Hace casi dos décadas, un encuentro fortuito hizo posible que el hoy aclamado historietista Emmanuel Guibert conociera, durante unas vacaciones en la Isla de Ré, a Alan Ingram Cope, un estadounidense afincado en Francia que había combatido en la Segunda Guerra Mundial.
A partir de aquel momento, entre ambos hombres se fue fraguando una estrecha y sólida amistad que, en los años venideros, propiciaría la realización de una de las más celebradas obras de Guibert, La guerra de Alan, una novela gráfica servida en tres entregas y basada en las vivencias de Cope durante su etapa como combatiente.
Pocos años después de editarse el tercer tomo de esta serie, Guibert ha vuelto a adentrarse en el pasado de su amigo para elaborar su última obra, La infancia de Alan, una suerte de precuela que le ha hecho merecedor del premio al Mejor Dibujante Extranjero, concedido por la revista Dolmen en la pasada edición de los Premios de la Crítica 2013.
Tejida a través de los recuerdos de Cope y realizada con una enorme ternura, La infancia de Alan sumerge al lector en uno de los más interesantes momentos históricos de Estados Unidos, la Gran Depresión –la profunda crisis económica desatada a raíz del Crack del 29- y el período de entreguerras.
Absolutamente lograda en planteamiento y desarrollo, La infancia de Alan resulta una obra excepcional desde su mismo inicio, con unas primeras y grandes viñetas a todo color que trasladan al lector a una enorme autopista californiana y que, a medida que se van pasando las páginas, van cambiando su tonalidad cromática -mostrando así el avance de las horas y el declinar del día- para acabar dando inicio, con total ausencia de color, a la historia que da título a esta novela gráfica.
Guibert se vale del relato en primera persona –asumiendo así el papel de Cope- y de un estricto blanco y negro para realizar su inmersión en el pasado de su protagonista; un pasado que no es mostrado de forma lineal -aunque exista un hilo narrativo-, sino que se confecciona, como lo hace la propia memoria humana, a base de fragmentos, privilegiando algunos hechos sobre otros e imbricándolos con aquellos acontecimientos y circunstancias que marcan la memoria colectiva de un determinado período histórico.
La infancia de Alan se constituye así como un magnífico aporte a la llamada microhistoria, esa tendencia historiográfica que aborda los hechos históricos desde una perspectiva por completo alejada de héroes y próceres y, por ende, centrada en vidas anónimas, como la de Alan, marcada por la pérdida de un ser muy querido, pero también, y definitivamente, por la escasez y la miseria de los años de su infancia y por su participación, aún siendo muy joven, en una contienda bélica que, aún mundial, quedaba geográficamente muy lejos de su país.
Desde el punto de vista más artístico, cabría destacar la magnífica composición de unas viñetas que, protagonizadas por unos personajes caracterizados con portentoso realismo, se ven aderezadas con la inclusión de fotografías reales y retocadas y con una gran profusión de detalles que, en algunos momentos y para recalcar hechos y recuerdos muy concretos, brillan por su ausencia, quedando sus protagonistas -solos o acompañados- sin más accesorio que un fondo blanco o negro.
La infancia de Alan es, en definitiva, una novela gráfica que difícilmente dejará indiferente a ningún lector y que, dadas las fechas que se avecinan, puede ser un muy buen regalo para cualquier aficionado al Noveno Arte.
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