Desde que hace más de una década Stieg Larson publicara su famosa trilogía, Millennium, no hay año en el que no ocupen un lugar destacado, ya sea en los escaparates de las más famosas librerías o en los estantes de las grandes superficies comerciales, numerosas novelas adscritas al género negro y firmadas por autores escandinavos, consagrados y noveles.
Obviamente, entre toda esa profusión de títulos, no siempre impera la calidad narrativa, presente, eso sí y por descontado, en algunas obras selectas, mal que le pese a más de uno de esos lectores pretenciosos que consideran que la novela negra tiene por destinatarios mentes menos cultivadas.
Ya sea por el éxito de muchas de esas novelas escandinavas, que han acabado trasladándole a la pequeña y gran pantalla e incluso han llegado a contar con remakes producidos en el Reino Unido y Estados Unidos, o por la indiscutible calidad de muchos de los títulos publicados, no pocos escritores anglosajones han incursionado o profundizado en un género que nació en la fría Gran Bretaña y que, más tarde, explotarían escritores estadounidenses como, por ejemplo, Raymond Chandler, Dashiell Hammett o Patricia Highsmith, quienes, por cierto, ambientaron sus historias, no pocas veces, en climas más cálidos, aunque en ambientes igualmente sórdidos y que algunos de los más afamados cineastas de los años dorados de Hollywood recrearían en algunas de las obras maestras del Séptimo Arte.
Tótems literarios como James Ellroy o Dennis Lehane han sabido recoger el testigo de aquellos autores e inspirar, con mayor o menor fortuna, a escritores noveles o con una producción literaria hasta ahora reducida. Entre estos últimos destacarían Gilliam Flynn –famosa por su Perdida- o Paula Hawkins –autora de uno de los más famosos best sellers de los últimos tiempos, La chica del tren.
Muy superior a este último título y tan adictiva como Perdida resulta la primera novela de Gilly MacMillan, Encuéntrame. Con una estructura narrativa muy similar a las obras citadas, que, gracias a la narración en primera persona, concede voz a diferentes protagonistas que, a priori, ofrecen versiones antagónicas, Encuéntrame incorpora en su redacción, además, correos electrónicos, transcripciones de sesiones de psicoterapia de uno de sus personajes, titulares de periódicos sensacionalistas o posts de blogs, todo ello empleando a la perfección el lenguaje utilizado en cada medio, lo que confiere a la obra un gran viso de realismo que su autora emplea para criticar sin pudor el enorme poder de los medios de comunicación y, especialmente, de las redes sociales y blogueros, capaces de encumbrar o hundir a voluntad a cualquier persona envuelta en una noticia escabrosa y/o relevante para la prensa.
No obstante, y más allá de esa crítica, que nunca se revela como absolutamente parcial, en Encuéntrame pesa mucho el misterio, gracias a una trama bien urdida, y, especialmente, la construcción de unos personajes que trascienden el arquetipo plano que tanto suele pasearse por algunas de las páginas de las obras más recientes y cacareadas del género negro. Todo ello, unido a una prosa cuidada y un ritmo sostenido, convierten la primera obra de MacMillan en un thriller psicológico envolvente, en el que apenas se ven las costuras de su construcción y al que se perdonan las pistas falsas, aunque su desenlace sea de los que dividen a los lectores por lo precipitado e inesperado de su resolución.
En cualquier caso, Encuéntrame resulta, por su formulación, en apariencia demasiado explotada, y su posterior desarrollo, un excelente debut literario que atrapa desde el primer momento, si bien los casi preceptivos cabos sueltos del género y el ya aludido final, en absoluto esperado, podrían, para más de un lector, pesar demasiado en el conjunto de la obra.
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