24 de febrero de 2015

Leviatán. Un retrato desolador de la Rusia contemporánea



Precedida por el aplauso entusiasta y casi unánime de la crítica y por el eco suscitado por sus numerosas nominaciones en diferentes y prestigiosos certámenes cinematográficos, Leviatán llegaba por fin, hace escasas semanas, a la cartelera española.

Filmada por Andrey Zvyagintsev, un director con una corta pero más que interesante carrera cinematográfica, Leviatán relata la historia de Kolya, un humilde mecánico de coches en litigio con el alcalde del pueblo por el terreno donde reside y en el que se halla la propiedad que le legaron sus antecesores y en la que ha vivido toda su vida. Esa dura batalla legal, perdida de antemano, conducirá a Kolya a la ruina y a la más absoluta miseria moral.

El durísimo retrato que de la sociedad rusa hace Zvyagintsev –muy en sintonía, por cierto, con la descripción que de aquélla también hiciera Igort en sus Cuadernos rusos- ha suscitado no poco malestar en el gobierno de Vladimir Putin, que la ha llegado a tachar de antirusa –al incidir, según el ejecutivo ruso y altos representantes de la iglesia ortodoxa, en los estereotipos con los que Occidente tiende a identificar al país eslavo- y a prohibir, por ende, su emisión íntegra en la salas rusas, lo que no ha impedido que miles de ciudadanos, animados por el propio Zvyagintsev,  descargaran la versión íntegra que circula por internet.



A pesar de contar con un hilo argumental de tal calado dramático, Zvyagintsev, lejos de dejarse conducir por los más trillados senderos del sentimentalismo desaforado y lacrimógeno, ha conseguido hacer de Leviatán un film sobrio y contenido que, aun con el peso de la tragedia latente durante todo su metraje, no llega nunca a desembocar en un melodrama al uso, si bien su desarrollo resulta, tanto por lo que se muestra en pantalla como por lo que se omite, sumamente angustioso y perturbador.

A esa contención a la hora de mostrar el dolor de sus protagonistas –aunque no se escatimen planos en los que todos ellos, en algún u otro momento de la narración, se muestren ingiriendo grandes cantidades de alcohol, amén de sumamente violentos-, el director ruso también añade un ritmo pausado y sostenido, una excelente fotografía –capaz de captar sin efectismo la fría y arrolladora belleza del paisaje ruso próximo al mar de Barents- y, especialmente, unas más que notables interpretaciones de un plantel de actores no demasiado conocidos por estos lares.

Sin embargo, el que posiblemente sea el mayor acierto de Leviatán es su indudable y poderosa carga simbólica, presente ya en un título que evoca por igual la obra que Thomas Hobbes escribiera en 1651 –y que algunos estudiosos han calificado como una justificación del estado absoluto- y la Biblia, en la que Leviatán, asociado con Satanás, es representado como un animal marino de grandes dimensiones, posiblemente muy parecidas a las que un día tuviera la ballena cuyo esqueleto aparece en la carátula del film y que, además, está muy presente en algunos de sus más bellos pasajes.

Ambas alusiones literarias, por otra parte, parecen aunarse en una poética, dramática y bella escena, cuando, momentos antes de cometerse un suicidio que ocasionará una auténtica tragedia, una ballena se acerca hasta prácticamente la orilla del mar por la que día a día transitan los protagonistas.

Leviatán es, en definitiva, un film que bien merece el abono de la entrada del cine, aunque en algunos momentos su visionado resulte sumamente doloroso, no sólo por la angustia e impotencia de un ciudadano ante un estado presidido por la más absoluta amoralidad, sino por la inevitable comparación que más de un espectador podrá establecer con corruptelas más cercanas.



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