7 de enero de 2014

12 años de esclavitud. Un film monumental



Si bien estrenado en 2013, 12 años de esclavitud será muy posiblemente uno de los films más comentados y visionados de este nuevo año que acabamos de comenzar.

Basado en las memorias que Solomon Northup publicara en 1853 –y que, por cierto, son de dominio público-, el tercer largometraje del cineasta británico Steve McQueen (Shame) narra la historia de un ciudadano negro residente en Nueva York, que, en los años previos a la Guerra Civil estadounidense, fue raptado y vendido como esclavo en una localidad del estado sureño de Luisiana.

No es la primera vez, ni ciertamente será la última, que el Séptimo Arte aborda uno de los episodios más vergonzosos de la humanidad. No obstante, lejos de adscribirse a la tendencia absolutamente démodée del paternalismo más bochornoso –Lo que el viento se llevó- o ceder a la fácil tentación de sucumbir al más desaforado melodrama –El color púrpura-, McQueen ha conseguido facturar un film que, con muchas luces y nulas sombras, bien pudiera convertirse en todo un referente cinematográfico sobre el sistema esclavista.

Entre los muchos aciertos de 12 años de esclavitud destaca, sin duda, la elección de un reparto estelar en el que brillan un absolutamente impresionante Chiwetel Ejiofor y un de nuevo magnificente Michael Fassbender, secundados por actores de la talla de Benedict Cumberbatch –de nuevo fantástico, a pesar de su corto papel-, Paul Dano –con una actuación escalofriante-, el siempre genial Paul Giamatti, Brat Pitt –también productor del film-, Sarah Paulson, Alfre Woodard y, especialmente, la asombrosa y prometedora Lupita Nyong'o.


Otro de los puntos fuertes del film de McQueen radica en su apuesta por mostrar, sin que tópicos y clichés hagan acto de presencia, los principales ingredientes y piezas del sistema esclavista –desde la actitud sádica de algunos amos hasta la vergonzantemente paternalista de otros tantos, pasando por el papel desempeñado por capataces y, por supuesto, las durísimas condiciones a las que hubieron de hacer frente los esclavos, algunos prácticamente desde la cuna, otros, como el protagonista, por pura mala fortuna. Este enfoque no ahorra al espectador escenas de extrema violencia –no sólo física, sino psíquica- que, si bien incómodas, no resultan gratuitas, especialmente porque son esenciales para presentar aquel período histórico y, sobre todo, retratar a Epps, un personaje que aún se recuerda en Luisiana por su extrema brutalidad.

Por otra parte, una magnífica fotografía y ambientación, una acertadísima banda sonora y, sobre todo, esos largos planos secuencia acompañados de silencio, que tanto gustan al director británico, convierten 12 años de esclavitud en un film casi poético, impregnado de lirismo, con escenas bellísimas, como el largo primer plano de Solomon poco antes de obtener la libertad.

12 años de esclavitud es, en definitiva, una muestra más del enorme talento de Steve McQueen y un film de obligado visionado para historiadores y cinéfilos exigentes. Los únicos y más que cuestionables puntos negativos radicarían en el inconfundible aroma a Oscar que exhala el film –y que podría hacer recelar a más de un espectador- y su metraje que, aunque largo, acaba resultando corto por su sostenido pulso narrativo y por cuanto no aborda –más allá de los créditos finales- qué fue de Solomon Northup, algo, por otra parte, comprensible si nos atenemos al hecho de que el ex esclavo fue engullido por la marea del tiempo y poco se sabe de las circunstancias que rodearon su fallecimiento y del destino de sus descendientes.


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