16 de octubre de 2019

Joker


Carátula del film

En muy contadas ocasiones los certámenes de cine internacionales sorprenden tanto, a propios y a extraños, como este año lo ha hecho la última entrega del Festival Internacional de Cine de Venecia, que ha concedido su León de Oro, en un acto que algunos califican de revolucionario, a un film estadounidense de gran presupuesto, vinculado al mundo del cómic y dirigido por un cineasta, Todd Phillips, famoso hasta la fecha por su trilogía palomitera de Resacón en las Vegas.

Sin embargo, la aclamada Joker no sólo se aleja de los films de superhéroes al uso, sino que, partiendo de un personaje de sobra conocido por todos los amantes de la saga Batman, se erige como un excelentísimo ejercicio cinematográfico, que roza la maestría de una obra magna y que, además, ofrece al espectador una acerada y sibilina crítica de un mundo convulso a punto de implosionar por una profunda y creciente brecha social.

Ambientada en la década de los 80 del pasado siglo, en plena era Reagan, la acción de Joker transcurre por completo en la ciudad de Gotham, una mega urbe infernal, sucia, violenta, con nichos de pobreza en los que impera la marginalidad y en la que no es difícil reconocer la Nueva York anterior a Rudoph Giuliani.


En ese inframundo sobrevive Arthur Fleck, una suerte de moderno Frankenstein, condenado por la sociedad por una enfermedad neurológica que le impele a la risa cada vez que enfrenta un mal momento. Con un trabajo mal pagado, Fleck se encarga del cuidado de su madre enferma, con la que convive en un lúgubre y maltrecho edificio. El abuso al que le someten aquellos que no aceptan la diferencia, la interrupción de su medicación –como consecuencia de los recortes públicos– y la presión ejercida por unos medios carentes de toda ética, abocarán a Fleck a iniciar una espiral destructiva que atraerá a los más pobres y marginados de la sociedad, que lo acabarán endiosando para iniciar una lucha sin cuartel contra el establishement.

Esa novedosa redimensión de un personaje de cómic tan conocido en el imaginario colectivo se sustenta en numerosos aciertos, entre los que destacan un guion que recoge muy bien la evolución mental y física del personaje; una envolvente banda sonora y una dirección de imagen soberbia; el buen hacer de Phillips, que logra un ritmo sostenido –si bien el arranque de la acción pueda resultar un tanto lento para algún espectador– y escenas de gran belleza cinematográfica, con reminiscencias al formato operístico –especialmente en los momentos más cruciales de la evolución de Joker– y a otros filmes como Taxi Driver, por su retrato de la Nueva York de los 70, y también, con su música a ratos etérea, a obras como El resplandor y su protagonista, inmerso en el insondable camino hacia la locura, un personaje interpretado por Jack Nicholson, quien, bajo la batuta de Tim Burton, también se metiera en la piel de Joker hace ya tres décadas. Otro de los grandes pilares del film, sin el cual hubiera tenido un resultado completamente distinto, es sin duda la interpretación portentosa de un descomunal Joaquin Phoenix, quien brinda una actuación que deja, literalmente, sin palabras.

Finalmente, no puede dejar de mencionarse esa crítica sibilina, demoledora, hacia el populismo y la aseveración rotunda de que la desigualdad puede degenerar en caos. Joker, héroe prácticamente a su pesar, se mueve solo atraído por su afán de venganza, no por un anhelo de crítica social como apuntan esos medios que, sin reparo, lo han ridiculizado para ganar en audiencias. Además, es imposible no preguntarse si entre sus seguidores no podrían hallarse los que, en su vida anterior, le habrían apalizado, sin dudarlo, por el mero hecho de ser diferente.

No menos acerada es la crítica social hacia una elite, representada en la familia Wayne, ajena por completo a la pobreza y que queda retratada en una escena demoledora, cuando los poderosos de Gotham se reúnen en una sala de cine para visionar una de las obras más sociales jamás filmadas, Tiempos modernos del gran e inigualable Charles Chaplin.

Si bien Joker dista mucho de ser un film que enaltezca la violencia, sí corre el peligro que pueda malinterpretarse; al fin y al cabo, y como quiere demostrar, nada hay más fácil que encender la ira colectiva y envolverla bajo el manto de la justicia social, porque es aquí, con los interrogantes que se plantean de forma muy sutil, cuando el film de Phillips resulta más perturbador. ¿Cuántos ejemplos ofrece la historia de masas cegadas por el odio que acabaron destruyendo un sistema injusto para erigir algo mucho peor? Y, aún más pernicioso, ¿cuántos luchadores, cuyas biografías engrosan los libros de historia universal, no se movieron en realidad guiados por oscuras motivaciones que supieron ocultar con maestría, envueltos en una bandera o deviniendo adalides de alguna causa social?


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