Larga ha sido la espera para los que, a pesar de los reparos iniciales –suscitados por el anuncio de que la primera obra en prosa de J.R.R. Tolkien iba a ser troceada en tres partes para su adaptación cinematográfica-, cayeron rendidos ante El hobbit. Un viaje inesperado, un film que no sólo captaba el tono del texto original, sino que introducía algunos de los elementos que harían de El señor de los anillos una de las obras literarias más valoradas de todos los tiempos.
El hobbit. La desolación de Smaug comparte con su predecesora muchos de sus más logrados aciertos, como un ritmo trepidante y sostenido a lo largo de todo el metraje, un reparto de lujo –con nuevas incorporaciones y las magníficas interpretaciones de Ian McKellen, Richard Armitage y, sobre todo, Martin Freeman-, una acertada banda sonora –firmada nuevamente por Howard Shore-, una excelentísima factura técnica –que regala al espectador la visión de paisajes y decorados de ensueño y la recreación de los más variados y terribles personajes surgidos de la pluma de Tolkien- y, por supuesto, grandes dosis de humor y guiños varios, como el cameo del propio Peter Jackson o la divertida alusión a Gimli por parte de Légolas, lo que, por cierto, remite al argumento de El señor de los anillos. La comunidad del anillo.
El mayor atractivo de El hobbit. La desolación de Samug reside, no obstante, en la apuesta de Jackson por vincular, aún más, el tono y la trama de esta segunda entrega de El hobbit con la obra posterior de Tolkien y, por ende, con su propia trilogía fílmica de El señor de los anillos, lo que convierte al presente film en una obra más seria y aún más épica que su predecesora.
De hecho, son los pasajes más oscuros –y no las escenas de acción que trufan casi todo el metraje- los momentos más impactantes del film. Baste citar, por ejemplo, el encuentro de Gandalf con la figura del Nigromante –a quien pone voz Benedict Cumberbatch- o el momento en el que, tras encarnizada lucha contra las enormes arañas que pueblan el Bosque Negro, Bilbo golpea hasta matar al gigantesco bicho que amenaza con hacer desaparecer bajo sus fauces el maléfico anillo bajo cuyo poder ya ha empezado a sucumbir, de forma irremisible, el tío de Frodo.
Sin embargo, El hobbit. La desolación de Smaug no está exenta de los elementos que lastraban el resultado final de su antecesora, como una cierta sensación de déjà vu y algunas licencias creativas que en esta segunda parte, y para disgusto de muchos de los incondicionales de la obra de Tolkien, se han extremado hasta el punto de haberse cambiado casi por completo algunos de los hechos más importantes descritos en el relato original, amén de la introducción de personajes inventados por Jackson y sus guionistas.
Esas licencias creativas, sin embargo, no han resultado en absoluto desacertadas en dos de las escenas más logradas del film, la huída por el río de los enanos escondidos en barriles y, sobre todo, el primer encuentro entre Bilbo y Smaug, que en la obra original se produce en la distancia y en la presente adaptación, cual un guiño a la famosa serie protagonizada por Freeman y Cumberbatch, se materializa vía careo en un intenso momento tan sólo mermado por el excesivo uso de efectos sonoros, innecesarios para una voz, la de Benedict Cumberbatch, que no requiere de ningún aderezo acústico.
En cualquier caso, El hobbit. La desolación de Smaug sigue la buena senda marcada por su predecesora el pasado año, por lo que la espera de la tercera y última entrega se antoja sumamente larga.
Y hasta aquí la reseña. Regresamos el día 31 con la última noticia del año.
¡Os deseamos una muy Feliz Navidad!
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