3 de julio de 2012

Crónicas de Jerusalén. Apuntes sobre un conflicto complejo





Impelido por su deseo de volcarse por completo en el mundo del cómic, el historietista franco canadiense Guy Delisle abandonó hace más de diez años una carrera que, forjada en diferentes estudios de animación repartidos por América y Europa, le impuso una vida de trotamundos que aún hoy se resiste a abandonar, ya que junto con su esposa, una cooperante de Médicos sin fronteras, ha residido largas temporadas en países con regímenes tan totalitarios como los de China, Birmania y Corea del Norte.

Todas esas experiencias han llevado a Delisle a especializarse en un género tan poco explotado como el de la novela gráfica de viajes, ofreciendo trabajos tan interesantes como Shenzhen, Pyongyang  y Crónicas Birmanas, obras que anteceden a su muy reciente Crónicas de Jerusalén y que le han valido no pocos premios.

Crónicas de Jerusalén, no obstante, no se enmarca en el escenario de un régimen dictatorial, pero su temática no podría ser menos interesante, ya que se centra en uno de los estados más complejos del siglo XX y XXI. Un país al que Delisle se aproxima desde la cotidianidad de una vida dividida entre el cuidado de sus hijos y los intentos, en su mayoría frustrados, por dedicarse a su labor profesional.

Como suele acontecer a todos los creadores con un número importante y creciente de seguidores, a Delisle no le faltan detractores y, de hecho, su obra ha sido en ocasiones tachada de eurocentrista y parcial. Sin embargo, y sin olvidar el hecho de que resulta del todo punto naif el considerar que alguien pueda sustraerse totalmente de su bagaje cultural, estas críticas no podrían resultar más erróneas, puesto que Delisle, lejos de que querer convertirse en una autoridad sobre el tema que le ocupa, tan sólo pretende reflejar las experiencias que le brindan su estancia en Israel y la información que obtiene a través de sus numerosísimos amigos y conocidos residentes en aquel país.

Esta manifiesta subjetividad, no obstante, no le impide huir de los consabidos maniqueísmos y, por el contrario, la suya es una apuesta decidida por mostrar, en una matizada y variada escala de grises, el complejo crisol que configura la sociedad de Israel. Una sociedad a la que Delisle se acerca con un finísimo sentido del humor, una muy sobria puesta en escena y un increíble y sostenido ritmo, poniendo en conocimiento del lector realidades que no por conocidas resultan menos dolorosas – los enfrentamientos entre comunidades, las duras condiciones de la sociedad palestina, la presencia sempiterna de las armas de fuego por todas partes…-, pero también curiosas anécdotas o datos poco conocidos o aireados en Occidente, como la absoluta libertad de los periodistas israelís, sin duda, las voces más críticas a las que se enfrenta el gobierno israelí.

Por otra parte, y si bien Delisle es un buen dibujante – como lo prueba la profusión de detalles de los escenarios que retrata –, sus personajes se caracterizan por un trazado no demasiado expresivo que se ve acentuado por el blanco y negro de las viñetas por las que se pasean, un blanco y negro que Delisle troca en sepia, para recordar hechos pasados, o al que añade color con el fin de enfatizar alguna situación o hecho especialmente relevante.

Finalmente cabría señalar que, durante su estancia en Jerusalén, Delisle creó un blog, que, con su profusión de dibujos y fotografías, es una auténtica joya que permite acercarnos,  desde lo más cotidiano, a esa realidad que no suelen mostrar ni los libros de historia ni las crónicas periodísticas.


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