13 de noviembre de 2019

Chernobyl


Carátula de la serie

En la noche del 25 al 26 de abril de 1986 estallaba el cuarto reactor de la central nuclear de Chernóbil en Ucrania, muy cerca de la frontera con Bielorrusia. El resultado de aquella catástrofe, una de las mayores de la humanidad, sino la peor, es de sobra conocido y fue uno de los desencadenantes, en opinión del propio Mijail Gorbachov, del desmoronamiento del mundo soviético.

A pesar de la magnitud de aquella tragedia, el arte, en cualquiera de sus ramas, no le ha dedicado demasiada atención, si bien existen obras magistrales como Voces de Chernóbil, escrita por la Premio Nobel en Literatura en 2015, Svetlana Alexiévich, y publicada hace tan sólo unos pocos años en España.

Por ello sorprende que, tras el final de una de las series más vistas de toda la historia, Juego de Tronos, HBO apostara por una miniserie de tan sólo cinco capítulos centrada en la explosión del reactor y en cómo se abordó la crisis en un sistema, el soviético, que se creía fuerte y sin fisuras.

Coproducida por el Reino Unido y Estados Unidos, pues HBO ha colaborado en su producción con la cadena británica Sky Television y otros canales, Chernobyl ha logrado el aplauso prácticamente unánime del público e, incluso, el de la crítica más especializada, lo que ha conducido a que fuera una de las obras más premiadas en la pasada edición de los premios Emmy


En el éxito de Chernobyl pesa muchísimo el guion del que parte, un trabajo facturado por Craig Mazin, creador, entre otros, del de Scary Movie 3 y Resacón en Las Vegas 2 –este último título parece haber sido, por cierto, una cantera de excelentes cineastas; no se olvide que tras el éxito reciente de Joker se halla su realizador Todd Phillips, quien dirigiera las tres entregas de la saga.

Narrada sin recurrir al dramatismo desaforado y melodramático, a lo que podría haber dado pie una catástrofe que se llevó por delante la vida de miles de personas, Chernobyl huye de los golpes de efecto y abraza, de principio a fin, un tono sobrio que dota a toda la narración de un gran verismo, máxime porque se ha sido fiel al máximo a los hechos acaecidos, todos sus personajes son reales, a excepción de uno –el de Emily Watson, que compila a todos aquellos científicos que lucharon porque la verdad saliera a la luz–, y porque parte, en más de un pasaje, de la aludida obra de Svetlana Alexiévich, para la cual la autora bielorrusa se entrevistó, a lo largo de los años, con numerosísimos testimonios del desastre nuclear.

Esa voluntad por retratar los hechos de una manera lo más objetiva posible se traduce en una hiperrealista ambientación de la época– desde los planos exteriores a los interiores, pasando por el diseño de vestuario y maquillaje. La serie, además, saca a relucir el hondo oscurantismo que tiñó un régimen como el soviético, en el que la manipulación de la información y las fake news eran moneda común, toda vez que la toma de decisiones se llevaba a cabo de la forma más opaca posible y siempre con la mirada puesta en occidente. En este último aspecto resulta especialmente revelador el último episodio, en el que, de forma muy documentada y fácil de comprender para el espectador no ducho en la temática, se muestra cómo la concatenación de errores que llevó a la masacre se intentó ocultar de mil y una formas, aunque ello se tradujera en un aumento considerable de víctimas humanas.

En el plano estético la serie también resulta sublime. Sus escenas del estallido del reactor y la posterior lucha por contener la radiación no sólo resultan conmovedoras, sino que, con una paleta de colores sabiamente combinada, logran lo que parece imposible, que el apocalipsis pueda resultar, con su inconmensurable y amenazadora existencia, inquietantemente bello.

Mención aparte merece un reparto excepcional y encabezado por Jared Harris, Stellan Skarsgard y Emily Watson, absolutamente creíbles en sus personajes, especialmente Harris y Skarsgard, que interpretan a dos personajes reales. Esto último no va en menoscabo, sin embargo, de la genial interpretación prestada por Watson, que aúna en su personaje a los científicos que osaron cuestionar la versión del régimen.

Por último, cabría citar el excelente broche final de la serie, en la que aparecen los personajes reales al lado de los actores que los interpretan –lo que muestra la excelente caracterización llevada a cabo– con coros rusos de fondo. Excepcional, sin más.




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