensaje, al abrazar un nacionalismo exacerbado e incitar al odio a todo aquél que se considere extraño, inmigrante o ajeno a la cultura que, muy erróneamente, se cree defender. 

Lamarque, sin embargo, no fue el único artista que, durante el período de entreguerras, produjo obras de corte pacifista. El teatro y, sobre todo, el cine fueron campos fecundos en obras que, por la atemporalidad de su mensaje, no han envejecido ni un ápice y, en muchos casos y salvando distancias, casi se podrían haber producido en este siglo XXI que ya se adivina convulso.

Entre los muchos films que se estrenaran en el período de entreguerras destaca el único melodrama sonoro dirigido por el cineasta alemán Ernst Lubitsch, Remordimiento (1932), un largometraje basado en una pieza teatral de Maurice Rostand, L’homme que j’ai tué (El hombre que maté, en su traducción al castellano).

Más de ocho décadas después, el cineasta galo François Ozon ha partido de aquella historia para facturar la que muchos críticos consideran ya su mejor película, Frantz, un exquisito largometraje que se hizo con el premio Marcello Mastroianni a la mejor actriz revelación (Paula Beer) en la 73ª edición del Festival de Venecia.


Ambientado en el período de entreguerras, en los años inmediatamente posteriores a la finalización de la Primera Guerra Mundial, Frantz narra la historia de una joven alemana que, en pleno duelo por la muerte de su prometido, caído en combate, iniciará una compleja relación con un extranjero, un ciudadano francés, al que conocerá tras descubrirle depositando flores en la tumba de su amado.

Con un guion con algunos giros argumentales –que no alteran el mensaje que hila toda la historia– y repleto de sutilezas, que impelen a un posterior visionado, Ozon ha conseguido articular un film envolvente, que se apoya en un excepcional montaje, una bella banda sonora compuesta por Philippe Rombi, y un sabio uso del color, el blanco y negro e, incluso, la combinación de ambos, que, lejos del puro artificio del que hubieran hecho gala otros cineastas, sirve al director francés para expresar de manera sobria y contenida los diferentes estados en los que se halla inmersa su principal protagonista.

No obstante, y más allá de ese plano formal de corte clásico, con cierta pátina de melodrama añejo, Frantz destaca especialmente por su excelente reparto y, sobre todo, por un mensaje pacifista, conciliador, que no naif ni panfletario, que acaba resultando toda una loa al Viejo Continente, tan rico en sus muchas manifestaciones culturales como hermanado en unos valores, los de la reconciliación, la redención y el perdón, tan profundamente arraigados que han posibilitado, mal que les pese a algunos, sobrevivir a dos guerras mundiales y poder seguir haciendo frente a las locuras de los fanatismos políticos que, de un color u otro, han sembrado la desolación, cuando no el odio, allá donde han arraigado. Muy interesante en ese sentido resultan dos escenas cargadas de simbolismo, en las que se interpreta con pasión Das Deutschlandlied y de La Marseillaise en dos escenarios y momentos diferentes.

Los numerosos aciertos de Frantz, sin embargo, no finalizan ahí, pues Ozon no sólo logra una profunda reflexión sobre el papel de la mentira, sino que consigue, a través de la alusión constante al mundo del arte –especialmente el de la música, la pintura y la literatura–, convertir en almas gemelas a dos personajes a priori enemigos –un soldado alemán y otro francés–, ahondando así en los valores comunes europeos e imbricándolos con sus más bellas manifestaciones culturales.




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