Fuente: Wikipedia
Si bien nunca llegó a convertirse en un auténtico éxito de masas, Mad Men consiguió atraer, durante sus ocho años en antena, la atención de buena parte de la crítica especializada que, dividida, la ensalzó hasta encumbrarla o bien la tachó de anodina y lenta cuando no de pretenciosa. Sea como fuere, de lo que no cabe duda es de que Mad Men se hizo con una notable legión de adeptos y un buen número de galardones a lo largo de los años, lo que propició que una cadena tan encasillada como AMC consiguiera su propio nicho en la producción de series de autor.
Centrada en el mundo de la publicidad en la Nueva York de los años 60 del pasado siglo, Mad Men se emitió por primera vez en el verano del ya lejano 2007. Su guionista, Matthew Weiner, procedía de HBO, cadena para la que había trabajado con Los Soprano pero que, en una decisión que más de un directivo ha debido lamentar, rechazó su nuevo guion para una serie que, a priori, no ofrecía más atractivo que la nostalgia de una década destacada en la historia de Estados Unidos.
Mad Men se reveló, sin embargo, como una de las series de autor más relevantes de las últimas décadas. De hecho, su factura de corte clásico, su ausencia de ampulosidades, sus tramas impecablemente bien urdidas, sus escasas escenas de relleno –tan habituales en casi cualquier serie– y sus abundantes e ingeniosos diálogos –muchos de ellos dignos de figurar en los anales de la historia de la televisión– hicieron de ella una serie de culto que todo cinéfilo debería ver, al menos, una vez en la vida.
A todo ello habría que añadir que Mad Men cuenta con una cuidadísima ambientación –se han vertido ríos de tinta sobre la evolución del mobiliario y vestuario de sus personajes, amén del exceso en el consumo de tabaco y alcohol en una época en la que ya se intuían los afectos adversos del primero. La serie, además, también se halla sumamente bien documentada a nivel histórico, lo que permite que se engarcen a la perfección acontecimientos reales con las historias de sus personajes, principales y secundarios –en este sentido, destacan especialmente los capítulos en los que se rememora el asesinato de John Fitzgerald Kennedy y, años más tarde, los de su hermano Robert y de Martin Luther King, el suicidio de Marilyn Monroe o la llegada del hombre a la luna.
Mad Men también destaca por su increíble reparto, con intérpretes tan versátiles como Elizabeth Moss, John Slattery, Christina Hendricks y, por supuesto, Jon Hamm y January Jones, matrimonio en la ficción, cuyas caracterizaciones respectivas evocan con fuerza a galanes de antaño como Cary Grant y a la glamurosa y siempre recordada Grace Kelly.
No sería justo no mencionar, por otra parte, el pulso narrativo de Mad Men, alejado por completo de excesos y momentos estelares, sin que por ello la serie resulte lenta o sus tramas carezcan de interés. Uno de los grandes atractivos de la serie radica, de hecho, en que buena parte de los acontecimientos que afectan a sus personajes se fragüen entre bastidores, sin que exista ningún capítulo que retome el momento exacto en el que concluyó el precedente.
A pesar de todo lo que antecede, donde Mad Men resulta verdaderamente excelsa es, no obstante, en la disección de sus numerosos personajes –sujetos, todos ellos, a los vaivenes vitales, anhelos, ambiciones y dudas de cualquier mortal– especialmente de Don Draper, un exitoso creativo publicitario hecho a sí mismo pero consumido por un pasado que trata, a toda costa, de esconder, y de su pupila, Peggy Olson, una joven secretaria que acabará, no sin numerosas dificultades, frustraciones y esfuerzos, convirtiéndose en una suerte de alter ego de su mentor en un mundo, el de la publicidad, entonces intrínsecamente masculino. La historia de superación y esfuerzo de las protagonistas de Mad Men merecería, de hecho, un post adicional, ¡que no descartamos!
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