Fenómeno tan antiguo como la propia humanidad, la emigración ha sido motivo constante de inspiración para numerosos artistas. No obstante, y si bien las causas que provocan que un ser humano abandone su país en busca de un destino incierto cuentan, desde la pasada centuria, con un cierto componente positivo –el que impele al migrante a cambiar de residencia por su admiración hacia la cultura, lengua o gentes del lugar donde pretende instalarse-, gran parte de los emigrantes de nuestro siglo se ven forzados a abandonar su país por los mismos motivos que empujaron a los expatriados de antaño a rehacer su vida en otro lugar.
Para abordar su asombrosa y exquisita Emigrantes –una obra que se constituye como toda una loa a los seres a los que hace referencia su título- Shaun Tan, ilustrador y escritor australiano de origen chino, se volcó en un intensísimo trabajo de investigación cuya fuente de inspiración inmediata cabe hallarla en la historia de sus propios progenitores.
Enmarcada en un escenario surrealista aunque con fuertes ecos de la ciudad de Nueva York –en algunas de sus viñetas, de hecho, se distingue perfectamente la sombra del Empire State-, Emigrantes también se sitúa en un marco temporal impreciso, si bien diversos pasajes evocan a las grandes oleadas migratorias que, producidas durante las primeras décadas del pasado siglo, tuvieron como principal destino Australia y, especialmente, Estados Unidos –no resulta difícil, ciertamente, conectar la escena en la que los tripulantes de un barco son sometidos a un exhaustivo chequeo médico con las inspecciones médicas a las que hubieron de hacer frente miles de emigrantes en la Isla de Ellis antes de poder acceder a Manhattan.
No obstante, y si bien Tan teje su novela con las narraciones de varios emigrantes que se vieron obligados a abandonar su país por variados motivos –hambre, guerra, esclavitud…-, el hilo conductor de su narración es un padre de familia que, no sin dificultad, habrá de ir haciéndose, como los que le precedieron en su travesía, a las nuevas costumbres de una ciudad que le resulta, en un principio, absolutamente amenazadora e incomprensible.
Con una maestría insuperable, Tan recrea a la perfección, siguiendo los pasos de su principal y anónimo protagonista, los problemas a los que los emigrantes, los de antaño y los de ahora, han debido y deben hacer frente, como la pobreza, la añoranza, la incomprensión ante una lengua y una cultura desconocidas y, sobre todo, el peso insondable de la soledad.
El mayor acierto de Emigrantes radica, sin duda, en la plasmación de esos sentimientos en imágenes sin hacer uso, en ninguna de sus páginas –que, por cierto, tampoco cuentan con numeración-, de una sola palabra. Un recurso que se ve magnificado por la apuesta de Tan de recrear un universo totalmente surrealista que transporta al lector al mismo estado de incomprensión e incertidumbre que rodea al protagonista de la historia.
Emigrantes hace gala, además, de una exquisita composición, con cuidadas viñetas que, por su disposición secuenciada, recuerdan poderosamente a los fotogramas de una película. De hecho, si se pasan sus páginas a gran rapidez, buscando el efecto de un antiguo proyector cinematográfico, casi se podría afirmar que Tan ha facturado un film silente.
Habría que destacar, finalmente, el dibujo de trazo sumamente realista al que recurre Tan y la paleta de colores sepia con la que están trabajadas todas las viñetas, lo que, inevitablemente, evoca viejos y manoseados álbumes fotográficos, retrotrayendo al lector a tiempos pretéritos.
Por todo ello y por los muchos y acertados hallazgos que se pueden encontrar en sus páginas cada vez que se acude a ellas, Emigrantes resulta una obra de excepcional factura que ningún amante de novela gráfica debería dejar de leer o visionar.
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