Corría el año 1957 cuando cinco pesos pesados del cómic producido en España - Cifré, Conti, Escobar, Giner y Peñarroya – se atrevieron a embarcase, con la ayuda de un mecenas y sin el amparo de ninguna editorial, en la edición de su propia revista, Tío Vivo. Desgraciadamente, esa apuesta por conseguir una mayor libertad creativa con unas historietas dirigidas a un público adulto – y, por tanto, dotadas con un mayor acento crítico - no pudo sobrevivir al embate de las grandes editoriales y los cinco geniales dibujantes hubieron de regresar a la desaparecida Editorial Bruguera, que publicaba en exclusiva sus más conocidos y emblemáticos personajes.
Esta es la historia de la que parte Paco Roca para rendir un sentido tributo a todos aquellos pioneros e idealistas historietistas que hubieron de sobrevivir en una época marcada por una censura implacable y empecinada en mermar su desbordante creatividad; una creatividad que ponían al servicio de unas editoriales que ni siquiera les reconocían sus derechos de autor – quedándose, ad aeternum, con sus personajes y sus historias – y que pagaban con un sueldo más que precario un trabajo que no conocía horarios.
Tras la fantástica Arrugas, era más que previsible que Paco Roca siguiera enriqueciendo el Noveno Arte con su magnífico buen hacer; sin embargo, el gran historietista valenciano se ha superado a sí mismo con El invierno del dibujante, una obra en la que hace gala de un sostenido pulso narrativo, articulado, cual un film de suspense, por varios flashbacks, lo que se revela como un recurso absolutamente acertado para captar la atención del lector desde la primera hasta la última página.
Roca, además, haciendo un guiño a los historietistas que antaño inspiraron su temprana vocación de dibujante, dota a sus viñetas con colores grisáceos y apagados –con una mayor o menor luminosidad según la estación del año en la que transcurre su historia – para recrear la atmósfera triste impuesta por la dictadura franquista y evocar aquellas antiguas historietas que trocaban su gama de colores en cada nuevo capítulo.
Como es habitual en la obra de Roca, las viñetas de El invierno del dibujante también están cuidadas al máximo – presentando una gran profusión de detalles - y su magnífica disposición de elementos y su gran verismo se han visto sin duda secundados por la intensa labor de documentación a la que se sometió el historietista valenciano para hilar los acontecimientos que tuvieron lugar en aquellos ya lejanos años 1957 y 1958, espacio temporal en el que se centra la mayor parte de esta historia. Tan ardua investigación también ha incidido en la construcción de unos personajes de trazos precisos y ricos en matices que, lejos de caer en cómodos maniqueísmos, son retratados con sus miserias y grandezas, siendo quizá el mejor ejemplo el personaje de Rafael González, ese editor, un tanto tirano pero con buen fondo, que consagró su vida a la que fuera una de las editoriales más importantes del país antes de sucumbir en los años 80 del pasado siglo y ser engullida por el poderoso Grupo Z.
Roca, sin embargo, omite ese final trágico de la editorial catalana al poner punto y final a su obra en el año 1978, siendo éste, sin duda, el único punto negativo de El invierno del dibujante, su excesiva brevedad, que no permite al lector seguir la pista de esos personajes con los que acaba encariñándose; ello no merma, por supuesto, ninguno de los logros conseguidos por Roca con esta magnífica novela gráfica, por lo que estamos impacientes por leer su próxima obra. No se demore, Sr. Roca.
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