9 de enero de 2013

Los Miserables. Una innecesaria adaptación cinematográfica





Los Miserables, la obra más loada de Víctor Hugo y uno de los grandes referentes de la literatura universal, ha sido adaptada en innumerables ocasiones para la gran y la pequeña pantalla, aunque el musical compuesto por Alain Boublil y Claude-Michel Schönberg es, hasta la fecha y tras casi tres décadas en escena, la adaptación más conocida y aclamada del texto original firmado por el genial escritor francés.

Con esos antecedentes, la versión cinematográfica del musical Los Miserables contaba con no pocas bazas para convertirse en una obra memorable. Sin embargo, ni su sólido reparto ni el interesante guión de William Nicholson – que ha sabido combinar muy bien la obra compuesta por Boublil y Schönberg con pasajes de la propia obra de Víctor Hugo – han logrado el objetivo que, sin duda, el oscarizado Tom Hooper debió imaginar antes de embarcarse en un film tan ambicioso en pretensiones como holgado en presupuesto.

De hecho, las innegables virtudes del presente film quedan en buena parte lastradas por la dirección del propio Hooper; una dirección con un uso absolutamente abusivo de primeros planos, zooms prolongados y, sobre todo, excesivos movimientos de cámara, recordando, a ratos, los primeros films del cine Dogma, aunque sin el espíritu de aquel movimiento encabezado por Lars von Trier, lo que acaba provocando incomodo, cansancio visual y la sensación de una narración mal hilvanada.

La errática dirección de Hopper se ve redundada, además, por una puesta en escena demasiado acartonada, que recuerda más a una representación teatral que a una obra cinematográfica, lo que no deja de ser, cuando menos, curioso, pues qué sentido puede tener llevar un musical al cine para que, al final, el espectador no se sustraiga ni por un segundo de la sensación de que todo el film se ha rodado en interiores.

A la desacertada labor de Hooper hay que sumar también la desazón causada durante los primeros minutos de metraje, cuando Russell Crowe y Hugh Jackman revelan que sus voces distan sobremanera de las de los muchos intérpretes que, a lo largo de los años y en diferentes lugares, han deleitado en escena a miles de espectadores.

Por otra parte, también resulta sumamente difícil sustraerse a una cierta sensación de déjà vu cuando aparecen en escena Sascha Baron Cohen y Helena Bonhan Carter, que parecen haber rescatado, en parte, a los personajes que ya interpretaran en la ejemplar Sweeney Todd.

Sería sumamente injusto, sin embargo, incidir únicamente en los puntos negativos de Los Miserables y obviar que el film de Hooper ha contado con una magnífica banda sonora, un gran diseño de vestuario – obra, por cierto, del español Paco Delgado – y con las portentosas interpretaciones de Hugh Jackman – sí, sí, a pesar de su voz-, Eddie Redmayne – genial en su interpretación de la bella Empty chairs at empty tables-, Samantha Barks – que aquí repite el papel que ya interpretara en escena años antes - y, por supuesto, la maravillosa Anne Hathaway - que, soportando un durísimo primer plano y cantando I dreamed a dream, en directo y sin doblaje posterior, como el resto del reparto,  regala al espectador una de aquellas actuaciones con claro aroma a Oscar.


Magníficos ejemplos como el de Sweeney Todd demuestran que es posible trasladar al cine un exitoso musical sin que el intento resulte una suerte de sucedáneo teatral desprovisto de casi todos los atributos de la magia cinematográfica; no obstante, para ello debe contarse con un director con brío y clara personalidad, algo de lo que parece estar desprovisto Tom Hooper, aunque, muy probablemente, la previsible lluvia de premios Oscar propiciará que su film sea uno de los más comerciales del año que acabamos de empezar.


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